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Edgar Morin y la reforma reflexiva
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 257, pp.4 [2008-01-24]
 

La reforma educativa se ha convertido en eje de acciones, debates y controversias en nuestro país y en el ámbito mundial. Durante un tiempo considerable, la génesis que la impulsaba provenía del interior de las instituciones y los sistemas, pero en las últimas décadas sus promotores han sido agentes externos que exigen el cumplimiento de necesidades y demandas más cercanas al Estado y el mercado que a la propia academia. La experiencia ha mostrado que sólo en pocas ocasiones es posible hacer transformaciones radicales y en, consecuencia, la mayoría de las veces los cambios son superficiales y se llegan a realizar, incluso, para que todo siga igual.

En la revista Este País se incluye un ensayo del filósofo y politólogo Edgar Morin acerca de la necesidad—cada vez más inaplazable— de reformar la educación, la enseñanza y el pensamiento. Desde una perspectiva holística, Morin considera la necesidad de conjugar “en una misma intención transformadora”, la reforma de la sociedad (que implica reformar la civilización), la reforma de la mentalidad (que incluye la de la educación), la reforma de la vida, de la ética y de la ciencia.

Advierte que durante el siglo XX se realizaron reformas educativas en distintos países del planeta, buscando alcanzar todas ellas, un conjunto variado de objetivos cuyo eje común giraba en torno a modernización y actualización del sistema educativo con el fin de responder a los profundos cambios científicos, tecnológicos y productivos de las nuevas realidades sociales.

No obstante, señala que la concepción del éxito, la buena vida y la conciencia de las vías para lograr el cambio educativo, más que impulsar las reformas, las han conducido a la paradoja del “éxito efímero” e inmediato y el fracaso definitivo a largo plazo.

Para Morin, en la “médula de la reforma educativa”, se encuentra el problema del conocimiento, su organización y la superación de la orientación exclusivamente tecno-científica y economicista que, como resultado de la fragmentación del saber, se concentra sólo en los aspectos técnicos de una parte de las interrelaciones humanas, olvida el resto y de ese modo deshumaniza y descontextualiza el conocimiento que produce.

Asimismo, el alcance de la reforma, va más allá de las modificaciones al currículo formal: implica la apertura a nuevas estrategias educativas y afecta la que para él es la misión educativa fundamental: preparar para la vida.

Morin plantea que la transformación deberá incluir todos los niveles de enseñanza mediante una movilización continua de las ciencias y las humanidades para poner fin a la desunión de las dos culturas.

Así, la educación primaria debería ser el comienzo del “camino de vinculación entre la interrogación sobre la condición humana con la interrogación sobre el mundo”. A su vez, el estudio de los modos de producción de la cultura debería ser el centro de la enseñanza secundaria, donde ocupará un lugar relevante la literatura como escuela y experiencia de vida.

La universidad, por su parte, habrá de cumplir su misión conservadora, regeneradora y generadora mediante la formación profesional y la enseñanza metaprofesional y metatécnica de una nueva cultura. Deberá reformarse “el modo de organizar el conocimiento, la manera de pensar, para abrir espacios a la complejidad y la transdisciplina, ya sea mediante talleres, investigaciones e incluso un centro de investigaciones propiamente dicho”.

De esa manera, la transformación organizacional y curricular simultánea habrá de propiciar la construcción de puentes entre disciplinas y los aprendizajes científicos, humanísticos y de vida que permitan a la universidad cumplir con la doble función de formar especialistas, profesionales y ciudadanos.

En una época en que se pretende otorgar un papel secundario a las humanidades en las propuestas curriculares tecnocráticas, el planteamiento reflexivo de Morin destaca que “la ciencia podrá hacerse consciente si conjuga este aprendizaje humanístico con la iniciación en la lucidez que supone la consideración de la omnipresencia del error, la racionalización, el autoengaño, la posesión de las ideas (en tanto medios de comunicación con lo real y de ocultación de lo real)”.

Además, la formación ciudadana que ha de proveer la enseñanza universitaria incluirá lucidez cognoscitiva y comprensión humana, contribuyendo así a dotar a la ciencia de conciencia, capacidad de reflexionar sobre su naturaleza de ciencia problema, “a la vez liberadora, proveedora de avances cognoscitivos y progresos técnicos inauditos y enriquecedores, y también portadora de graves problemas, riesgos y amenazas por el conocimiento que produce, la acción que determina y la transformación social que genera”. Los planteamientos de Edgar Morin merecen seguir siendo considerados en las reformas educativas que pretenden ir más allá de los cambios curriculares de corte tecnocrático.


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