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El legado académico para transformar a la UNAM
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 162 [2006-01-26]
 

En las sociedades avanzadas, dice Bauman (2004), la modernidad es líquida. Hay fluidez, un movimiento permanente, todo es inacabado, cambia y el cambio se da a una mayor velocidad. La modernidad es tan rápida como la motocicleta que deja atrás al carruaje en la imagen de Kundera. Y el cambio y su velocidad afectan a las instituciones que producen conocimiento.

En ese tipo de sociedades se multiplica la variedad de estas instituciones, entre otras causas, por la emergencia de nuevos modos de producción del conocimiento y el manejo de la información, que se han convertido en fuentes de riqueza.

El conocimiento sale de la universidad

Los estudios reiteran que la producción de conocimiento se ha extendido fuera de las universidades. Ha ido en aumento los lugares en los que se produce tan preciado bien: centros dedicados exclusivamente a la investigación o a la investigación y al posgrado, institutos, consejos o departamentos en el gobierno, laboratorios en las empresas, despachos de asesorías y consultorías, organizaciones de la sociedad civil.

Se advierte, además, que la producción de conocimiento no está orientada exclusivamente al desarrollo tecnológico, a la economía, sino también a la creación de productos culturales y nuevos valores que abren la posibilidad de aprovechar las oportunidades de vida (Dahrendorf, 1995) y participar en el devenir y en las decisiones que afectan a la sociedad y a los individuos que la componen.

Las humanidades, las ciencias sociales, así como el discurso político, la literatura, los medios de comunicación, y otras racionalidades existentes, tienen una representación cada vez más pronunciada en la diversificación de las formas de conocimiento que dan cauce a la propia modernidad y al entrelazamiento y la identidad social.

Hoy se acepta que el conocimiento científico ha pasado a ser uno entre otros tipos. Que en la sociedad aparecen nuevas actividades que lo demandan, pero también apremios que se expresan en un conjunto bastante más diverso de exigencias intelectuales. Lo cual ocurre al mismo tiempo que el conocimiento científico prolifera en creciente apertura de campos de especialización cuya dinámica impone una lógica de interconexión entre disciplinas para atacar problemas concretos que emergen en distintos ámbitos sociales. Simplificando, en el mundo supercomplejo todo es cuestionable y el conocimiento en cualquiera de sus modalidades sirve para resolver problemas e impulsar el crecimiento económico, la mejora de la vida en la sociedad y la democracia como sistema político.

Así las cosas, se habla de un nuevo proceso de institucionalización. La universidad pasa a convivir en una configuración institucional en el que pierde su monopolio como productora del saber. Se llega a decir, inclusive, que hay que matar a la universidad que ha existido para que nazca otra acorde a los tiempos de la supercomplejidad (Barnett, 2002).

La universidad, que es parte del núcleo de los cambios y las tensiones sociales, está inmersa en dicho proceso toda vez que en ella radica la formación de nuevos cuadros para satisfacer las demandas de conocimiento, así como una buena parte de su producción.

Grosso modo, la universidad recibe presiones de su entorno para reconfigurarse. Desde una óptica particular para que se convierta en una corporación, con visión empresarial, capaz de tejer alianzas con grupos que activan la economía e imponen, dada la circunstancia, estrategias de crecimiento y apertura de nichos de mercado. Que se vuelva incubadora de empresas y una instancia de ayuda para mejorar la calidad en la toma de decisiones, etc.

Esta concepción busca hacerse hegemónica, pero subsiste con muchas otras. Pero como quiera que se le conciba, la universidad ha estado sujeta a muchas fuerzas que la estimulan a cambiar y uno de los cambios en su organización se relaciona justamente con su papel de productora de un conocimiento que sea oportuno y eficaz para lo que la sociedad demanda.

El nuevo paisaje

En el nuevo paisaje la universidad elabora proyectos para atacar verdaderos problemas de interés público que requieren el concurso de múltiples disciplinas. Esta idea ya es comúnmente aceptada y casi no hay forma de escapar a un ejercicio en el cual interaccionen la ciencia, la tecnología, las humanidades y las ciencias sociales.

