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Políticas para la educación superior: Cambiar el sistema de evaluación
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 534 [2013-11-07]
 

La discusión sobre la evaluación del trabajo académico de los universitarios, ha sido muy nutrida desde que se fundó el Sistema Nacional de Investigadores. Un grupo de colegas, y quien esto escribe, hemos publicado muchísimas páginas criticando los procedimientos vigentes y proponiendo otros moldes para la evaluación.

Lamentablemente, quienes tienen el poder de decir cómo evaluar y los evaluadores mismos, han seguido una ruta contraria a lo que se necesita juzgar en la academia. No han querido escuchar y han decidido formas de evaluar que hemos aceptado para ganar un mayor ingreso pues, el salario o sueldo de un académico no alcanza para vivir.

Algunos ejemplos de cómo se procede. En la evaluación tiene más peso el trabajo individual, a pesar de que es más conveniente trabajar en grupo, en equipos, con investigadores de distintas disciplinas. “Se hacen cosas mejores y de mayor trascendencia”. Pero, por definición, el trabajo colectivo vale menos. La originalidad o el rigor del conocimiento producido no es lo que más cuenta.

En ciencias sociales tenemos una producción de conocimiento muy basta. La opción para difundirla es a través de artículos, aunque una proporción igual o mayor de textos se publica en capítulos de libro, leídos y juzgados por otros colegas. Esta segunda vertiente, respondió a las exigencias de publicación que nos fueron impuestas. De otra manera, una gran parte de los académicos de tiempo completo, con doctorado, no hubieran podido entrar ni al SNI ni a los programas de estímulos. Ahora, sin un examen de las capacidades institucionales de publicación, hay instancias que quieren imponer criterios más rígidos, que ni sus comités de evaluación cumplen.

Vivimos un momento en que es necesario acercar las instituciones a la sociedad. Para explotar toda la riqueza del conocimiento es indispensable difundir a públicos más amplios. Sin embargo, hay ámbitos que presionan para que lo que hacemos sólo se difunda entre la academia. Encerrar los productos de la investigación universitaria es un error. Tener un sistema contable de productos académicos para repartir dinero entre los investigadores es otro error.

Es una fatalidad para la academia dejar que las burocracias, y académicos que actúan como verdugos de sus colegas, sean quienes hacen y apliquen los instrumentos de evaluación. En las comisiones donde predominan profesores les va mal a los investigadores y a la inversa. La composición de las comisiones es determinante de la intersubjetividad.

En el Simposio La universidad pública a futuro tuvimos una mesa sobre evaluación. Recojo algunas cosas dichas en este foro. La evidencia indica que las buenas instituciones tienen buenos académicos y una vida académica enriquecida. Al académico hay que entenderlo en su contexto institucional. Para que mejore su trabajo es imperativo fortalecer a las instituciones, las cuales deben cuidar quienes integran las dictaminadoras.

En la mesa, los ponentes hicieron una pregunta: ¿Por qué no cambiamos este sistema de evaluación por otro que estimule la academia? ¿Cómo? Poniendo énfasis en el análisis de trayectorias académicas combinado con lo hecho en un período dado. Que el investigador señale cuáles son los trabajos, que a su juicio reflejan mejor su obra en el período, tal que uno de ellos pueda ser leído por al menos dos miembros de un jurado para apreciar la calidad de lo reportado. El resultado de este juicio es el de mayor ponderación. No queremos que la evaluación sea un sistema donde sólo se ganan puntos por el número de publicaciones y de clases.

Hay que provocar que los académicos participen en la confección de los instrumentos de evaluación. Los criterios deben ser amplios, una guía para el evaluador y no principios rígidos precodificados. Antes de su operación deben ser consultados con la comunidad académica para establecer acuerdos. Cada área de conocimiento debe elaborar sus propios criterios, formas de evaluación y exigir que los jurados respondan con dictámenes razonados. Los académicos debemos participar en la elección de los jurados.

Asimismo, hay que ampliar los períodos de evaluación de las comisiones, dado los grandes volúmenes de expedientes que se manejan. O bien recurrir a comisiones ad hoc, o ampliar el número de comisiones. Al final de cada período se debe realizar una reunión de representantes de cada comisión para intercambiar experiencias y modificar lo que haga falta.

Dos cosas más para las políticas de evaluación. A) Recuperar el valor y el prestigio de la función docente, como función, lo que incluye ir al aula, atender alumnos y dirigir tesis. Estimular que cada institución haga un esfuerzo para que los cambios de los programas docentes procedan con eficiencia y sin contratiempos. Los profesores son libres de cambiar el contenido de lo que enseñan en una materia, en acuerdo con sus autoridades colegiadas. B) De la mayor importancia es que las becas que se otorgan a los estudiantes de posgrado no estén ligadas a la eficiencia terminal de los programas, como hasta ahora, porque estimulan procesos de corrupción para que el programa no salga del padrón.


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