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La influenza humana en México y la sociedad del riesgo global. Un ejemplo de manual
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 320 [2009-05-14]
 

Cuando menos en México, en las últimas dos semanas el tema más tratado en los medios masivos de comunicación y en las conversaciones de la vida cotidiana ha sido el de la influenza tipo A/H1N1, que ha afectado tan seriamente al país. La atención al tema no distingue edades ni clases sociales, pues todos hemos tenido que cambiar nuestras actividades y comportamientos diarios. Sin duda, el brote y desarrollo de esta epidemia, así como la forma como ha sido tratada política, social y económicamente, marcará un hito en la historia de México y el mundo, pues permitirá trazar una línea divisoria que distinguirá el antes y el después de este suceso que, entre otras cosas, constituye la evidencia clara de que en el mundo se ha instalado y opera ya la anunciada sociedad del riesgo mundial.

Al respecto, es bueno recordar que 20 años después de que Ulrich Beck escribiera su conocido libro Sociedad del riesgo, publicó otro texto con el nombre de Sociedad del riesgo mundial. Este último apareció publicado en español en 2007 y es al que me refiero en este artículo.

Pues bien, el problema de la influenza humana en México se ha presentado en el mundo como un asunto de vida o muerte, no solamente para individuos o para naciones concretas, sino para la humanidad. Por ello, siguiendo lo que dice la teoría, las medidas que se han tomado no han sido puestas a consideración de la sociedad, sino que se han desplegado e impuesto acciones que forman parte de estrategias que llevan el visto bueno de los organismos supranacionales.

Así que hoy los mexicanos estamos siendo testigos, y a la vez ejemplo para el mundo, de cómo la concepción y gestión de lo público ha dado un nuevo vuelco histórico. Además, lo somos de cómo al instalar el miedo en nuestras vidas y la obsesión por la seguridad se cimbran los valores de la convivencia y se restringe voluntaria y legítimamente la libertad. Y es que en circunstancias de riesgo el que manda puede mandar por encima de la ley. Tal y como lo dice el libro.

En efecto, con lo que está pasando en el país se ha dejado ver que en el mundo contemporáneo el riesgo funciona como el elemento crucial desde donde los poderes globalizados están configurando el nuevo orden político y social. Ahora ya no cabe duda de que ya se ha instalado en el mundo esa nueva lógica histórica, de la que habla Beck, que termina por echar fuera las formas clásicas de operación del Estado-nación e impone un poder mundial que domésticamente opera a través de una gestión dinámica de alianzas que trascienden las fronteras políticas. Es evidente que la sociedad del riesgo mundial ha obligado a nuestro debilitado Estado-nación a admitir que no puede cumplir por sí solo con su misión de garantizar a sus ciudadanos, y menos a los del mundo, el bien legal supremo, es decir, la seguridad y que, por lo tanto, debe aceptar y hasta pedir ayuda, tal y como lo ha hecho el gobierno de Felipe Calderón.

Y ya que México está catalogado mundialmente como un país donde impera la pobreza, el mundo tiene la certeza de que fue aquí donde surgió el virus, independientemente de que así lo sea. Porque, como lo ha escrito el autor alemán, a nadie le debe caber duda de que exista un magnetismo fatídico entre la pobreza, la corrupción y la acumulación de peligros y la ocurrencia de las contingencias. Y, con base en esta idea, los pobres (en este caso los mexicanos) son considerados los principales portadores de la fatalidad, se les piensa y acusa de ser culpables de poner en riesgo la seguridad mundial. Pero es evidente que la asociación del riesgo con la pobreza no es neutral: confunde la visión de los pobres en riesgo con la de los pobres como riesgo. Bien lo dice la teoría: esta identificación ofrece una herramienta para cultivar las divisiones y las segregaciones y consolidar un mundo hostil marcado por la desconfianza y el aislamiento.

Y ahora, ¿cabe alguna duda? Lo ocurrido en torno de la influenza humana en México asegura que los habitantes del mundo hemos adquirido ya la experiencia, la conciencia y el trauma del riesgo global. Al enfrentarnos a la alternativa libertad o seguridad hemos priorizado la segunda, pues la situación de riesgo ante la enfermedad, el contagio y la muerte, así lo ameritó. El problema que ahora se nos plantea a los mexicanos es que seguramente en el imaginario social mundial quedará instalada la idea de que representamos un riesgo para la humanidad. Si no se hace algo pronto y drástico al respecto, esta asociación quedará arraigada en la cultura del día a día y en los significados cotidianos de la sociedad del riesgo mundial.

¿Qué hacemos? Por lo pronto, urge exigir al gobierno mexicano y a los poderes supranacionales llevar a cabo acciones al respecto. Por supuesto, eso no debe ser todo. Ahora que amaine “el peligro” y salgamos de nuestras guaridas hobbsianas, en las cuales hemos tenido que permanecer para evitar contagios, habrá que asegurarnos de que en México se fortalezca la sociedad civil cosmopolita, esa a la cual también alude Beck.


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