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Cobertura en educación media superior. Desafíos
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm. 513 [2013-06-06]
 

El Pacto por México estableció, como meta del actual sexenio, un nivel de cobertura bruta para educación media superior de ochenta por ciento, y para educación superior del cuarenta. Ambos parámetros fueron ratificados por el Plan Nacional de Desarrollo 2015-2018 y seguramente se incluirán, como tales, en el programa sectorial educativo que debe darse a conocer a finales del año. ¿Cuáles son las implicaciones de crecimiento de estas metas? Para saberlo es indispensable identificar la dinámica de los grupos de edad en ambos niveles de estudio. A tal efecto, contamos con un dato oficial: las Proyecciones de Población 2010-2050 que publicó, previo ejercicio de conciliación estadística con el INEGI, el Consejo Nacional de Población (CONAPO) en 2012.

La estadística oficial de la SEP consigna como grupo de referencia para el cálculo de cobertura de la media superior al subconjunto entre 16 y 18 años, y para educación superior al de 19 a 23 años. Por ahí hay un año perdido, porque la primaria comprende de seis a once años y la secundaria doce a catorce ¿dónde quedan entonces los de quince años? La explicación es curiosa: aunque de acuerdo a la duración de los programas de educación superior se debería considerar el intervalo entre 18 y 22 años, se eligió el de 19 a 23 porque es el que se emplea en las estadísticas internacionales, por ejemplo las de OCDE y UNESCO. El año perdido simplemente se adjudica a la primaria, como si ésta durara siete años y no seis. No estaría mal corregir eso y remitir los datos a los organismos multilaterales con la nota al pie de página que lo aclare, tal como hacen otros países.

En fin, veamos cuales son las expectativas de crecimiento demográfico de dichos grupos. Según las proyecciones CONAPO, este año (2013) hay en México 6,712,774 jóvenes entre 16 y 18 años. En 2018 la cantidad descenderá a 6,635,905, lo que representa una disminución de más de setenta y cinco mil personas de la edad en el sexenio.

El dato más reciente de la matrícula de media superior es 4,438,100 alumnos. Este total se subdivide en dos segmentos. El de mayor tamaño corresponde al bachillerato, incluida la opción abierta o a distancia, y suma poco más de cuatro millones de estudiantes, lo que representa encima del noventa por ciento del total. El resto, casi 390 mil estudiantes, forman parte de la opción “profesional técnica”. A pesar de que este último tipo educativo fue concebido con carácter terminal, un ejemplo claro es el CONALEP, en la actualidad la mayoría de los programas brindan la opción bivalente, la posibilidad de transitar a estudios superiores. Los datos consignados en este párrafo corresponden al ciclo 2012-2013, la fuente es el anexo estadístico del último informe de gobierno del presidente Calderón Hinojosa, y tienen aún el carácter de estimaciones.

La cifra presentada indica que, al día de hoy, el volumen de matrícula en media superior equivale a dos terceras partes, casi exactamente, del grupo de edad de referencia. En otras palabras, que hay un nivel de cobertura bruta del orden de 66.3 por ciento. Para alcanzar la meta programada al 2018, esto es el ochenta por ciento de cobertura, se requiere conseguir una inscripción total de 5.3 millones de alumnos, cantidad que representa dicha meta en función de la proyección del grupo de edad. Esta cifra abarcaría, para seguir los criterios de SEP, toda la matrícula de media superior: la profesional técnica y el bachillerato tanto en modalidad escolarizada como en otras fórmulas de servicio educativo.

La diferencia entre la matrícula actual y la proyectada suma 664 mil alumnos: eso es lo que hay que aumentar para obtener un ochenta por ciento de cobertura. No es tanto, implica un crecimiento anual de 145 mil estudiantes adicionales. Tómese en cuenta, para empezar, que en el sexenio anterior el ritmo anual de crecimiento del nivel sobrepasó la cifra de 120 mil nuevas plazas. Aparentemente, con mantener el paso y con un razonable esfuerzo adicional se puede lograr la expectativa cuantitativa programada.

¿Problemas? Hay varios. El primero es que no basta expandir el sistema sobre las bases ya fincadas. Para ofrecer servicios a quienes hoy no cuentan con opciones de acceso, por no existir en sus localidades, habrá que acercar los servicios. Tómese en cuenta, es sólo un indicador, que al día de hoy de los 2,457 municipios del país, 387 carecen de cualquier modalidad de media superior, y que en 700 más hay solamente un plantel, a menudo en la opción de educación media superior a distancia (EMSAD). Esto quiere decir que para prácticamente una cuarta parte del grupo de edad de referencia las oportunidades, a la fecha, son nulas o mínimas (Véase I. Ordorika y R. Rodríguez, “Cobertura y estructura del sistema educativo mexicano: problemática y propuestas”, en J. Narro et al., Plan de diez años para desarrollar el sistema educativo nacional, UNAM, 2012).

Ojala no se les ocurra que, para lograr el escenario de cobertura, basta con hacer crecer el bachillerato a distancia, como se hizo el sexenio pasado en varios estados. Sería repetir una historia con muchas fallas: suponer que la población culturalmente más vulnerable es la más propicia a la auto-instrucción, lo que es naturalmente un contrasentido (M. Gil). En lugar de ello, sería magnífico generar una red territorial con ofertas escolarizadas de la mayor calidad académica posible.

Un segundo desafío, relacionado con el anterior, se deriva del hecho de que la población carente de oportunidades de educación media superior es, precisamente, la de menores ingresos. Ello implica que la mayor parte del esfuerzo tendrá que provenir del sector público, federal y estatal, y que será necesario replantear los esquemas de atención a estudiantes, así como reforzar los mecanismos compensatorios (las becas) para enfrentar las mayores posibilidades de deserción que recaen en ese segmento demográfico.


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