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PISA
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 253 [2007-12-13]
 

Los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) fueron uno de los acontecimientos relevantes en este cierre de año. No es para menos. El programa, a cargo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), es el esfuerzo de mayor escala, en el ámbito internacional, de evaluación educativa. Y no solamente eso, en cada aplicación de la prueba crece el número de países interesados en formar parte de la evaluación. En México nos hemos concentrado en señalar los bajos resultados obtenidos y en buscar las causas, pero tal vez sería conveniente comenzar a explorar con mayor profundidad tanto la estructura de las pruebas como el significado y las diferencias de los resultados.

El programa cumple en este año su primera década. En 1997 los países miembros de la OCDE acordaron monitorear el logro de sus respectivos sistemas educativos en un esquema de valoración internacional común. Por ello, el PISA es una prueba de evaluación estandarizada.

El acuerdo fue realizar evaluaciones cada tres años a los jóvenes de 15 años en las áreas de lectura, matemáticas y ciencia; las tres áreas se evalúan, pero en cada aplicación se concentra en una de las tres. La primera aplicación fue en el año 2000 y se concentró en el área de lectura, la segunda en 2003 y lo hizo sobre matemáticas y la más reciente, en 2006, correspondió al área de ciencia. Es decir, ya tenemos un ciclo completo del desempeño de los jóvenes en las tres áreas.

En los medios se han reiterado tres elementos: el bajo nivel de competencia de los jóvenes mexicanos y las últimas posiciones que ocupa el país en el conjunto de países evaluados; una enumeración de posibles causas que están a la base de tan malos resultados, encabezando la lista sobresalen tanto el sindicato de maestros como las autoridades educativas, pero también la situación socioeconómica del país, los padres de familia, los legisladores y, claro, profesores e investigadores, y en tercer lugar, lo poco o mucho que se hace para tratar de mejorar los resultados, donde se machacan indefectiblemente los programas de gobierno en marcha. Así fue en la anterior administración y así es ahora. El desempeño, sin embargo, no parece alterarse.

El PISA, como lo indica la OCDE, es una prueba que mide fundamentalmente qué tan capaces son los jóvenes de 15 años de aplicar lo que aprendieron en la escuela sobre lectura, matemáticas y ciencia a situaciones novedosas (qué tan preparados están para el futuro), no tanto los contenidos del plan de estudios o su dominio curricular.

Es una diferencia importante, respecto de la mayoría de evaluaciones, y más si se trata de evaluaciones internacionales estandarizadas. Lo es no solamente porque prefigura ciertas habilidades y capacidades del futuro ciudadano, sino también y principalmente por el tipo de sociedad que traza.

La versión de 2006 del PISA, sin concentrarse en temas específicos o memorísticos, enfatizó el componente de ciencia. Pero, ¿exactamente qué y cómo lo evalúa? Según el esquema conceptual de la prueba, como parece lógico, en ciencia tiene menos valor poseer conocimientos específicos de plantas y animales que comprender tópicos más amplios como el consumo de energía, la biodiversidad o la salud humana (OCDE “Assessing Scientific, Reading and Mathematical Literacy. A Framework for PISA 2006”).

El punto está en que la prueba trata de evaluar la competencia científica (literacy scientific) a través de tres componentes: la identificación de tópicos (issues) científicos, la explicación científica de fenómenos y el uso de evidencia científica. Todos ellos en contexto. Además, valora, por un lado, el conocimiento y las habilidades de esos componentes. Por otro, en cuestionarios aparte, y ésta es una de las diferencias respecto de las aplicaciones anteriores, evalúa las actitudes, los valores y las motivaciones sobre la actividad y tópicos científicos.

El supuesto de la prueba es que la comprensión de la ciencia y la tecnología es central en la preparación de los jóvenes para la vida en la sociedad moderna, tanto porque les permite participar en una sociedad donde la ciencia y la tecnología juegan un papel significativo como por el “empoderamiento” que les otorga para participar adecuadamente en la determinación de las políticas públicas y en su vida personal y profesional.

Sin embargo, lo que cabría preguntarnos es si nuestro sistema de enseñanza básica, o incluso la sociedad mexicana toda, tiene como eje el impulso y el fomento por la actividad científica y tecnológica. ¿No estamos midiendo una preparación para una sociedad —p.e. la del conocimiento— que no se asemeja a la que tenemos? En fin, la aplicación de PISA 2006 tiene otros datos, como la evaluación particular a una muestra del primer grado de educación media superior, todavía no disponible, sobre los que próximamente volveremos.


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