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Tensiones en las universidades
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Num. 713, pp. 8 [2017-07-13]
 

La universidad pública es una institución que experimenta tensiones constantes. Está llena de fuerzas que la presionan con demandas que, en ocasiones, son contrapuestas, o demasiadas, para poder satisfacerlas. Hay tensiones cuando los jóvenes exigen agrandar el cupo y la institución no tiene infraestructura para recibirlos. Cuando los investigadores requieren instrumentos y la universidad ha sufrido recortes presupuestales.

También, se generan tensiones cuando el gobierno federal interviene en el desarrollo de la academia con exigencias de tiempos y ritmos inapropiados a la lógica de la actividad universitaria. La política educativa no entiende que la dinámica del conocimiento requiere fluidez e impone una gobernanza rígida, que termina por contraponer a académicos y autoridades. Hay tensiones cuando el entorno se filtra a la universidad e introduce violencia, que la universidad no puede combatir por sí sola.

Actualmente, los analistas tenemos la impresión de que las tensiones, se vienen acumulando, lo cual es de tenerse en cuenta. Porque cuando se acumulan, y no son del todo visibles, pueden detonar conflictos que en estos momentos son indeseables, por las propias tensiones que genera el proceso político de sucesión presidencial en las casas de estudios. Pongo a la discusión tres puntos.

1. El financiamiento de las universidades públicas es uno de los temas centrales en las agendas educativas del país y un factor de estrés. Cada año hay cabildeo en la Cámara de Diputados, intervenciones de la ANUIES y de algunas universidades con fuerte peso político. Y aún así, en la historia, hemos observado que los recursos no alcanzan para acelerar la oferta educativa ante una cada vez mayor demanda, y tampoco para fortalecer a la investigación científica. En este gobierno se redujo la tasa media anual de crecimiento del presupuesto a la educación superior a medida que siguió creciendo la matrícula (Mendoza,2017).

A partir de los cambios políticos en el país, en el año 2000, han participado un mayor número de actores en el juego de la definición presupuestal de las universidades. La división entre presupuesto ordinario y extraordinario tuvo un enorme efecto sobre la vida académica. A través de programas como el PIFI se generó un mayor control político de los rectorados. Éstos últimos tuvieron que realizar procesos de gestión, con los gobiernos federal y estatal, y con las fuerzas políticas predominantes, cada vez más intensos y complejos, apegados a los dictados oficiales.

A estas alturas, se sabe que hay universidades públicas que tienen problemas críticos con su financiamiento, a raíz de las dificultades para pagar pensiones y jubilaciones. En otras instituciones se suma la sospecha de malos manejos de los recursos económicos, falta de transparencia y rendición de cuentas, y gastos superfluos por los privilegios de que gozan algunos sectores de la burocracia universitaria. Las dificultades por la insuficiencia de recursos producen tensiones que se dejan sentir en el cuerpo académico y en las relaciones políticas dentro de las universidades.

2. La política financiera del gobierno, la distribución de recursos económicos, técnicos y humanos entre las universidades, ha provocado enormes diferencias en las capacidades intelectuales, y en las posibilidades de desarrollo institucional. Tenemos un sistema universitario estratificado, con un conjunto de universidades débiles que no encuentran salidas. La desigualdad provoca tensiones sin que exista cooperación entre las unidades del sistema por falta de una coordinación adecuada. La política pública se ha rehusado a atender directamente a las universidades más rezagadas, que no tienen competitividad frente a las mejor dotadas. La diferenciación institucional causa tensiones y actitudes negativas entre las instituciones. No hay los apoyos que se requieren para fortalecer a las más débiles.

3. El problema con el control financiero nos está sumiendo en un tipo de administración que ahoga a la academia. Por la vía de las Secretarías de Estado, en las universidades se han multiplicado los informes, el papeleo burocrático, los trámites, la ocupación de tiempo necesario para hacer tareas que no tienen que ver con la docencia y la investigación. El informe trimestral, la amplitud de los rubros, el detalle con el que se solicita la información, la planeación estratégica, como si se tratara de una fábrica, la semaforización, la productivitis y la desconfianza, impiden que los académicos hagan bien sus labores sustantivas. Este régimen administrativo ha complicado el cotidiano y conlleva un trato despótico de la burocracia a los académicos.

Desencanto, descontento, ansiedad, morosidad, violencia, y otros malestares, minan a las instituciones y a su identidad. También afectan el devenir generacional. Hay incertidumbre sobre las posibilidades de hacer una carrera académica. Los académicos más jóvenes y los más viejos sienten inseguridad. Las universidades necesitan estabilidad, certeza y un rectorado eficiente para que la academia florezca. Todos necesitamos hacer un esfuerzo para entender, luchar contra el deterioro y componer a nuestras universidades, porque en el contexto social que vivimos, siguen siendo espacios intelectuales indispensables y dignos.


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