El contexto internacional en el que se relaciona la producción de conocimiento con una nueva institucionalidad tiene repercusiones sobre los cambios en las universidades públicas de países como el nuestro. De hecho, se recogen experiencias que se juzgan convenientes. Pero en los cambios también repercute el entorno social en que se desenvuelven y las exigencias del mismo, que las orilla a adaptarse mejor a lo que es y será el México del Siglo XXI con la cauda de problemas que arrastra para llegar a ser una sociedad moderna.

En la UNAM nos hemos estado reuniendo académicos que estamos dedicados a la tarea de analizar el cambio de la universidad pública y delinear sus posibles tendencias en el país con colegas que están involucrados en el proceso de reforma, cuya acción está marcada por los tiempos políticos. Jugamos y mezclamos la teoría con la realidad concreta que se quiere transformar, tenemos en cuenta los avances prácticos que se han alcanzado y hacemos planteamientos generales que sirvan de referencia para un debate informado que guíe la reforma. Es un ejercicio de ida y vuelta del cual surgen propuestas.

A diferencia de lo que ocurre en los países ricos, en el nuestro no existe una estructura institucional para la producción de conocimiento que tienda a reducir significativamente el espacio de la universidad pública, motivo por el cual ésta última sigue siendo la torre de fuerza en la que se asienta la inmensa mayoría de la investigación. Es de interés nacional que el cambio institucional sirva para fortalecerla.

Y ello no se opone, sino al contrario, a que la docencia se realice en magníficas condiciones y a que se le aprecie en todo lo que vale, en un plano de igualdad con la investigación. Valga la insistencia en vincular a la docencia con la investigación para que la universidad cumpla a cabalidad con los nuevos tiempos.

A pesar de desenvolverse en un medio con restricciones financieras, y precisamente por ello, el cambio de la universidad pública requiere ser pensado a través de una reforma integral que sirva al proyecto de desarrollo en sus niveles nacional, regional y local y promueva la producción de conocimiento para atender a los grandes problemas que tienen sumida en la pobreza a una gran porción de mexicanos.

La reforma

La reforma de la universidad va de la mano, además, de mecanismos e instrumentos ligados a la distribución social del conocimiento, lo cual se asocia a la expansión de los estudios universitarios, siendo los egresados destinatarios del saber y promotores del cambio social. Se trata de reformar a la institución para que sea un territorio propicio al encuentro de los agentes y actores que intervienen en el desarrollo, permeable a sus intereses y fructífero para que haya influencia en el devenir social.

La reforma no es sólo de estructuras sino de mecanismos para producir un conocimiento en el que participan tales agentes. Hacia delante la universidad habrá de tener una relación más estrecha con la sociedad, ser una casa abierta para influir y hasta intervenir en su conducción mediante la formulación de estrategias y opciones que aviven el crecimiento económico.

Los ajustes a su organización están orientados por la creación de instancias que apoyen a la academia en un clima de confianza y favorezcan trayectorias de sus cuerpos académicos hacia su consolidación. Dichas instancias hacen gestoría para contar con una buena academia, bien articulada y que dé pié a la creación de liderazgos intelectuales que favorezcan el trabajo colectivo.

La reforma puede pensarse según algunas nociones como la fluidez, elasticidad, permeabilidad, que alienten la movilidad de académicos y estudiantes, la integración de equipos transdisciplinarios transitorios, con miembros temporales dedicados a investigar todo aquello que sirva efectivamente a la sociedad, y la formación de investigadores. Se ha mencionado en las reuniones que hemos tenido con colegas de la UNAM que la universidad, en este momento, se integre con reglas apropiadas que garanticen las condiciones que requiere el trabajo académico en un contexto de nuevas modalidades y mayor dinamismo en la producción, transmisión y distribución del conocimiento. Que permitan el trabajo en redes, así como todo tipo de nexos institucionales que potencien la adquisición y manejo de información. Asimismo, la acumulación de capital intelectual y una investigación que sea más eficaz, nutrida por los agentes involucrados en el desarrollo social.

En fin, nos toca tener en cuenta las experiencias de los cambios de la universidad en el mundo, imbuir a la sociedad de la responsabilidad que tenemos en el trabajo académico e infundirle una actitud reflexiva, pero sobre todo conformar la nuestra a partir de lo que somos y de lo que recuperemos de las tradiciones académicas que nos ha legado la historia. Y la finalidad es que el conocimiento elaborado y transmitido en la universidad haga del país una economía más competitiva, una sociedad más justa y una democracia más participativa y efectiva.


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