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Los rankings y la autonomía de las universidades públicas mexicanas
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 342 [2009-10-22]
 

Durante la semana pasada en la UNAM se llevaron a cabo dos actividades importantes. En la organización de ambas participó el Seminario de Educación Superior (SES) y el objetivo común fue el de aportar ideas, conocimientos y propuestas que apoyen las tareas y procesos de gobierno y gestión universitarios. Durante el martes y miércoles se trató el tema de la autonomía, en cambio el encuentro de jueves y viernes se dedicó a establecer un diálogo y llevar a cabo un taller con el doctor Isidro Aguillo, quien es inventor y responsable del proyecto Webometrics Ranking of World Universities.

El sentido de que estas actividades se hayan realizado durante una misma semana se encuentra enmarcado en la celebración de los 80 años de la autonomía de la universidad nacional. Su entrecruce debe significarse como la voluntad de las universidades públicas de ejercer y fortalecer su autonomía “poniéndose al día”, es decir, gobernarse a sí mismas sin dejar de lado la necesaria conciencia de que la inserción exitosa de las instituciones, de los universitarios y del país en el devenir del siglo XXI las obliga a tomar en cuenta las transformaciones políticas, económicas, culturales y sociales que se han impuesto en el mundo y que han implicado profundas alteraciones en el ámbito educativo.

Entre los cambios e imperativos que en la actualidad constituyen un reto para la autonomía de las universidades públicas mexicanas destacan los procesos de internacionalización de la educación superior. Junto con estos procesos han aparecido consideraciones acerca de la competitividad y la calidad de las universidades, que ahora se miden utilizando rankings globales que califican y clasifican a las instituciones. Es importante subrayar que en la base de estos rankings se encuentran la lógica económica y la expansión del mercado como prioridades. Nada cuentan en estas medidas el cumplimiento de los compromisos locales ni la contribución a paliar la desigualdad y la injusticia social; tampoco los aportes de las universidades al capital social ni cultural.

Para nadie es un secreto que las universidades mexicanas de carácter público tienen un compromiso explícito y prioritario con la necesidades del desarrollo social y nacional. Por ello, no les es dable sumergirse en una lucha por ocupar lugares en listados que ordenan a las universidades utilizando metodologías de evaluación ajenas al cumplimiento de tal compromiso. Basta con echar una mirada a los rankings que han consagrado a Harvard como la mejor universidad del mundo para caer en cuenta de que en la base de sus concepciones y metodologías se encuentra un modelo de universidad que poco tiene que ver con los ideales y objetivos con los cuales se construyeron las instituciones latinoamericanas de educación superior. Validar estos rankings implica, entre otras cosas, validar la dominación de una cultura sobre otra.

Lamentablemente, como dijo uno de los expositores en el encuentro de celebración de la autonomía: “los rankings y las evaluaciones llegaron a México y no participar en ellos tiene consecuencias”. Agrego yo: en nuestro país, las mayores y más negativas de estas consecuencias las está imponiendo el propio Estado, porque es éste el que ha mostrado mayor empeño en devaluar a México, a sus universidades públicas y a su cultura en los ámbitos internacionales. De hecho, el gobierno parece estar fascinado con el hecho de que los rankings internacionales estén siendo los que fijan el prestigio de las universidades mexicanas ubicándolas en “no tan buenos” lugares, pues ha encontrado pretexto para escatimarles los recursos públicos que les debe otorgar.

Dada esta circunstancia, hoy como nunca antes es necesario que las universidades públicas comprendan que la autonomía, ante todo, es una ética que implica responsabilidad por las consecuencias de las decisiones que se toman. De permitir que en ellas se instale la presión mercantilista que exige adoptar la competencia como modelo de vida, las universidades autónomas compartirán con el gobierno la responsabilidad de que en México esté creciendo la pobreza, la desesperanza y la violencia.

Así que ha llegado la hora de que las universidades públicas mexicanas ejerzan su autonomía cerrando filas para poner al día, proponer y promover los modelos de universidad y los objetivos con los cuales se comprometen. De este ejercicio deberán derivar sistemas de información y de indicadores y medidas, específicos y explícitos, que permitan transparentar y evaluar el desempeño institucional y el cumplimiento de los compromisos académicos y sociales. Hay que tener en cuenta que mientras las imágenes que sobre México se tienen en el mundo estén llenas de pobreza y violencia, difícil será que las universidades del país ocupen buenos lugares en los listados internacionales de universidades. Seamos prácticos: la posición de las universidades en los rankings mundiales no es independiente de la calidad de vida que ofrecen los territorios que las albergan. Mucho menos lo es respecto de las representaciones que desde ellos y sobre ellos se proyectan.


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