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50 años del CCH
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm. 885, pp. [2021-01-28]
 

El primero de febrero de 1971 la Gaceta UNAM dio a conocer, en un número extraordinario, la noticia “Se creó el Colegio de Ciencias y Humanidades”. En esa edición se informaba: “En su sesión ordinaria del día 26 de enero próximo pasado, el Consejo Universitario aprobó por unanimidad la creación del Colegio de Ciencias y Humanidades, del proyecto presentado por la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México y por las Comisiones del Trabajo Docente y de Reglamentos del propio Consejo.”

Con ello cristalizaba una idea que el entonces rector, Pablo González Casanova, había concebido, discutido y madurado largo tiempo. En 1953, en el Cuarto Congreso Nacional de Sociología, el distinguido sociólogo presentó la ponencia “El problema del método en la reforma de la enseñanza media”. Hacia esas fechas se desarrollaba un importante debate, en el medio universitario, acerca de la orientación y organización del ciclo de bachillerato. En ese marco, González Casanova hacía notar la inconveniencia de una enseñanza preparatoria que, a la vez, subsanara el déficit de aprendizaje de los egresados de la secundaria y les brindara conocimientos suficientes para emprender el estudio de las profesiones. En lugar de ello, proponía la opción de “entregar al estudiante una cultura elemental intensiva y algunas experiencias muy particulares sobre lo que pueda ser la labor de un científico o de un humanista en el momento en que explora un campo de su especialidad.”

En ese orden de ideas, sostenía el autor, “no debemos tener seis o siete bachilleratos, sino dos, el de ciencias y el de humanidades.” En nota al pie de página adherida a esta última expresión, agregaba: “Esta idea no contraría la de un bachillerato único y flexible. A todos los alumnos se impartirá cultura general y las opciones en materia de ciencias y humanidades se basarán, principalmente, en la elección de seminario o laboratorio.”

La ponencia de González Casanova añadía ideas complementarias. Dice ahí: “es necesario buscar cuál es el núcleo de la cultura y el método que deba impartir la Preparatoria, y después buscar en cada una de las materias cuáles son los temas, los métodos, los problemas esenciales, para evitar que sigamos entregando a los alumnos catálogos y directorios de filosofía, de literatura, de ciencias. Por lo pronto me voy a limitar a enunciar algo nuevo: (…) se desea de un bachiller que sepa pensar, escribir y calcular, y que posea en principio una cultura científica y humanística. Pero no solo, sino que se desea abrirle posibilidades, horizontes: que sepa para qué sirven el pensar y el escribir, y el calcular, y las ciencias, y las humanidades.” Concluía señalando. “Todo esto se puede hacer, y se puede hacer ahora mismo, en una o dos escuelas por lo pronto, pero se puede hacer.”

Quizás no era el momento para una reforma de tal calado. De hecho, una década habría de transcurrir desde entonces hasta la reforma de la Escuela Nacional Preparatoria promovida por el rector Ignacio Chávez, en la cual se aumentó de dos a tres años la duración del ciclo y se implantaron cuatro áreas propedéuticas para las diversas licenciaturas: la de físico matemáticas, la de ciencias biológicas y de la salud, la correspondiente a ciencias sociales y la orientada a las humanidades y las artes.

Designado rector en 1970, González Casanova encontró la oportunidad de materializar su ideario educativo y pedagógico sobre el sentido del bachillerato universitario. En ese momento, dos preocupaciones se añadían a la necesidad de diseñar alternativas innovadoras para refrescar los contenidos y las formas de enseñanza. Una era la restaurar la normalidad universitaria gravemente afectada por los eventos de 1968 y sus secuelas. La segunda, encontrar una alternativa para atender al notable incremento de la demanda de acceso al bachillerato de la UNAM. Como efecto del Plan de Once años emprendido durante la segunda gestión de Jaime Torres Bodet al frente de la SEP (1958-1964), un creciente número de jóvenes tocaba a la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria sin conseguir inscripción. En 1970, menos de la mitad de los 25,300 aspirantes consiguieron un lugar.

Para atender la problemática, el nuevo rector integró un equipo, principalmente integrado con jóvenes de la generación del 68, con la tarea de desarrollar proyectos bajo el título de Nueva Universidad de México. De su trabajo surgirían dos iniciativas: el Colegio Nacional de Ciencias y Humanidades, con bachillerato, licenciatura y posgrado y la Escuela Nacional Profesional, concebida como enseñanza media superior orientada a la capacitación técnica. La idea era tan ambiciosa como inviable, implicaba la creación de una universidad alternativa dentro de la universidad tradicional. Por ello, se trasladó la iniciativa a un segundo grupo de trabajo que formó el plan de estudios del nivel bachillerato del Colegio de Ciencias y Humanidades que, poco después, revisaron y dictaminaron las comisiones referidas del Consejo Universitario.

Según testimonio de Alberto Bernal Sahagún, primer coordinador del CCH (1971-1973), “la responsabilidad fue confiada al trabajo conjunto de la Coordinación de Ciencias, la Coordinación de Humanidades, las facultades de Filosofía y Letras, Ciencias, Ciencias Políticas y Sociales, Ciencias Químicas y la Escuela Nacional Preparatoria. De ahí surgió el proyecto definitivo del Colegio de Ciencias y Humanidades.” El 12 de abril de 1971 abrieron sus puertas los primeros tres planteles: Parque Vía (luego Azcapotzalco), Los Remedios (luego Naucalpan) y Vallejo, con 15 mil estudiantes de primer ingreso.

Hace cincuenta años.


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