Dos miembros del Seminario de Educación Superior de la UNAM estuvimos la semana pasada en la ciudad de Mérida para participar como profesores en el "Diplomado sobre Formación de Agentes para el Desarrollo Local" que se lleva a cabo en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). El diplomado fue planteado y organizado por el propio Seminario y contó con el apoyo de la Coordinación de Humanidades. Se inscribe en la misión de la UADY de vincularse directamente a la transformación de su entorno social y en la vocación de la UNAM de enlazar sus esfuerzos académicos a los de las universidades públicas estatales del país para avanzar conjuntamente mediante acciones concretas que redunden positivamente en la sociedad.
En esta ocasión se trató el papel que juega la universidad para impulsar el desarrollo local, siendo este último algo crucial, aunque excluido de las preocupaciones de economistas y funcionarios oficiales. Éstos tienen más interés en el tratamiento de los procesos y variables "macro", asociados a la globalización en el contexto de los bloques regionales, que en formular políticas públicas que sirvan para aumentar el nivel de vida de las comunidades que se asientan en el territorio del país.
En otra oportunidad trataré la importancia del curso para todos los que intervenimos en él como profesores y alumnos y su significado para la universidad en México. Por ahora, dedicaré estas líneas a un asunto que me llamó la atención y que, desde mi punto de vista, es de interés público. Se trata del discurso que están utilizando los políticos sobre los problemas educativos en la competencia de los partidos rumbo a la sucesión presidencial del próximo año.
Resulta que durante mi estancia en la capital yucateca se llevó a cabo un acto de apoyo a la precampaña de Roberto Madrazo Pintado a la cual acudieron cerca de mil maestros. El precandidato señaló que la asistencia del magisterio era un gesto que no se "borrará de su memoria" y prometió que de ser electo regresaría al estado para "impulsar" la educación en todos los municipios de la entidad.
Ninguna novedad con el pasado: prometer y elevar las expectativas de la sociedad dando más educación. Otra vez ofreciendo algo que de no cumplirse lleva a frustraciones y a echarle la culpa al sistema educativo de muchos de los males que se viven en la sociedad, quitando responsabilidad a los políticos que no son capaces de curarlos.
Hoy no es suficiente decir, ante quienes profesan la enseñanza, que la educación será eje rector del plan de gobierno, como lo asentó Madrazo. Hay que comprometerse a que los maestros tengan mejores condiciones de trabajo, eliminar el rezago, contar con buenas aulas, bibliotecas, materiales de enseñanza suficientes, a que la educación enseñe efectivamente a leer un libro, a que los alumnos puedan razonar y abstraer, manejar su lengua y escribir correctamente, a que aprendan historia, arte, matemáticas, reglas de civismo y principios éticos fundamentales para desempeñarse después como ciudadanos responsables.
Desde la educación se crea a quienes puedan participar en las decisiones que orienten el destino de la sociedad hacia una mayor justicia y calidad de vida. En esta materia es necesario que se produzca un cambio radical que va desde garantizar que todo estudiante cuente con lápiz, borrador y papel hasta la esencia misma de la filosofía educativa, tal que se dejen atrás los moldes con los que han operado los últimos gobiernos por su ineficiencia e ineficacia.
Sin una transformación profunda de los niveles básicos e intermedios del sistema educativo no será factible elevar la calidad de la fuerza de trabajo y la competitividad de la economía. Las universidades seguirán recibiendo alumnos con un capital cultural reducido y tendrán más dificultades para cumplir sus propósitos.
Por tal razón, a quienes trabajamos en ellas, no nos es posible seguir aceptando que una realidad como la educativa, de la mayor prioridad para la nación, siga tratándose con discursos sin contenido sin un planteamiento sustantivo de las posturas que se guardan para conducir la educación en el país, los ciudadanos difícilmente podremos interesamos en las campañas y en la elección.
Dijo Madrazo que va a escuchar a la base magisterial, "consciente de que los mentores son los forjadores del futuro". Saber escuchar es una virtud, pero ahí no se agota el acto político de alguien que pretende ser gobernante. La única manera de hacer política, para conseguir resultados, es dialogando. Presentando tesis que convoquen y convenzan al electorado, en este caso a los profesores que son una fuerza con posibilidades de tener efectos pertinentes para el cambio en la estructura y las relaciones de poder.
Los "forjadores del futuro" no pueden seguir con un futuro que tenga como única certeza su escasa remuneración y bajo prestigio social, ni atrapados en una pugna política entre personajes que no los representan. Y menos dejar que decidan a quién apoyará su organización en la contienda electoral. El acto en Yucatán sonó como una vuelta al viejo control y protección corporativo.
Un último comentario se refiere a lo que dijo el precandidato cuando habló de la pobreza: "No es posible que un país con tantos recursos tenga tantos pobres". Yo sostengo que no es posible que se avance políticamente manejando ilusiones.
La pobreza no se acabará si se reparten recursos, algunos de ellos ya escasos y otros que los mexicanos tendremos que cuidar para que no se malgasten. Tampoco con programas asistenciales. Lo que habrá que distribuir es el producto, darles una buena educación a las personas, elevar la cultura de la población y extender las oportunidades para estudiar en las universidades públicas.
Una realidad tan compleja como la mexicana demanda de sus políticos respuestas complejas y serias. Por lo pronto, sería deseable que los universitarios expusieran su pensamiento crítico y reflexivo frente a la oferta política de los distintos partidos para contribuir a elevar el debate en la próxima campaña electoral. La sociedad sabrá apreciarlo.
