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¿Qué pasa con los académicos?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 868, pp. [2020-09-24]
 

Este texto parte de un artículo que escribimos Ma. Herlinda Suaréz y yo con el mismo título (2016). Pero, lo que sigue a continuación es solo de mi responsabilidad. Presento aquí varios puntos de vista sobre la situación de quienes enseñan e investigan, particularmente en las universidades públicas, y algunos de sus desafíos.

¿Qué escenarios tenemos, con la nueva ley de educación superior, a la luz de cómo nos hemos constituido en los últimos decenios? Quienes formamos el universo académico necesitamos debatir qué nos ha pasado y hacia dónde nos puede empujar la política educativa del actual gobierno; expresaré una opinión personal.

El grupo de los académicos, hasta ahora, se ha adaptado a los mecanismos y estrategias que han convertido a las universidades públicas en instituciones administradas con una lógica centrada en la competencia y la productividad a secas. Con honrosas excepciones, los académicos se encuentran sumergidos en la tarea de “no quedarse atrás”, de producir, de llenar los indicadores con los que contabilizan su trabajo, de lo cual depende su nivel de remuneración.

Desde que se instauró la deshomologación salarial para los académicos, en los años ochenta del siglo pasado, se han dado fuertes diferencias objetivas en el grupo, seguidas por otras de carácter subjetivo.

Al colectivo lo caracteriza la diversidad funcional y la heterogeneidad. Los académicos tienen diferencias entre y dentro de las figuras. Desigualdad en las posiciones académicas, distinta ubicación en las jerarquías meritocráticas, discrepancia en las concepciones científicas, políticas e ideológicas. Los académicos no presentan una agregación general de intereses.

Estamos en un régimen laboral en el que se exige obtener resultados tangibles en un tiempo lo más corto posible. En algunas instituciones hay hasta cuotas anuales. La prisa de publicar de inmediato va más allá del impacto científico y social que puedan tener los resultados de investigación. El conocimiento reportado es hasta secundario para quienes enjuician; lo que importa es cuánto se publica. Quien no publica lo suficiente queda excluido de los reconocimientos y estímulos. Se vive en un régimen de premios y castigos. Si no publicas, pereces.

El estatus académico está relacionado con el ingreso monetario, el prestigio y el reconocimiento que otorgan el SNI, y otros estímulos al desempeño. Para lograr una posición más alta hay que recluirse para cumplir y acumular puntitos, aunque las becas se pierden con la jubilación.

El trabajo académico y sus resultados, en general, están vinculados a la capacidad de las instituciones a las que está adscrita la persona. Las posibilidades institucionales se ligan a la eficiencia y poder de las burocracias para negociar con las burocracias de los gobiernos, y obtener recursos. Un reto es conseguir un rectorado eficaz y eficiente, y que los académicos tengan el control de la academia. La administración debe servir a la academia.

Con el arribo de las nuevas tecnologías se instauró un modo de producción en el que el proceso laboral se alinea al paradigma informacional. El trabajo académico ha sufrido una transformación fundamental en el tiempo y el espacio, dando lugar a convivencias y coincidencias virtuales que, con la pandemia, se han acentuado.

Con las nuevas tecnologías, los maestros han dejado de ser los únicos actores legitimados del saber, y los libros el centro que articula la cultura. La constitución de sujetos se da a partir de la conexión/desconexión con los aparatos electrónicos. Existe un desordenamiento cultural marcado por una ruptura generacional sin parangón en la historia. A la par del envejecimiento de la planta.

Se agregan las identidades fracturadas, a raíz de la reconversión del ser y los valores académicos asociados a la competencia y el mercado académico. El personaje colectivo que investiga y da clases, en el nivel superior, ha tenido un cambio en su subjetividad que nos interpela como actores de la educación.

El interés propio va por delante del interés colectivo. Se han adquirido códigos, valores y representaciones que no concuerdan con el ethos académico fundado en el pacto basado en la autonomía y la libertad del sujeto académico. Los académicos se convirtieron en un sujeto sujetado, sumiso, que adquirió confort.

El desafío ahora es actuar para que se paguen salarios justos, que se asignen recursos para un retiro digno y que se implante un régimen de confianza para el trabajo académico, con periodos de evaluación estipulados en los estatutos de personal académico de cada institución, ligados a una sola trayectoria académica.

Hoy, con la desestructuración causada por la pandemia en el sistema de trabajo, la pregunta es sí, dados los antecedentes, los académicos pueden crear condiciones que los libere de las relaciones mercantiles en el campus y reconstruir la academia bajo una lógica de autonomía, libertad y confianza. Y, desde ahí, formar un sujeto social ciudadano que actúe con razonabilidad para fundar un nuevo orden institucional y social que haga florecer la ciencia y recupere el hábito de la utopía.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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