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Movimientos estudiantiles
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 767, pp. 5 [2018-08-23]
 

El Seminario de Educación Superior (SES) de la UNAM organiza un curso anual durante el segundo semestre del año. El viernes 10 de Agosto del presente, comenzó la XII versión dedicada al estudio de los movimientos estudiantiles en el último siglo. Participan como expositores académicos mexicanos y extranjeros, quienes han sido participantes, testigos o analistas de estos procesos (Véase toda la información en la página del SES).

El curso actual está pensado para resaltar la importancia política y cultural de tales movilizaciones, sus impactos en la educación superior y en la sociedad. También, para rememorar y homenajear al movimiento de Córdoba, Argentina, de 1918 y al medio siglo del movimiento del 68 en México.

La actividad docente del SES es presencial y a distancia. Está dirigida a estudiantes y a otros públicos que asisten a las conferencias. Además, se proyecta en tiempo real a 23 sedes en México y América Latina. Este año, el curso cubre a más de quinientos alumnos, y cada sesión se graba y queda puesta en la página del SES, para quien deseé verla y escucharla.

Los movimientos estudiantiles son de extrema importancia para los académicos e investigadores preocupados por el cambio y el conflicto social, interesados en las transformaciones institucionales. Tales movimientos muestran, cuando se desatan, que los jóvenes estudiantes pueden volverse un sujeto social, un colectivo que lucha por fines concretos, de resistencia o defensa de derechos violados en la sociedad, o en las aulas, contra iniciativas educativas de las autoridades que no se consideran justas.

Los movimientos estudiantiles son un calibrador de que algo no esta bien en la sociedad, de búsqueda de salidas ante situaciones que oprimen, complicadas por sentimientos de impotencia para cambiarlas. El movimiento M15 en Europa, puede servir como ejemplo reciente de cómo se originan y desarrollan las movilizaciones de estudiantes.

En América Latina, el movimiento por la reforma universitaria de 1918 fue sustancial y abrió paso a la autonomía universitaria, que en México se conquistó con otro movimiento estudiantil en 1929, cuyo resultado fue fundamental para el desarrollo y crecimiento de nuestras universidades. Posteriormente, el movimiento del 68, como se ha dicho, cambió el escenario político nacional, una de cuyas repercusiones ha sido la lucha contra el autoritarismo en favor de un régimen democrático, con todo lo que eso significa para la vida social de México. Hay una vasta literatura sobre el tema, a nivel nacional e internacional, y ensayos sobre cómo afectó a las universidades públicas en los estados de la República.

Sobre los movimientos estudiantiles en América Latina destacan los cinco libros coordinados por Renate Marsiske, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM. Son trabajos de consulta obligada en el análisis de los estudiantes, que se suman a otros trabajos multicitados como el de Portantiero (1978) sobre estudiantes y política. En ellos podrá apreciarse cómo los movimientos estudiantiles cambiaron la faz de las universidades y la vigencia de tales movilizaciones en la actualidad.

Resalto también otro libro “La izquierda estudiantil universitaria” (Rivas, 2007) que trata el período 1958-1972 en la UNAM. Este trabajo otorga antecedentes de la permanencia política de los estudiantes en la UNAM y cómo se engarzaron en el 68. Pero, también, avanza elementos para entrar al análisis del movimiento encabezado por el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) realizado en 1986-87, cuyo recuento, según mi entender, trascendió el ámbito institucional, trastocó medidas y valores en el campus, que después salieron fuera, rumbo a la campaña política del 88. La movilización del CEU, en ese entonces, coincidió con otras protestas estudiantiles en España y Francia sin que hubiera nexos directos entre ellas.

Los dirigentes del CEU entendieron que los estudiantes son actores políticos, sujetos con capacidad de transformación, cuya práctica agrupa a personas de distintos orígenes y condición social. En este caso, jóvenes acompañados por profesores mostraron que la universidad es un espacio de interacción intergeneracional, donde impera el razonamiento y la razonabilidad política para llegar a acuerdos. Cuando se trastoca la posibilidad de diálogo, por cualquier bando, y la autoridad se queda sin capacidad de llegar a acuerdos con los estudiantes, se dan conflictos como el de la UNAM en 1999, que se vuelven verdaderos galimatías.

Finalmente, los movimientos estudiantiles han sido un baluarte en la defensa de la autonomía y la democracia. Nuestras universidades públicas son lo que son por la autonomía, cuyo concepto está revisado en un número especial de Perfiles Educativos (IISUE, 2010). Históricamente fundamental fue la defensa de la autonomía que hizo el Rector Barros Sierra. Y en esa línea, el Rector Graue ha declarado la indispensabilidad de la autonomía y la democracia, de la libertad y la igualdad social, de la calidad y equidad educativa, como valores que enarbolamos los universitarios y pilares para la buena marcha de nuestras instituciones.


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