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Educación superior, espacio público y estructura de oportunidades
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 904, pp. [2021-06-17]
 

La sociedad mexicana de hoy tiene, entre otras características, una población con una alta proporción de pobres, muchas vidas que se desperdician, elites muy enriquecidas, y una clase media que siente reducirse y que ha experimentado, desde hace tiempo, incertidumbre sobre su futuro. En estas condiciones, se llevaron a cabo las elecciones del domingo seis de este mes.

Hay quienes interpretan los resultados como una expresión de la pluralidad política que se vive en el país. Pero también, pueden verse como ejemplo de una polaridad de proyectos entre dos fuerzas políticas: una que se ha propuesto transformar la sociedad para liquidar la corrupción, la desigualdad, la discriminación y fortalecer el bien común, y otra que se resiste a perder los privilegios de los que ha gozado por decenios. Síntesis de la disputa por la nación.

Como quiera que se perciba la realidad, sería deseable que se comience a gobernar mediante acuerdos que le den legitimidad y gobernabilidad al gobierno, tal que se pueda construir una sociedad política y moralmente renovada, justa. Acuerdos para establecer un curso de desarrollo con crecimiento económico, que destape la estructura ocupacional para que pueda haber movilidad social ascendente, que haga sentir progreso. Mientras se mantenga el país sin capacidades para estimular el mejoramiento social, sin aprovechar toda la energía humana con la que se cuenta, se corre el riesgo de que se alimente la polaridad, las salidas políticas autoritarias de derecha, y que se mantenga una estructura social en la que sólo unos cuantos ganan.

Considero que la debacle en la que estamos tiene que ver con la educación, y muy particularmente con la superior. Es un propósito serio ampliar la cobertura, para que ingresen a la universidad todos aquellos que deseen estudiar y hayan terminado bien su bachillerato, bajo los principios de la obligatoriedad y la gratuidad, garantes del derecho a formarse como profesionistas, maestros o doctores en algún campo del conocimiento. En la superior se crean los cuadros de alto nivel que se requieren para emprender una mejor ruta.

Incrementar las oportunidades de estudiar el nivel superior para quienes se encuentran entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad, supone apoyarlos para que concluyan el bachillerato y para que no abandonen sus estudios por motivos económicos de sus familias. Hay que superar el que la discriminación y la principal desigualdad provengan del sistema educativo, entre los altamente escolarizados y quienes no pudieron, siquiera terminar la primaria. Esta división social entre los educados y los no educados es altamente dañina, como lo ilustra Sandel (2020), profesor de filosofía política, en su libro sobre “La tiranía del mérito”.

El autor de este libro trae a colación lo que él llama la retórica del ascenso social, que está estrechamente vinculada al discurso del mérito. Tal discurso busca convencer que el ascenso social se da por la vía de la educación superior. Sostiene que cualquier persona, independientemente de su raza, genero, credo o clase social tiene oportunidades para estudiar y ascender en la vida, hasta donde su esfuerzo, voluntad o capacidad se lo permitan. Y que quien no estudia lo hace por falta de voluntad. Luego, entonces, no quiere superarse, no puede ser ganador. Y, en esa circunstancia, puede resultar discriminado.

Las fallas no son sólo de las personas. Los políticos no han hecho bien su tarea: formular y ejecutar políticas de equidad; ampliar las oportunidades. En USA, dice Sandell, hay personas que no disponen de oportunidades para educarse y adquirir las destrezas necesarias para competir en el mercado laboral. Frente a ello, opera el despotismo del mérito, que hace sentir injusticias y frustración en sectores sociales que terminan por apoyar a la derecha. De hecho, los menos educados, en una proporción considerable, votaron por Trump. Son los que encontraron cerrado el ascenso, quienes se han vinculado a partidos y movimientos conservadores, no sólo en el país vecino.

En México, la movilidad social ascendente ha estado fuera del alcance de un nutrido sector social que aspira a mejorar su situación, intra e intergeneracional. Son colectivos que han sido desfavorecidos y que tampoco han encontrado un proyecto común que los agrupe y los revalore en su trabajo, en lo que son. Ha hecho falta más Estado que, en lugar de paliativos y dichos contra la clase media y los posgraduados, impulse un nuevo curso del desarrollo que genere bienestar y permita tener una vida digna, con cohesión y solidaridad. Un espacio público en el que las grandes mayorías encuentren satisfactores y realizaciones.

El ejercicio electoral pasado deja la idea de que tenemos que romper rencores y mitos. La necesidad de abrir espacios de diálogo sobre objetivos sociales y medios para alcanzarlos, espacios públicos en los que se pueda razonar cómo salir de las grandes cuestiones que nos tienen apresados, para lo cual las universidades pueden jugar un papel de primera importancia.


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