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El Papa Francisco y los pobres en Latinoamérica
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 503 [2013-03-21]
 

Una de las noticias llamativas de las últimas semanas ha sido el nombramiento del nuevo Papa, para la iglesia católica. El 13 de marzo pasado, el Vaticano anunció que los cardenales habían electo un Pontífice jesuita: Jorge Bergoglio, de origen argentino. Una vez hecho este anuncio empezaron a circular interpretaciones.

Varios de los comentarios relacionan el origen latinoamericano del nuevo Papa y su decisión de ser llamado Francisco (ya sea por Francisco de Asis o por Francisco Javier) con una estrategia de “opción por lo pobres”. Si esto fuera así, sería de esperar que en los próximos años la iglesia católica reforzara su tarea pastoral en la región en donde grandes mayorías se encuentran condenadas a la miseria y en varios países la construcción de la paz se ha vuelto inviable.

Pero, la “opción por los pobres” no es inocente ni inocua. Representa una estrategia que expande un imaginario que transforma la pobreza, de una categoría estructural, en una categoría de identidad. La carencia y la necesidad aparecen como características intrínsecas de los sujetos pobres y las acciones desviadas como su forma de comportamiento permanente; de ahí que los pobres necesiten la disciplina que impone la iglesia. Bajo esta visión, los pobres, y no la pobreza, son representados como peligro social y asociados con la leyenda negra de la violencia que actualmente proyecta el mundo sobre los latinoamericanos.

Sometidos a los discursos de la competencia, emitidos por más de veinte años de neoliberalismo en la región, y acorralados por la falta de espacios, de oportunidades y la dificultad de ser incluidos dignamente en la sociedad, para muchos latinoamericanos contemporáneos la vinculación con los circuitos del crimen aparece como la única opción viable. Desde su óptica, el delincuente es simplemente alguien capaz de aprovechar la corrupción existente y de generar alternativas en un contexto en donde lo legal “no paga”. En nuestro subcontinente transgredir la ley se muestra como un camino de autodefensa, es lícito porque en el horizonte no se vislumbra ningún otro camino. Lamentablemente, así, los estigmas que vinculan la pobreza con la criminalidad se fortalecen y la identidad delictiva de los latinoamericanos pobres adquiere visos de verdad.

Es cierto que, desde que llegó la religión católica a América, hace más de quinientos años, ha habido misioneros y sacerdotes defensores de quienes se encuentran en situaciones vulnerables. Pero, la realidad es que la iglesia, como institución, siempre ha sido la aliada indispensable que ha permitido ordenar las sociedades latinoamericanas de acuerdo con los intereses de los poderosos. Por ello, si el origen latinoamericano del nuevo Papa ha de jugar un papel en la estrategia de la iglesia católica contemporánea ha de ser la exigencia de no olvidar que en el subcontinente las raíces de la pobreza se hunden profundamente en la historia de la de la conquista y la colonización, en las que la iglesia católica tuvo una enorme presencia.

Numerosos estudios han mostrado que, en Latinoamérica, entre la población que no tiene recursos suficientes existe un creciente distanciamiento respecto a la iglesia católica. Las personas que sufren escasez y carencia se encuentran desencantadas ante las promesas de “salvación”. La memoria y las experiencias propias les indican que la iglesia no les ofrece respuestas adecuadas ni útiles a sus interrogantes éticos ni a sus necesidades de vida. Más que ateos o agnósticos los latinoamericanos pobres, y particularmente los jóvenes, se declaran indiferentes a lo religioso. Para quienes están vinculados con el crimen, la religiosidad se agota en actos como pedir perdón, la bendición o persignarse antes y después de cometer delitos.

Hoy en día, cualquier estrategia eclesial en Latinoamérica deberá prescindir de las consmovisiones teleológicas tradicionales que consideran que el fin de los comportamientos bondadosos y justos se encuentra en la recompensa que obtendrán los fieles en “el otro mundo”. La realidad es elocuente: en los actos y decisiones de quienes sufren carencias y escasez, en la región, predomina la orientación pragmática.

Si la iglesia católica quiere llegar a los pobres de Latinoamérica deberá mostrar que su poder es efectivo para librar una lucha contra la pobreza. A la iglesia católica le ha llegado la hora de manifestarse, pública y contundentemente, a favor de posturas, principios, valores y acciones que denuncian y combaten la voracidad de los mercados y la corrupción de los gobiernos. Sinceramente, no es probable que esto suceda, por más que el actual papa sea un jesuita latinoamericano. La actuación de la iglesia católica, en la región, se ha caracterizado por el carácter totalitario y por el ejercicio de la religión para acrecentar su poder, sus bienes y sus riquezas.


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