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Joe Biden, fe pública en la ciencia y foro bilateral
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 884, pp. [2021-01-21]
 

Joe Biden ya es el nuevo presidente de los Estados Unidos y las relaciones con México, después del inescrutable recorrido que tuvieron en el mandato de Donald Trump, ingresarán en una nueva fase. El contexto y los recientes desencuentros en materia de seguridad y energía entre ambos países presagian que el entendimiento no será nada terso. ¿Las cosas serán distintas en el terreno de la educación superior y en la ciencia y la tecnología? Tal vez sí y podría ser para bien.

El presidente Joe Biden tiene una larga carrera política, una trayectoria de 50 años que comenzó como consejero de condado, un par de años después arribó a un escaño en el Congreso –en su momento uno de los senadores más jóvenes–, reelecto en el Senado estadounidense en media docena de ocasiones, posición que ocupó hasta antes de pasar a la vicepresidencia en el periodo de Barack Obama. O sea que es un político profesional, altamente experimentado y conoce el ejercicio de la administración pública.

La diferencia con la improvisada y caótica incursión en la política del empresario Trump es más que evidente. ¿Eso sería suficiente para señalar que las cosas con él serán distintas en los sectores académico y científico? Sí, aunque no permite advertir cómo y en qué sentido lo sería.

El compromiso del presidente demócrata de presentar inmediatamente una iniciativa de ley en materia migratoria y las filtraciones sobre las características que tendría, anticipan que la reforma será “amplia y radical”. O sea, incluye opciones para la ciudadanización de inmigrantes sin documentos –lo cual beneficiaría directamente a los “Dreamers” del programa DACA–, cambio en el estatus de refugio y una política más flexible en la admisión de sus fronteras. Así que el cambio también será benéfico para la internacionalización de la educación.

Los intercambios académicos entre naciones y el tema de la internacionalización quedaron en pausa, cuando no en franco retroceso, en la administración trumpista. La rudeza en el otorgamiento de visas para personal calificado y los obstáculos migratorios desalentaron a muchos de los mejores cuadros calificados que querían visitar, estudiar o trabajar en los Estados Unidos. Eso seguramente se modificará en este periodo.

Otro elemento es el cambio en las instancias administrativas de las políticas científicas estadounidenses. Biden elevó la Oficina de Ciencia y tecnología a rango del gabinete. Esto es: “el puesto de asesor de ciencia al nivel del gabinete, algo que sucede por primera vez en la Casa Blanca” (Los Angeles Times. 18.01.2021). Porque, en marcado contraste con la administración previa que alentó el fanatismo y subestimó las verdades científicas, el demócrata anunció que pondrá por delante la actividad científica para “reforzar la fe pública en la ciencia”.

Al frente de la Oficina nombró a Eric Lander, un científico reconocido en el campo de la genómica, líder del Proyecto Genoma Humano, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y también fue asesor de Ciencia y tecnología del presidente Barack Obama.

La carta que dirigió Joe Biden a Lander es elocuente de lo que espera de él (is.gd/VqEHGi). En el primer párrafo evoca la solicitud que le hizo Roosevelt en 1944 al científico Vannevar Bush para impulsar el desarrollo nacional a través de la ciencia y la tecnología. Bush, el célebre ingeniero y científico que comandó el Proyecto Manhattan, precursor de la informática y de la Red e igualmente director de la Oficina de Ciencia y Tecnología, dio respuesta a través del influyente informe “Science The Endless Frontier” que luego daría paso a la creación de la National Science Foundation.

Ahora Biden le solicita a Lander un hacer un esfuerzo similar y le pide recomendaciones para cinco grandes desafíos: los aprendizajes de la pandemia para atender las necesidades de salud pública; qué se podría hacer para abordar el cambio climático sin limitar el desarrollo; cómo liderar las tecnologías e industrias del futuro; cómo beneficiar a todos con los avances científicos y tecnológicos; y cómo garantizar la preservación de la ciencia y la tecnología a largo plazo en los Estados Unidos y su condición de polo de atracción. Las respuestas tendrán mayor importancia para los estadounidenses pero sus repercusiones podrían ser para todo el mundo.

Por último, vale la pena recordar que en septiembre de 2013, al comienzo del segundo periodo de Obama y el inicio de la presidencia de Peña Nieto, el entonces vicepresidente Biden visitó México para la realización del “Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación” (FOBESII). Una iniciativa trunca para materializar la idea de incrementar la formación de jóvenes latinoamericanos en los Estados Unidos y de multiplicar por un factor de ocho a los becarios mexicanos en el país vecino del norte, entre otras propuestas. Hoy en la presidencia será más fácil concluir esa tarea.

La agenda de discusión y la cooperación entre México y Estados Unidos tiene temas espinosos a la cabeza, como la migración, los asuntos fronterizos, los tratados en seguridad, energía, las normas del T-Mec y muchos otros, antes que los académicos y científicos. No obstante, estos últimos podrían ser más susceptibles de resolverse de forma favorable para ambas naciones.

Pie de página: El presidente López Obrador encomendó al Conacyt, junto con otras dependencias gubernamentales, una tercera misión: buscar alternativas a las redes sociales conocidas para que no haya censura. Ya veremos en qué termina.


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