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La desigualdad educativa
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 618, pp. 6 [2015-08-06]
 

En este momento se está dando una discusión importante sobre la desigualdad social en México. Autores como Cortés (2000), Solís, (2014) Raphael (2015) y Esquivel (2015) han producido conocimientos que ponen el dedo en la llaga, para que en el país se resuelva el problema. También, en algunos organismos internacionales se ha insistido en el tema.

Por ejemplo, los expertos (Ostry et al. 2014) del Fondo Monetario Internacional han enfatizando que una disminución de la desigualdad es fundamental para un crecimiento económico durable. La desi-gualdad económica y social es un freno al desarrollo. La Cepal (2014), por su parte, ha insistido en la necesidad de cerrar las brechas sociales hacia el logro de una mayor igualdad. Y en tal cierre, la educación juega un papel importante, que en el país está limitado por la persistente desigualdad educativa.

1.Cuando se analiza el promedio de escolaridad de la población de 15 años y más, se encuentra que las diferencias extremas están dadas entre el DF y Chiapas. El aumento del promedio de escolaridad (que está cercano a los 9 años) no modificó esta diferencia, como tampoco que quince entidades federativas permanecieran por debajo del promedio a través del tiempo (Inegi 2000, 2005 y 2010). La estructura de las desigualdades educativas en el territorio ha tendido a permanecer.

El lugar donde se vive resulta determinante de las oportunidades educativas que tienen las personas. Por ejemplo, en el Distrito Federal la cobertura de educación superior para el grupo de 19 a 23 años ha rebasado el 70 por ciento mientras que en estados como Chiapas y Oaxaca no ha podido rebasar el límite del 20 por ciento. En este rubro, hay brechas que se han agrandado.

Los horizontes sociales para quienes viven en los estados más pobres también tienen que ver con la infraestructura institucional. En ellos se localizan las escuelas donde hay menos condiciones para enseñar, aprender y convivir. Desde el mero inicio de sus estudios, los niños de las entidades menos desarrolladas están en desventaja frente a niños que viven donde hay mejores escuelas. Los niños de los grupos indígenas son los más perjudicados.

Igualmente, en los estados menos desarrollados, las universidades e instituciones públicas son aquellas que tienen menos capacidades intelectuales y científicas. Su desventaja es producto, entre otras cosas, de la escases de recursos económicos para invertir en infraestructura y para captar recursos humanos de alto nivel para la academia.

En suma, las desigualdades educativas nos han dejado con una población en edad de trabajar (25 a 64 años) donde 2 de cada 3 personas tiene una escolaridad inferior al nivel medio superior. Nos ligamos a la globalidad teniendo como ventaja comparativa contar con trabajadores buenos que cobran poco. Con una enorme mayoría de trabajadores pobres no habrá mercado interno. Además, los profesionistas tienen la tasa de desempleo más alta, comparados con personas de otros niveles educativos, en virtud de que existe un mercado de trabajo incapaz de generar puestos para aprovechar a quienes cuentan con educación superior.

2. Un segundo factor que juega en la desigualdad educativa es el género. Las mujeres tienen un promedio de escolaridad más bajo que los varones, aún cuando la presencia femenina en la educación superior ha aumentado hasta superar la de los hombres.

De acuerdo con algunos reportes el abandono escolar es bastante alto después de la secundaria y del bachillerato. Y eso deja a una buena porción de jóvenes sin estudiar, particularmente a las mujeres. Y, finalmente, hay evidencia de que a igual nivel de escolaridad, las mujeres que trabajan perciben remuneraciones menores que los hombres. Este ámbito de la desigualdad ha sido persistente a conveniencia de los empleadores.

3. El siguiente factor discriminatorio de las oportunidades de estudio es la posición social de los hogares y su disponibilidad de ingresos para sostener los estudios de niños y jóvenes. En el deterioro social, hay jóvenes que no pueden continuar sus estudios por falta de recursos en la familia. Desde hace tiempo se conoce que las personas que viven en familias ubicadas en el decil más elevado de la distribución del ingreso han tenido una mayor ganancia en años de escolaridad que quienes están en el estrato más pobre. Las brechas venían agrandándose hasta bien entrado este siglo.

Además, de acuerdo con información oficial, en el decil más elevado del ingreso, casi 6 de cada 10 jóvenes de 19 a 23 años estaban matriculados en algún tipo de universidad. Para el decil más bajo la proporción no llegaba al 5 por ciento. Hay, además, evidencia de que la probabilidad de obtener educación superior se eleva con el aumento de la escolaridad del padre y de la madre. Las desigualdades de clase juegan para la obtención de un título o grado, pero también en el enriquecimiento cultural de las personas.

En suma, territorio, género y clase son factores interrelacionados que influyen en la desigualdad educativa. A ellos se agrega la dimensión política, apreciada en las deficiencias del gasto público y la mala distribución de los recursos. Un nudo que la reforma educativa no tiene en cuenta.


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