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La evaluación en Perfiles educativos
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 548 [2014-02-20]
 

Acaba de aparecer impreso un número especial de la Revista Perfiles educativos organizado por Mario Rueda y Susana García Salord, ambos investigadores reconocidos, entre otras cosas, por sus aportes académicos en el campo de la evaluación. Justo, el número está dedicado a este tema, que es un tema y un problema crucial en este momento de la vida educativa de México.

Tanto se ha escrito sobre la evaluación que, en ocasiones, parece que ya está todo dicho, y la verdad es que no. Este número de Perfiles educativos es una muestra clara de que el debate sigue, y va a seguir, hasta que no se impongan cambios para que la evaluación se integre desde otra visión que “recupere a la evaluación como instrumento de mejora permanente de aquello que está siendo valorado”.

Es importante recordar, a propósito, que el campo educativo es un campo de fuerzas y de luchas por transformar ese campo de fuerzas (Bourdieu, 2003). Es un campo que comprende relaciones de fuerza y dominación. Lo que está en juego es la legitimidad del conocimiento, esto es, los principios y criterios con los que se evalúa el trabajo académico, que son definidos por quienes tienen la capacidad de realizar el sistema de normas, que legitima lo que es ciencia (Bourdieu, 2000).

Cito estas ideas porque fijan la atención en quienes ejercen el dominio y la cultura hegemónica en la educación. Desde mi perspectiva, en México, un ángulo central del problema es que quienes hacen los criterios de la evaluación arrastran a la academia a ser lo que no es, debido a sus propios intereses. Han creado complejas estructuras burocráticas e instaurado métodos homogéneos que deforman la academia, al mismo tiempo que su operación resulta costosa vis a vis las finanzas institucionales. Para el lector interesado en el análisis sistemático de las prácticas de evaluación del trabajo académico hay que remitirse al texto de García Salord incluido en este número.

Agregaría que los académicos hemos insistido, por ejemplo, en que la calidad no puede ser vista ni analizada, exclusivamente, como el resultado que arroja un conjunto de indicadores cuantitativos. Porque en materia académica, no hay una sola forma de definirla o apreciarla. El campo del conocimiento tiene muchísimos subcampos y cada uno tiene reglas particulares que las evaluaciones estandarizadas dejan fuera.

La evaluación, que ha sido aplicada en muchos ámbitos de la vida académica mexicana, ha acentuado el manejo tecnocrático, la simulación, una distribución de los recursos que no es necesariamente la adecuada, y procesos de subordinación y castigo a los académicos, a quienes les hacen perder la fe en el trabajo y su compromiso social.

Recojo, como eco del número, la necesidad de cambiar el modelo de evaluación. Buendía propone que se transite a un modelo que considere los procesos y las condiciones específicas de cada institución y que promueva el mejoramiento de la calidad de la educación superior. Traduzco esto último en que los estudiantes se formen, comprometidos, para dar un mejor servicio a la sociedad de su entorno.

La evaluación, a nivel institucional, ha cumplido una serie de propósitos entre los cuales se encuentra, como dice de la Garza Aguilar, la planeación, la rendición de cuentas, el logro del prestigio académico y el reconocimiento social. Añado que lo que no ha podido evitar es que estas prácticas lleven a un sistema gerencial en las universidades públicas donde lo administradores, por esta vía, se han impuesto a la lógica de la academia.

Señalo dos cosas más. Una es que la evaluación de los académicos, como lo señalan Rodríguez y Durand, debe incluir las aportaciones que se hagan en pos del desarrollo estatal. La evaluación no puede basarse, enfáticamente, en publicaciones; hay que ver el impacto del trabajo académico en la sociedad. La evaluación debe impulsar a los académicos para que salgan del campus y enfrenten realidades sociales, que, por ahora, es una práctica que no da puntos. Y, finalmente, hay que examinar, a partir del caso de Argentina analizado por Acosta y Blanco, qué se debe hacer para que la evaluación se desligue de los ingresos y se siga otra política salarial. Hay que fortalecer a las organizaciones académicas, y mostrar que la compensación de ingresos no es la única motivación que nos mueve.

Hay otras contribuciones muy valiosas, como las que tiene el trabajo de Zorrilla, que atraerán al lector. Este número de Perfiles educativos, todo, es de lectura obligada. A mí me refrendó la necesidad de que los académicos luchemos en el campo educativo para establecer nuevos criterios y mecanismos de evaluación de nuestro trabajo.


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