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La universidad y la guerra
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 16 [2003-01-16]
 

Por las noticias nos enteramos todos los días que Estados Unidos y algunos de sus aliados se preparan para atacar a Irak sin que se escuchen voces de protesta por la amenaza de una conflagración de inimaginables consecuencias. ¿Será que sobre este hecho sólo se hablará después de que estalle la violencia? De lo que se lee en la prensa quedan varias cuestiones en claro: el sistema económico mundial gira en torno al petróleo, las reservas más importantes se localizan en el cercano Oriente, Estados Unidos consume alrededor de dos quintas partes de la producción mundial, la demanda aumentará notablemente en las próximas dos décadas y podrá tal vez ser satisfecha en ese lapso. Después quién sabe.

En fin, es evidente que el suministro del fluido es un asunto estratégico para Estados Unidos, lo mismo que sus precios. Irak posee las segundas reservas mundiales del oro negro, que es hostil a la influencia americana en la región y se ha convertido en un obstáculo para la explotación petrolera. Ha firmado acuerdos sobre esta materia con otras potencias que excluyen a los estadounidenses. Así, atacar a Irak es parte de un juego político para definir un nuevo mapa en el mundo que permita el avance de la hegemonía de nuestros vecinos, a riesgo de que en el cercano Oriente se desate un conflicto armado sin control. Hay quienes estiman que esto no ocurrirá porque los contrapesos militares a Estados Unidos son inexistentes. Y hay quienes suponen que el asunto de la guerra es simbólico para refrendar la dominación estadounidense a través del miedo.

Hace 45 años C. Wright Mills, profesor de sociología en la Universidad de Columbia, escribió Las causas de la tercera guerra mundial en el que señala que es indispensable reflexionar sobre la guerra porque ello significa hacerlo sobre la condición humana. “El clima de guerra impregna todos los ámbitos de la vida social y personal. Los preparativos para la guerra se vuelven, desde entonces, en factores de amenaza para definir el orden mundial. En consonancia con estas definiciones, las élites que están en el poder (políticos, empresarios y militares) deciden y dejan de decidir. Establecen las causas de la guerra como necesarias y su advenimiento como realismo. Fatalmente el público y las masas las aceptan”. El imaginario es conformado por la maquinaria comunicativa. La palabra crea subjetividades. Si alguna certeza había, con todo esto se agota.

“Estamos atestiguando un proceso de constitución material de un nuevo orden planetario”. Emerge un imperio como centro de la globalización de las redes productivas que trata de envolver todas las relaciones de poder dentro de ese orden; esta transformación se desarrolla con el llamado derecho a la intervención. Hay un centro que regula este orden y cuando es necesario lo mantiene por la fuerza. Su acción se basa en el concepto de “guerra justa”, en la idea de amenaza a la integridad territorial o independencia de un país. El imperio no acepta fronteras o límites. Estos son algunos de los razonamientos de Hard y Negri en su libro Empire, publicado por la Universidad de Harvad. Pero, ¿las reglas del juego geopolítico en verdad se definen unilateralmente? Habría que ver. Como también reflexionar si esta próxima guerra no le provoca un desastre al imperio.

Advertir una vez más sobre los peligros de la guerra y ofrecer una explicación amplia de lo que ocurre con el poder en el mundo es una tarea obligada para los intelectuales y académicos, que tiene un fuerte contenido moral y político. Y en esto las universidades y las humanidades juegan un papel crucial. Si en la sociedad contemporánea hay crisis de valores y pérdida de utopías, entonces hay que ponerle énfasis a los valores y a una cultura de paz en las universidades, tal como lo recomienda la UNESCO en su “Declaración mundial sobre la educación superior en el siglo XXI”. Como dice el documento, actuar “para movilizar a la comunidad internacional con ese fin”. Y la acción se funda en que la universidad tiene el “derecho primordial a decirlo todo… y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo” (Derrida).

La educación que imparten las universidades es crucial para el respeto de los derechos humanos, para que la democracia tenga un sentido auténtico y la paz un carácter universal. Formar ética y culturalmente a los estudiantes es una misión irrenunciable, porque sin esta formación no hay saber riguroso, científica e intelectualmente hablando. Sin crítica no hay debate y sin un debate responsable hay menos posibilidades de alterar el curso de los acontecimientos contrarios a la humanidad. En fin, hay que aprovechar los tiempos para que la educación universitaria sea fuerte de conocimiento y cultura a favor de la paz.


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