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Las universidades: fortalecer autonomía frente al mercado
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 219 [2007-04-12]
 

Sobre el mercado y la universidad. ¿Por qué tanta insistencia? Debido a que hay un paradigma educativo basado en el mercado al que se afilian sujetos y actores que gozan de poder en la sociedad. Paradigma que, en su visión ortodoxa, tiene efectos indeseables sobre la educación y sobre la esfera de lo público.

Quienes sostienen esta visión claman porque los descubrimientos científicos y el saber se transfieran a todos los segmentos de la economía en intercambio por dinero para las instituciones. Las universidades reciben impulsos oficiales a tal efecto y el discurso empresarial empuja en dirección a la eficacia y la eficiencia a cualquier costo. En el caso de la enseñanza, por ejemplo, piden que no se siga preparando profesionistas, pues consideran que no hay nichos laborales suficientes para ellos. La mano invisible no existe.

En un medio de escasez de recursos públicos, la sociedad civil tiene crecientes demandas para obtener educación, ayudarse a calificar por mejores posiciones ocupacionales y salir de la pobreza. Las universidades están llenas de presiones que las orillan a allegarse recursos económicos para cumplir con sus cometidos. Para este fin, el mercado y la lógica que conlleva se ven como las opciones a seguir. Cada institución marca su propio destino. El sistema de educación superior se vuelve más heterogéneo y presenta más resistencias a las políticas federales. El mercado es desequilibrante.

La sociología ha insistido en que la sobrevivencia, en una sociedad de consumo, lleva a estrategias que orientan a conseguir dinero. En las instituciones educativas se cobran o se elevan las cuotas. Y se vale ganar aumentando desproporcionadamente la matrícula, reduciendo la calidad de la enseñanza o manteniendo a la baja las retribuciones económicas de los profesores.

Para conseguir dinero, las instituciones arriesgan principios y valores. Cuando una universidad tiene que negociarlos pierde en mucho su carácter humanista, el ser conciencia crítica en y desde la sociedad. Renuncia a la formación del hombre como fin de la cultura y a su responsabilidad y proyección social. La ética de la academia, que cubre los esfuerzos por una comprensión global más adecuada de la realidad, queda puesta en juego. La universidad deja de contribuir a la construcción del Estado, hace a un lado lo público. La razón política de la universidad dirigida al bien común se desdibuja. Los efectos del mercado son tan profundos que llegan a develar que el mandato por la universidad es una pugna por el mandato de la sociedad.

Para conservar su autonomía, y por el significado simbólico que hasta ahora tiene, la universidad pública debe ser la primera interesada en fortalecerse académicamente y en mantener una actitud vigilante para preservar sus valores. Gozamos de una ventaja para éste último propósito. La generación más antigua de académicos crecimos en medio de y adquirimos valores académicos muy lejos del mercado. Aceptamos que la competencia está en el centro de la academia, pero exigimos que se dé en igualdad de circunstancias.

Hoy, a los jóvenes muy bien formados, con vocación, les es casi imposible entrar a la vida académica de las universidades públicas. Las crisis sucesivas del país llevaron a cerrarles las puertas y a imbuirles valores de competencia. A los más antiguos nos toca abrirles oportunidades y formarlos como sujetos portadores de la ética universitaria en la que se sustenta una vida intelectual plena y las capacidades para desarrollarla. Es en la sucesión generacional en la que podemos enseñar a no caer en las tentaciones del dinero, en la que se instalan los nuevos valores y permanecen aquellos que dan sentido a la renovación.

Para salir de este momento difícil y problemático de la educación superior hay muchas cosas por hacer. Al gobierno velar por la autonomía y establecer límites para las relaciones de la universidad con el mercado. Cuidar que el subsidio se dedique a fortalecer lo público. A las legislaturas y a las autoridades universitarias crear normas que den vigor a la vida académica institucional. A los académicos desempeñar con rigor nuestras tareas para elevar la calidad de la enseñanza y la investigación. A los empresarios colaborar y apoyar a la universidad pública, porque les conviene.

Considero que los universitarios tenemos la obligación de nutrir la ética académica, darnos seguridad, lo cual generará confianza en el público de lo que decimos y hacemos en la universidad.


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