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¿Seremos una sociedad del conocimiento?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 13, pp.9 [2002-12-05]
 

Aunque desde principios de la década pasada se comenzó a hablar de la llamada "sociedad del conocimiento", es en la actualidad cuando se le menciona con mayor frecuencia. Se considera que en dicho tipo de organización social el conocimiento permea casi todos los ámbitos de la economía y, por tanto, adquiere un valor cada vez más estratégico. Para nadie es desconocido que múltiples productos y servicios utilizados en la vida cotidiana son el resultado de la investigación científica y tecnológica: los aparatos electrónicos más diversos tienen los últimos adelantos de la microelectrónica; las computadoras, los teléfonos celulares y las agendas electrónicas son cada vez más pequeños, rápidos y poderosos; la inyección y el gasto de combustible de los automóviles son controlados por computadoras instaladas en los vehículos; los sistemas posicionales auxiliados por satélite son incorporados a la localización y rastreo de vehículos de carga, sólo por mencionar algunos de los ejemplos más conocidos.

Más aún, en uno de los documentos más recientes del Banco Mundial sobre la educación superior (Constructing knowledge societies: new challenges for tertiary education) se subraya que: “La acumulación y la aplicación del saber se han convertido en factores clave dentro del desarrollo económico y desempeñan un papel cada vez más central en la ventaja competitiva que pueda tener un país dentro de la economía globalizada”. De modo que ahora la ventaja comparativa de una nación no es –tal vez nunca lo fue en realidad- contar con abundantes recursos naturales o materias primas sino con poblaciones educadas y con habilidades que puedan traducirse en talento para la innovación. Conviene entonces preguntarse si ahora que la educación superior está jugando -en los países más avanzados- un papel crucial en la construcción de economías basadas en el saber, nuestro país podrá enfrentar el tremendo desafío que implica no quedar rezagados una vez más en dicho terreno.

Ya ha sido ampliamente documentada la situación que guarda la enseñanza superior mexicana con respecto a la insuficiente cobertura nacional y regional, las desigualdades en el acceso, la baja eficiencia terminal, el reducido número de estudiantes de posgrado, la deficiente calidad de muchos programas, los raquíticos salarios del personal académico, la deficiente infraestructura bibliotecaria y de laboratorios, por mencionar sólo los más relevantes. Frente a todas estas carencias e insuficiencias podría pensarse que al igual que en el pasado, arribar a la sociedad del conocimiento será –como país- otra de nuestras aspiraciones frustradas. Por supuesto que no puede negarse que existen polos donde pareciera que las diferencias con el Primer Mundo no son tan grandes, como es el caso de ciertas áreas de las zonas urbanas, donde productos y servicios son de primera calidad.

El asunto parece complicarse aún más cuando se reconocen los grandes cambios que desde hace poco más de una década se están verificando en la producción del conocimiento. (Gibbons et al., La nueva producción del conocimiento, 1997) Así, junto a la antigua, tradicional y familiar forma de generación del saber ha aparecido una nueva manera de producir conocimientos. El llamado Modo 2 funciona dentro de un contexto de aplicación en el cual los problemas se encuadran en una estructura transdisciplinaria, antes que mono o multidisciplinaria. Se realiza en formas no jerárquicas, organizadas de manera heterogénea, esencialmente transitorias. Se lleva a cabo no sólo en universidades sino en laboratorios independientes, ya sea públicos o privados. El nuevo modo de producción del saber conlleva una estrecha interacción de muchos actores mediante el proceso de producción del conocimiento, lo que implica que dicha producción adquiere una mayor responsabilidad social. El Modo 2 también utiliza una variedad mayor de criterios para evaluar el control de calidad. Asimismo, el proceso de producción de conocimientos tiende a ser más reflexivo y afecta, en los niveles más profundos, lo que se considera como “buena ciencia”.

Aunque el Modo 2 es apenas emergente, todo parece indicar que tarde o temprano será la manera dominante de generación de conocimientos. Se estima que se producirá un aumento en las desigualdades mundiales en cuanto al acceso y uso de los resultados de la actividad científica y tecnológica. Si bien la producción de conocimientos en el Modo 2 se encuentra dispersa de forma más global, sus beneficios económicos irán a parar de manera desproporcionada a las naciones ricas y a aquellas que logren integrarse a los circuitos mundiales de generación del saber.

Para que México pudiera incorporarse al sistema antes mencionado requeriría de crear un sistema de innovación que incluyera -además de las instituciones productoras del conocimiento científico y tecnológico tradicional y la base de conocimiento de sus industrias- la capacidad emprendedora de muchos de sus habitantes, los sectores privados y los valores cultivados en escuelas y universidades. Aunque tal creación es racionalmente posible, tal como lo prueban los casos de Brasil e India, los obstáculos parecen casi infranqueables.


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