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Cuarenta años de distancia: El perfil del alumno del CCH
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm. 716, pp. 5 [2017-08-03]
 

En la segunda mitad de los setenta del siglo pasado, la colaboración entre la SEP y la ANUIES generó el diseño de una fórmula de coordinación del sistema de educación superior del país basada en la articulación de un conjunto de instancias de planeación, cuya materia de trabajo sería la generación de proyectos de nivel nacional, regional, estatal e institucional. Dicha fórmula fue designada Sistema Nacional de Planeación Permanente de la Educación Superior (Sinappes) y dio lugar a: la Comisión Nacional de Planeación de la Educación Superior (CONPES), los Consejos Regionales de Planeación de la Educación Superior (CORPES), las Comisiones Estatales de Planeación de la Educación Superior (Coepes), y por último las Unidades Institucionales de Planeación (UIP).

Como tal el Sinappes tuvo una existencia más bien efímera, aunque algunos de sus resultados trascendieron. Al día de hoy las Coepes, con una cierta diversidad de formas de operación, se mantienen en los estados y en la mayoría de las universidades públicas la iniciativa de crear unidades institucionales de planeación originó la instalación de estructuras administrativas avocadas a ese propósito.

En la UNAM la existencia de unidades de planeación se remonta a los años sesenta, por lo cual, en el contexto apuntado, no hubo grandes dificultades para su instalación en las diversas unidades institucionales que forman parte de la universidad. Ese fue el caso de la creación de la Secretaría de Planeación del Colegio de Ciencias y Humanidades (SEPLAN) que se echó a andar en 1976 por iniciativa del entonces coordinador del CCH, Fernando Pérez Correa. En todo caso, la novedad de la SEPLAN fue el énfasis puesto en la realización de investigaciones acerca de su personal académico, la población estudiantil, el paradigma educativo del CCH, y las necesidades de desarrollo institucional detectadas en la primera década de funcionamiento de la nueva institución universitaria.

Sobre los estudiantes el primer proyecto convenido llevó el nombre de Perfil del Alumno del Colegio de Ciencias y Humanidades. El equipo de trabajo del mismo fue encabezado por Mariclaire Acosta Urquidi y Jorge Bartolucci Incico, ambos sociólogos y profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Bajo su dirección se incorporaron varios ayudantes y un amplio equipo técnico encargado de la aplicación, codificación y vaciado de las encuestas, y un grupo de consultores para la sistematización estadística de resultados. El plan original del Perfil era la aplicación de una encuesta anual a estudiantes de primer ingreso, segundo y tercer año, así como un estudio sobre sus egresados. Se planteó como una investigación de seguimiento generacional que permitiría identificar en qué medida el modelo educativo del CCH, para entonces la gran novedad en materia curricular de la educación media superior del país, se daba lugar a un estudiantado diferente.

La investigación se enfocó a la generación que ingresó al CCH en 1977, de ahí que por estas fechas se cumplan cuarenta años del proyecto aunque, a decir verdad, desde el año previo se iniciaron las actividades de diseño, elaboración de cuestionarios, muestreo, y capacitación del equipo de trabajo. ¿Qué resultados generó esa investigación, que bien puede considerarse pionera en el campo de la investigación sobre estudiantes y sin duda uno de los primeros estudios sobre el bachillerato mexicano? Desde luego reportes técnicos sobre cada una de las aplicaciones, pero también un conjunto de obras académicas que tuvieron un impacto más o menos relevante en la disciplina. El más conocido es el libro Perfil del Alumno de Primer Ingreso al Colegio de Ciencias y Humanidades (M. Acosta, J. Bartolucci y R. Rodríguez), publicado por la UNAM en 1981 con un tiraje de tres mil ejemplares. También el libro de J. Bartolucci y R. Rodríguez titulado El Colegio de Ciencias y Humanidades: una experiencia de innovación universitaria, publicado por ANUIES en 1982, y posteriormente el libro de J. Bartolucci titulado Desigualdad social, educación superior y sociología en México (UNAM, 1994) que contiene los resultados del seguimiento de egresados de la generación. Además de una cantidad no menor de capítulos, artículos y ponencias basadas en los datos de la investigación.

El perfil del alumno del CCH, además de servir como un insumo para la planeación del desarrollo institucional, se convirtió en un referente para otros estudios e investigaciones sobre poblaciones estudiantiles en México. Durante al menos quince años, desde su aparición hasta mediados de los noventa, aparecía en la mayor parte de las bibliografías de estudios, artículos y capítulos relacionados con las características, trayectorias y dinámicas de las poblaciones estudiantiles en el contexto mexicano. Como suele ocurrir y es de esperarse, otros enfoques conceptuales y metodológicos habrían de ocupar el espacio abierto por esta investigación. No solo eso, las obras académicas basadas en ella hace tiempo que están agotadas, no fueron digitalizadas y hoy solo se consiguen en bibliotecas especializadas. Nada de qué quejarse, es el ciclo de vida del trabajo académico.

Con todo, acaso como curiosidad arqueológica pero principalmente para observar las formas de investigación precedentes a las de hoy, no estaría por demás el esfuerzo de recuperar, en formatos digitales y abiertos, obras que fueron un referente importante en el ya nutrido acervo de la investigación educativa del país. Es una sugerencia.


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