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¿Generación “ni-ni” o “y-y”?
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 357 [2010-02-18]
 

A los y las jóvenes que hoy tienen entre 14 y 34 años se les suele calificar como generación “ni-ni”. A esta juventud se le llama así porque no estudia ni trabaja, y entre las razones que se aducen para darle sentido a esta situación se achaca a los y las jóvenes “el síndrome de Peter Pan”, es decir, se piensa que adolecen de apatía social. Esta apatía se atribuye a las condiciones de trabajo precario que ofrece el mercado laboral y al escaso reconocimiento, valor social y económico de la educación y la formación adquirida.

Estando así las cosas, lo frecuente es que la situación “ni-ni” se signifique socialmente en relación no sólo con los impedimentos estructurales que inhiben las posibilidades de estudiar y/o trabajar, sino también como resultado de una decisión tomada por los y las jóvenes ante la insatisfacción y frustración que les provoca realizar estas actividades. Ante las adversidades que enfrentan para lograr su emancipación estos jóvenes, a quienes se les piensa nihilistas, optan por quedarse en casa de sus padres gozando de las comodidades que su familia de origen sí les ofrece. Consecuentemente, a esta generación se le cuelga un sinnúmero de “nis” más: no abandonan la casa de sus padres ni quieren formar su propia familia ni les interesa participar en política; en fin, se dice, no tienen un proyecto vital de futuro.

Por supuesto que esta interpretación de los “nis” sólo puede aplicarse y sostenerse en referencia a las juventudes de clase media para arriba. Los y las jóvenes que enfrentan pobreza no suelen tener posibilidades de retrasar la toma de responsabilidades sociales ni tampoco de convertir la satisfacción en motivo de sus búsquedas de trabajo o de educación; a ellos estas actividades se les presentan como algo necesario, como algo vinculado a la lucha por la supervivencia, de ellos y de sus familias. Entonces la generación “ni-ni”, cuando menos en países como México, no puede significarse asociada con imágenes de apatía o de desilusión, sino más bien con situaciones de carencia y falta de oportunidades. Y es que los “nis” de los jóvenes mexicanos no son imputables a las decisiones de ellos y ellas, sino al incumplimiento de los pactos entre el Estado y la sociedad: “ni” el Estado sufraga la educación como supuestamente debería hacerlo, “ni” se crean empleos “ni” se ofrece a la juventud seguridad social ni la familia puede cargar con la manutención, alojamiento ni, mucho menos, con el ocio de sus jóvenes.

Lo cierto es que los datos de la Encuesta Nacional de Juventud 2005 (ENJ) muestran que la mayoría de los jóvenes mexicanos que no estudian sí desean hacerlo; de hecho, el anhelo educativo de la mayoría es cursar una licenciatura. Pero lo que aparece es que para poder estudiar, varios son los y las jóvenes que también tienen que trabajar. Entonces, la generación “ni-ni”, en México, deviene en generación “y-y”; es decir, las posibilidades de estudio de muchos y muchas jóvenes están condicionadas a que tengan trabajo y reciban, por ello, una remuneración. Para ilustrar esta situación, la Encuesta Nacional de Alumnos de Educación Superior (ENAES) brinda información interesante. Resulta que del total de alumnos de este nivel de estudios, en el ciclo 2008-2009, 35 por ciento respondió afirmativamente a la pregunta "durante el último mes y sin considerar las prácticas profesionales o el servicio social, ¿has trabajado además de estudiar?".

Por su parte, entre quienes contestaron "no", 18 por ciento aceptó haber ayudado en un negocio o empresa familiar, haber hecho algún producto para vender, vender algún producto o realizar alguna actividad a cambio de un pago. Así, resulta que 53 por ciento de los alumnos de educación superior, además de estudiar, realiza alguna actividad económica. Y, si a esto le agregamos que a la pregunta "¿cuál es tu principal motivación para trabajar?", la respuesta con mayor frecuencia fue “para poder estudiar”, concluimos que a muchos jóvenes mexicanos ser estudiantes de tiempo completo les resulta prácticamente imposible: si no tienen trabajo no pueden estudiar (“ni-ni”) y si estudian tienen necesariamente que trabajar (y-y). El colmo: según los datos que arroja la ENJ, lo frecuente es que los y las jóvenes que no estudian mencionen como motivo del abandono de sus estudios “tenía que trabajar”. ¿Puede haber una relación más perversa entre la educación y el trabajo y más adversa para la educación?


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