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La innovación: Shakira en Estoril
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 349 [2009-12-10]
 

Las fotos eran elocuentes. Shakira, la guapa y exitosa cantante colombiana, con su negro vestido y su dorada cabellera, sonriente, sentada en el centro del estrado, rodeada de media docena de mandatarios de América Latina. Celebraban la firma de un convenio de cooperación entre la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la fundación América Latina en Acción Solidaria (ALAS). El marco fue la Decimonovena Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno en Estoril, Portugal, celebrada del 29 de noviembre al 1 de diciembre pasado.

Shakira firmó como representante de la fundación ALAS, una organización creada en Panamá y que apenas cumplirá sus primeros tres años en este mes. La fundación busca implementar políticas públicas en favor del desarrollo infantil temprano, principalmente para que todos los niños entre cero y seis años de la región tengan acceso a la salud, la educación y la nutrición. Una misión importante que coincide con los propósitos del organismo internacional.

ALAS ha logrado cierta visibilidad pública por parte de sus integrantes. Tiene como presidente honorario a Gabriel García Márquez; en su junta de directores participan, entre otros, Carlos Slim Helú y Emilio Azcárraga, y tiene como activistas a alrededor de un centenar de cantantes de la región (desde los Tigres del Norte a Gustavo Cerati o Miguel Bosé).

Los medios, como era de esperarse, le dieron más visibilidad al convenio y a la presencia de Shakira en la decimonovena cumbre que al contenido propio de la reunión. Tal vez pocos, muy pocos, se habrán enterado de que las deliberaciones de los mandatarios tenían como tema la “innovación y el conocimiento”.

Las reuniones cumbre comenzaron en México hace casi dos décadas, con la idea de institucionalizar un espacio común, de celebrar la existencia de una comunidad: “estamos decididos a proyectar hacia el tercer milenio la fuerza de nuestra comunidad”, dijeron en esa ocasión (Declaración de Guadalajara, México, julio de 1991). En ese entonces se establecieron objetivos en materia de derecho internacional, desarrollo económico y social, y educación y cultura. En este último caso, se dijo que se promovería un “mercado común del conocimiento como un espacio para el saber, las artes y la cultura, liberalizando los intercambios de materiales culturales, didácticos y educativos, facilitando el intercambio y la provisión de equipamiento científico y tecnológico”.

Las reuniones cumbre se han celebrado año con año. En cada caso, el país anfitrión propone el tema central de las deliberaciones y al final los mandatarios emiten un documento que llaman “declaración política”, en el cual expresan los objetivos que se han planteado y las líneas de acción a poner en marcha. Desafortunadamente, los propósitos se han mantenido en un nivel de generalidad poco alentador, los compromisos adoptados no son vinculantes y en estas casi dos décadas de reuniones poco se ha avanzado en la idea de espacio común o de comunidad.

En la reciente cumbre de Estoril, los mandatarios emitieron lo que llamaron Declaración de Lisboa, un documento que sintetiza una treintena de acuerdos sobre el tema de la innovación y el conocimiento para la región iberoamericana. En su mayor parte se trata, como en declaraciones anteriores, de buenos deseos para fomentar y propiciar la cooperación entre los países. Por ejemplo, como primer acuerdo se dijo que se dará prioridad a la innovación en el marco de las estrategias nacionales de desarrollo “mediante el diseño e implementación de políticas públicas de mediano y largo plazo”, dirigidas a los agentes de la innovación y el conocimiento.

También está la idea de que se fortalecerán las instituciones nacionales de innovación y se promoverá la cooperación solidaria entre los gobiernos de la región. O bien, el incentivo a la inversión (pública y privada) en investigación y desarrollo, así como el apoyo a la educación en todos sus niveles, el acceso a las TIC, la promoción de programas para garantizar la transferencia de tecnologías a los países en desarrollo o alentar la cooperación iberoamericana en materia de innovación, entre otros acuerdos.

Tal vez uno de los pocos acuerdos que puede ser prometedor es la propuesta de crear un programa “para la investigación aplicada e innovación tecnológica, inclusivo y abierto a todos los países, complementario de los programas existentes y estrechamente articulado con los mismos”. Tal programa, según el acuerdo, sería nuevo y “ambicioso”, estaría a cargo de un grupo de trabajo de responsables gubernamentales de cada país y sería coordinado por la Secretaría General Iberoamericana.

Esperaremos la puesta en marcha de las líneas de acción. Si no fuera el caso, entonces probablemente habría que pensar en la intervención (poco innovadora) de alguna estrella del pop, un premio Nobel o tal vez un astronauta reconocido (José Hernández ya probó su efectividad con los diputados mexicanos).


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