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La centenaria. Segunda parte
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm. 891, pp. [2021-03-11]
 

Como un ciclón. Así llegó Vasconcelos a la rectoría de la Universidad Nacional en reemplazo de Balbino Dávalos, quien fuera rector solo unas semanas de 1920. En esa época ese nombramiento era una prerrogativa presidencial y adjudicaba el cargo simultáneo de máxima autoridad en la casa de estudios y jefe del Departamento Universitario y de Bellas Artes, instituido tras la desaparición de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes determinada por la Constitución Federal de 1917.

Tomó posesión el cargo de rector el 4 de junio de 1920 y duraría en él menos de un año y medio al ser designado por el presidente Álvaro Obregón primer titular de la Secretaría de Educación Pública. La lectura de su discurso de investidura refleja que el futuro secretario llevaba a la Universidad un objetivo claro y un plan de acción para lograrlo.

Con toda claridad lo expresa cuando dice: “Desde hace varios años, muchos mexicanos hemos venido clamando porque se restablezca en México un Ministerio de Educación Pública Federal. Creo que el país entero desea ver establecido este Ministerio, y al ser yo designado por la Revolución para que aconsejase en materia de educación pública, me encontré con que tenía delante dos maneras de responder: la manera personal y directa que hubiese consistido en redactar un proyecto de ley del Ministerio de Instrucción Pública Federal, proyecto que quizás habría podido llegar a las Cámaras; y la otra manera, la indirecta, que consiste en venir aquí a trabajar entre vosotros durante un periodo de varios meses, con el objeto de elaborar en el seno de la Universidad un sólido proyecto de ley federal de Educación Pública.” (Boletín de la Universidad, agosto de 1920).

Lo propuso y lo hizo, el mismo año se elaboró un anteproyecto para la creación de la Secretaría de Educación Pública. Pero no era esa la única tarea que traía en mente Vasconcelos. La segunda, no menos importante, la de emprender, desde la Universidad, una gran campaña de alfabetización, que no se limitara a la instrucción de los elementos básicos de lectura y escritura sino orientada a la ilustración popular. A esa tarea convocaría a los universitarios, estudiantes y profesores, desde el mismo acto de toma de posesión de la rectoría: “Organicemos entonces el ejército de los educadores que sustituya al ejército de los destructores. Y no descansemos hasta haber logrado que las jóvenes abnegadas, que los hombres cultos, que los héroes todos de nuestra raza se dediquen a servir los intereses de los desvalidos y se pongan a vivir entre ellos para enseñarles hábitos de trabajo, hábitos de aseo, veneración por la virtud, gusto por la belleza y esperanza en sus propias almas. Ojalá que esta Universidad pueda alcanzar la gloria de ser la iniciadora de esta enorme obra de redención nacional” (ídem).

De inmediato el rector publicó una serie de convocatorias para organizar la campaña. Las primeras “circulares” al respecto se difundieron en julio de 1920 y en ellas, además de convocar a todos los ciudadanos interesados en participar en ella, se establecían instrucciones generales para la enseñanza de la lectura y escritura así como inculcar hábitos saludables de aseo, higiene, alimentación y cuidado personal. En esos textos, además, comprometía a la Universidad para desarrollar una labor editorial de apoyo a la campaña (cartillas de alfabetización, libros y útiles escolares), así como para certificar la labor de los voluntarios reconociendo su tarea con el nombramiento de Profesor Honorario de Educación Elemental.

La misión de ilustración popular plasmada en la campaña alfabetizadora encuentra antecedente en los proyectos y tareas del Ateneo de la Juventud del que Vasconcelos fue fundador y miembro prominente. Principalmente a través de la Universidad Popular, Mexicana, fundada en 1912 y en operación hasta 1920, los ateneístas intentaron difundir la cultura universitaria en los sectores populares mediante charlas, conferencias, conciertos, actos de divulgación científica, entre otras actividades. El espíritu del Ateneo estaría presente tanto en la campaña alfabetizadora, como en el diseño de la SEP y en la posterior institucionalización de la extensión universitaria.

De manera simultánea a la proyección de la campaña, Vasconcelos y sus asesores se dieron a la tarea de idear y diseñar el proyecto SEP. Para el efecto, el rector respetó el canon universitario según el cual para ser reconocido como un proyecto de la Universidad, el diseño normativo correspondiente debía ser conocido, discutido y aprobado por el Consejo Universitario. Al órgano colegiado se presentaron, en el segundo semestre de 1920 dos proyectos. Uno suscrito por el rector, y el segundo firmado por Ezequiel A. Chávez. Como era de esperarse, el Consejo consideró mejor fundamentado y con mayor viabilidad el proyecto del rector y los aprobó sin cambios. Al comparar los dos documentos se aprecian tanto diferencias como coincidencias. El de Chávez abunda, en la exposición de motivos, en antecedentes, datos de diagnóstico y reflexiones sobre la necesidad de fortalecer el sistema educativo nacional. El de Vasconcelos es principalmente un programa de reordenamiento institucional para coordinar las tareas educativas de estados y municipios sobre bases comunes y acordes al propósito de desarrollar un sistema nacional. A ello denomina “federalización educativa”.

La estructura básica que propone el proyecto de Vasconcelos consistía en una instancia central y tres departamentos: el departamento escolar, el de bibliotecas y el de Bellas Artes, además de la recién creada dirección general de enseñanza técnica. Lo más importante, sin embargo, consistía en el propósito de integrar en una instancia de primer nivel en la administración pública federal la totalidad de los servicios educativos del país.

Antes de remitir el proyecto al Congreso, Vasconcelos optó por difundirlo en la prensa nacional para recibir, recoger y contestar comentarios. Esta acción sería un primer paso en la tarea más compleja: convencer a autoridades, legisladores y poderes públicos en las entidades federativas de las ventajas de una administración centralizada. Al implicar una reforma constitucional, la primera del texto aprobado en 1917, la labor de convencimiento resultaba indispensable. De ello nos ocuparemos en la próxima entrega de esta serie.


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