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Educación superior y clases medias
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 682, pp. 6 [2016-11-17]
 

En México, la desigualdad y la falta de movilidad ascendente en la estratificación social pueden ilustrarse con datos duros de carácter sociológico y demográfico. Revelan lo que todos sentimos: la mala situación por la que atraviesa el país. Fernando Cortes, a lo largo de sus trabajos, ha establecido las enormes diferencias que existen en la distribución del ingreso: unos pocos se quedan con la mayor parte de la riqueza. Ha crecido el ingreso per capita, pero la pobreza y la extrema concentración de la riqueza (Esquivel) representan una fuerte polaridad entre las clases sociales.

En trabajos del Seminario de Educación Superior de la UNAM se muestra que las personas entre 19 y 23 años, que provienen de familias ubicadas en los cuatro déciles del ingreso más bajos, tienen los menores índices de participación en la educación superior. Los matriculados de ese grupo etario, en instituciones universitarias, que provienen de hogares de clase media, decíles V a VIII, tienen una proporción de estudiantes matriculados bastante menor que la de las familias con las más altas remuneraciones, deciles IX y X.

En una investigación sociológica sobre trayectorias educativas y laborales se sostiene que el origen social de la familia explica, no solo la falta de oportunidades para asistir a las instituciones de educación superior, sino también el grado de dificultad para insertarse y transitar en el mercado laboral. (e.g. Blanco, Solís y Robles). De siempre, el origen social de la familia ha sido una variable clave para explicar la desigualdad. Pero, actualmente, el origen familiar adquiere más fuerza por la falta de capilaridad social. La desigualdad tiende a reproducirse. Sus secuelas se expresan en el “mal humor” que tenemos los mexicanos.

Por su parte, el mercado de trabajo, con variaciones entre las entidades federativas, se ha contraído en la creación de puestos a ser ocupados por profesionistas. Y al contraerse, una de sus principales características ha sido un credencialismo creciente, que no solo se refiere a la obtención de títulos universitarios, sino también a otros requisitos para el empleo (experiencia laboral, capital cultural, apariencia, institución donde se realizaron los estudios, etc.).

La falta de posiciones en el mercado, entre otros factores, provoca que una parte considerable de los profesionistas ocupados reciban salarios por debajo de los $15,000 pesos. El Observatorio Laboral (2014) muestra que los ingresos promedio de los profesionistas, por carrera, van de los 9 mil a los 14.2 mil pesos. La mirada global a la información estadística indica que los profesionistas, en México, están muy mal pagados.

Ciertamente, esta información es transversal y mezcla profesionistas de distintas edades, con distintas trayectorias, en diferentes sectores de la actividad. Pero, en general, podría decirse que el esfuerzo de estudiar una licenciatura ya no se vincula forzosamente con la movilidad social y con retribuciones que permitan a los profesionistas vivir dignamente, sin ansiedades e incertidumbres para mantener a sus familias, y educar a sus hijos.

Desde hace buen tiempo, las investigaciones que ligan la educación superior con lo laboral han tenido como trasfondo la emergencia y el fortalecimiento de las clases medias. El milagro mexicano llamó la atención a este punto. Y hoy, no sería ocioso investigar qué ha pasado con las clases medias, porque también han sido muy golpeadas por el modelo de desarrollo seguido. Estudiar una carrera universitaria ya no significa, necesariamente, formar parte de las clases medias o de la elite política (Ai Camp). Actualmente, para tener una posición social relativamente buena, se tiene que haber estudiado un posgrado, de preferencia fuera del país.

El crecimiento económico y el desarrollo amplían la clase media. Junto con la intervención de otros factores, como el educativo, tal relación es una de las mejores medidas para evaluar al régimen y lo que hacen quienes conducen a la sociedad mexicana. Hacia adelante, se requiere un Estado activo en la ejecución de políticas que refuercen la economía familiar, una mayor cobertura de educación superior, con cambios en la distribución de la matrícula por carrera; un Estado que estimule el mercado interno y el laboral, para que éste último aproveche una mano de obra más calificada. Por ahora, hay que insistir en la revisión del salario mínimo y en reducir sustancialmente eso que se llama ni-nis. Los jóvenes deben tener buenas posibilidades de futuro.

La tarea por delante es ardua y difícil, porque se requiere instaurar un nuevo modelo de desarrollo. Donde el juego político comience por mejorar la educación de los niños y por restablecer los nexos de la educación superior con el mercado laboral. Fomentar el arribo a la clase media. Para lo cual hará falta un gobierno competente, con sabiduría y pericia en el manejo de los asuntos públicos, que redistribuya el ingreso, que sea capaz de tender puentes con la sociedad y crear una cultura ciudadana


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