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Cooperación con la UE
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 329 [2009-07-16]
 

En mayo de 1989 se firmó un acuerdo para formalizar la estructura en las relaciones de cooperación entre la Unión Europea (UE) y México. El acuerdo comprendía diferentes ámbitos, incluyendo la ciencia y la tecnología, e intentaba potenciar el intercambio. Hoy, dos décadas después, ambas regiones están en posiciones muy distintas y la estrategia que parecía visionaria no ha funcionado del todo para el caso nacional. Al menos no lo ha sido en el campo científico y tecnológico.

Al final de los años ochenta e inicio de los noventa, cuando la crisis económica en la región por fin parecía quedar atrás, el futuro se asomaba promisorio y México diversificaba sus relaciones comerciales y de cooperación. Era la época de la vertiginosa apertura económica y la integración regional. También era la víspera de los grandes acuerdos como el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) y la incorporación de México a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

La firma de acuerdos internacionales y la vertiente económica de la cooperación en esos años era el rostro más palpable de la polémica globalización y la etiqueta de economía emergente a México para ingresar con seguridad al siglo actual. Sin embargo, como había ocurrido en el pasado, a mediados de los años noventa una nueva crisis —el llamado “error de diciembre”— obligaba a posponer los planes sectoriales y a diferir una vez más el crecimiento y el bienestar.

En el inicio de esta década, en la transición de siglo y de milenio, la economía nacional parecía enderezarse una vez más y su viabilidad parecía afianzarse en la región. Pero el ciclo no duró. Otras naciones, como Chile o Brasil, han mostrado un crecimiento económico más sostenido y han aplicado políticas más exitosas.

Hoy, nuevamente, estamos en una zona de incertidumbre, ahora atribuible a causas externas, pero el resultado es el mismo: interrupción del crecimiento y planes en el aire. El saldo neto es que muchos de los planes de hace dos décadas siguen en eso: documentos firmados, diseño de estrategias, enumeración de acciones y promesas por cumplir. Tal vez los indicadores no son los mismos, pero se han movido muy lenta e imperceptiblemente.

Por su parte, la UE es uno de los experimentos de integración regional más interesantes que se pueden apreciar. La complejidad del tema escapa a lo que aquí se podría indicar, pero sin duda ha sido ejemplar en muchos sentidos. Tanto por su nivel de apertura, la gradualidad con la que ha procedido, la moneda corriente, la fortaleza de sus lazos de cooperación o la reducción de asimetrías en las naciones que se han incorporado a la zona.

Claro, no todo ha sido miel sobre hojuelas, muestra de ello son las excepciones en la moneda o, más importante, el rechazo a la instauración de una normatividad común para la zona o el retraso en el cumplimiento en los planes de largo plazo. No obstante, pese a los titubeos y altibajos, es una integración en marcha y ascenso.

En el plano que aquí interesa resaltar, cabe mencionar la llamada estrategia de Lisboa de la UE. Un acuerdo firmado en marzo del año 2000 para hacer de la región europea la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica en el mundo. Según su plan, en el cual se incluyen numerosas reformas, lazos de cooperación y sus programas marco de investigación, el año próximo debería alcanzarse tal propósito. No obstante, desde ahora se ve difícil que pueda cumplirse tal cometido en el plazo establecido, como ya se preveía en la revisión de medio término que hicieron. Sin embargo, las acciones y el programa se sostienen.

Uno de los aspectos que vale la pena señalar, aparte del ciclo repetitivo de las crisis en México que impiden un crecimiento sostenido, es que, una vez aprobada por acuerdo presidencial la estructura formal que se habría de encargar de fomentar la cooperación entre la UE y México (“Delegación de la Comisión Europea en México”) hace dos décadas, su instauración efectiva ha sido más bien lenta e inciertos sus resultados.

La normatividad que regula la relación bilateral (acuerdos global y específicos), apenas entró en vigor en 2000 y otras normas se han ido agregando en los años subsecuentes. Particularmente, la que se refiere a cooperación científica y tecnológica es de febrero de 2004.

En estas circunstancias, no es de sorprender que a la fecha los resultados de la cooperación sectorial entre la UE y México estén por apreciarse, pese a que desde hace 20 años se acordó impulsarla.

Próximamente volveremos sobre los proyectos y las cifras que muestran el nivel en el cual se encuentra la cooperación. No obstante, desde ahora podemos decir que no podemos cifrar en ella, o solamente en ella, la posibilidad de lograr un crecimiento sostenido y mayor bienestar social. Es inevitable no reparar en nuestra permanente incapacidad para sostener y llevar a efecto una estrategia y planes a mediano plazo. Ni mencionar a largo plazo.


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