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“El virus de la desigualdad” y la educación
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 886, pp. [2021-02-04]
 

Una de las primeras alarmas que sonó en todo el mundo, en el primer trimestre del año pasado, fue la pandemia como amenaza global. También desde entonces se temía la profundización de la desigualdad que provocaría en todo el orbe. Un año después tenemos mayor certeza, pero todavía información incompleta.

Si el 2020 fue calificado como el año de la ciencia por el retorno del conocimiento a la primera línea para contender con un problema de escala mundial y por la celeridad mostrada en las fases de elaboración de una vacuna para el coronavirus, la desigualdad fue la contra cara del mismo año de la pandemia. La tragedia y la esperanza han sido exhibidas y viralizadas en tiempo real.

El discurso de Antonio Guterres, el secretario general de Naciones Unidas, en el homenaje a Nelson Mandela en julio del año pasado, cuando los estragos de la pandemia en la población más vulnerable ya eran inocultables, ilustró la contundencia de la desigualdad y calificó de mito que todos somos pasajeros del mismo barco. Y añadió: “Pues si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan en súper yates mientras otros se aferran a desechos flotantes” (t.ly/NoLz).

La proporción de los efectos de la pandemia se han desdoblado al mismo tiempo que tratamos de precisar su magnitud, porque no solamente se trata de desigualdades de clase social o de ingresos monetarios. La literatura académica desde los años setenta y ochenta del siglo pasado ha hecho notar la intervención de otras variables clave de la desigualdad, como el género, la etnia, la discapacidad, el grupo de edad o el lugar de residencia.

Al nivel de ingresos se le añade el ámbito en el que naces y creces (urbano, rural o urbano marginal, por ejemplo) para perfilar una trayectoria. Lo mismo si eres hombre, mujer, joven, de la tercera edad, indígena o no indígena. Una serie de rasgos de desigualdad que se refuerzan unos a otros y generacionalmente es difícil evadirlos.

La organización OXFAM publicó la semana pasada su informe: “El virus de la desigualdad. Cómo recomponer un mundo devastado por el coronavirus a través de una economía equitativa, justa y sostenible” (t.ly/ylps). Un informe que sintetiza algunos de los indicadores que diferentes organismos y estudios han acumulado en torno a los efectos de la pandemia a lo largo del año pasado. El conjunto de datos y una encuesta realizada a economistas alerta que, por primera vez desde que hay registros, la desigualdad prácticamente se incrementará en todos los países del mundo.

En el informe se organizan y plantean en conjunto los diferentes indicadores y resalta la desproporción entre las personas que han concentrado todavía más riqueza en medio de la pandemia y un incremento mayoritario de la desigualdad en mujeres, poblaciones vulnerables y pueblos indígenas.

Por ejemplo, destaca que entre marzo y noviembre del año pasado, las mil mayores fortunas en el mundo recuperaron el nivel de riqueza que tenían previo a la pandemia. Una rapidísima y boyante recuperación en nueve meses. Por el contrario, a las personas en situación de pobreza les podría llevar 14 veces más de tiempo llegar al punto que tenían anterior a la pandemia. O sea, alrededor de una década. Una intervención gubernamental oportuna, se añade en el reporte, podría disminuir el plazo a tres años.

También expone que las mujeres tienen una mayor participación en los sectores económicos afectados por la pandemia y por tanto han estado más expuestas a perder el empleo o los ingresos. En el caso de México: “una de las pocas economías emergentes que aún no ha puesto en marcha programas adicionales específicos para apoyar a las personas en situación de pobreza frente a la pandemia, el 21 por ciento de las mujeres que trabajaban en el sector informal había perdido su empleo en mayo de 2020, frente al 15 por ciento de los hombres en el mismo sector” (p. 28).

La educación es otro de los sectores dañados por el cierre de los planteles escolares. El informe de OXFAM, citando estimaciones de UNESCO, destaca que para cerca de 33 millones de niños, niñas y jóvenes de países pobres, tal vez el ciclo escolar anterior fue la última ocasión que estuvieron en la escuela. Una dimensión de abandono escolar que, en el territorio nacional, estamos por conocer. Tal vez lo más grave es que “la pandemia revertirá los avances realizados durante los últimos veinte años en cuanto a la educación de las niñas” (p. 40).

Ciertamente, en el mundo, desde que inició el cierre de las instituciones escolares y se planteó como alternativa la educación virtual a través de medios digitales se hicieron notar las desventajas que enfrentarían los estudiantes de familias en condiciones desfavorables. Las limitaciones de acceso a Internet y un dispositivo tecnológico podrían hacer la diferencia entre continuar o no en la escuela.

No está en el reporte, pero los resultados recientes del Censo de Población y Vivienda muestran que solamente el 38 por ciento del total de los hogares en México cuenta con computadora o laptop y el 52 por ciento tiene acceso a Internet, pero el 87 por ciento tiene teléfono celular y el 91 por ciento televisor. Sin embargo, salvo las clases por televisión e iniciativas institucionales aisladas, no hubo ningún programa nacional para facilitar el acceso a las tecnologías de la información de los estudiantes.

En fin, el informe también sugiere una serie de medidas que deberían ponerse en marcha para revertir el efecto de la pandemia en curso. Sin embargo, lo cierto es que apenas nos estamos acercando a sus dimensiones más gruesas, en buena medida porque todavía sigue entre nosotros y porque algunos de sus efectos no terminamos de medirlos.

Pie de página: Desde la república de Twitter el senador Ricardo Monreal dice que las redes sociales sí requieren “un marco jurídico claro”. // También de la misma república la directora de Conacyt, Álvarez Buylla anuncia que: “En los próximos meses veremos una refundación del #SNI”. Sí, eso escribió.


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