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El reto del aprovechamiento escolar en el terreno de la desigualdad
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 500 [2013-02-28]
 

Una buena parte de los esfuerzos del Estado mexicano en el siglo XX, y particularmente en las últimas tres o cuatro décadas, se concentraron en tratar de superar el atraso educativo y ofrecer mayores oportunidades de acceso a la escuela. Ahora tiene el reto de completar los pendientes en materia de acceso y además enfocarse en la igualdad de resultados.

Primero fue lo básico a nivel nacional: superar el problema del analfabetismo, cuyo índice a mediados del siglo XX casi alcanzaba a la mitad de la población. Después, tratar de universalizar la educación primaria que para mediados de los años setenta solamente alcanzaba al 85 por ciento de los niños en edad de cursarla. Luego, vino el reto del ciclo completo de la educación básica, dado que a la obligatoriedad de la primaria, se añadió también la educación secundaria en 1993 y el preescolar en el 2002.

A la par, con la ampliación de los niveles previos, la educación media superior experimentó un importante crecimiento (pasó de alrededor de 37 mil estudiantes a mediados de siglo pasado a 3 millones al finalizar la centuria). La educación superior, el nivel más alto, aunque también se expandió de forma notable, persistió, y persiste, en su carácter relativamente elitista: tenía una cobertura de alrededor del uno por ciento en 1950 y alcanzó el 20 por ciento para el final del siglo.

Sin duda, el desafío de hacer frente a la demanda educativa ha sido muy notable. Sobre todo en un contexto de alto crecimiento demográfico (tasas de más del 3 por ciento hasta fines de los años sesenta), de apertura y de cierta inestabilidad económica que fue característica de las últimas tres décadas del siglo pasado.

El asunto es que la preocupación se concentró fundamentalmente en la búsqueda de una expansión cuantitativa del sistema educativo y solamente hasta fines de los años ochenta se comenzó a reparar en los contrastes regionales y las profundas inequidades educativas; también en los problemas de calidad del sistema. Desde entonces se pusieron en marcha programas dirigidos a mejorar la infraestructura del servicio educativo, la calificación de profesores, los materiales, la gestión escolar o diferentes apoyos a los grupos vulnerables para facilitarles la asistencia a la escuela. Los avances han sido significativos, pero insuficientes.

A pesar del énfasis en mejorar la oferta educativa y avanzar en la igualdad de acceso escolar, actualmente, entrada la segunda década del siglo XXI, todavía debemos añadirle el problema de igualdad en resultados. En el horizonte debe estar, además de los problemas irresueltos de atención educativa, en todos los niveles y especialmente en el superior, el de la calidad del sistema y los resultados en aprovechamiento escolar.

Es un tanto paradójico lo que ocurre en el sistema educativo: es alta y profundamente selectivo, pero está en duda que proporcione las habilidades y capacidades que debiera otorgar en los diferentes niveles. Un rasgo que exhibe el corte de la desigualdad y los problemas de gestión e ineficiencia del sistema.

Por una parte, los filtros que se despliegan a lo largo del recorrido escolar llevan a que solamente una proporción mínima de los alumnos que se inscriben en la primaria, alcance, en el tiempo previsto, el nivel superior. Los cálculos son variables, pero solamente entre 11 y 14 de cada cien, lo lograrán; el resto cumplirá su recorrido en un tiempo mayor o en definitiva abandonará la escuela. No es fortuito que solamente tres de cada diez jóvenes en edad de cursar estudios superiores esté en la escuela o que la cifra del rezago educativo (personas mayores de 15 años que no completaron su enseñanza básica) sume actualmente poco más de 30 millones de personas. Esta última cifra es un volumen casi equivalente a la matrícula total del sistema educativo.

Por otra parte, son frecuentes las quejas reiteradas acerca de los problemas en la formación de los alumnos, en donde el nivel escolar más alto culpabiliza al previo de que los alumnos no sean capaces de leer, escribir o argumentar correctamente; el siguiente al anterior; y así hasta llegar a lo elemental. No es solamente un problema de apreciación, las pruebas estandarizadas a gran escala, con sus sesgos y dificultades, han dado muestras de las dificultades con el dominio de conocimientos y la correspondiente falta de capacidades y habilidades.

Desde los años setenta, la literatura ha destacado la importancia de la clase social y el contexto familiar como determinantes de la trayectoria escolar y el acceso a los niveles superiores. Las desigualdades sociales previas como influencia y condición para el éxito o fracaso escolar que en no pocas ocasiones la escuela vuelve a reproducir. El nivel de ingreso económico como variable para el acceso escolar, el cual adquiere un mayor peso conforme más alto el nivel educativo.

La dificultad para el acceso escolar se ha tratado de remediar, principalmente, con el otorgamiento de becas y, al mismo tiempo, con la extensión de la obligatoriedad desde el preescolar hasta la media superior. La cobertura en preescolar y secundaria, cuya universalización todavía no es un hecho a pesar de lo que dice la norma, muestran los pendientes que todavía se deben atender, anticipan lo que podría ocurrir con el nivel medio en el 2021 y la presión que habrá en la educación superior.

Además de una atención acelerada a los déficits en materia de acceso en los niveles obligatorios, el tema de la igualdad de resultados cobrará mayor importancia. De hecho, ya la tiene. Las diferencias de logro escolar será objeto de un escrutinio más escrupuloso, debido a las desigualdades en la conclusión satisfactoria o accidentada de los estudios, el sector y tipo institucional del que se trate, o las capacidades y habilidades adquiridas. Por tal motivo, en ocasiones, resulta más significativo conocer la institución donde se estudió que el nivel de estudios alcanzado; el mismo título profesional refleja contenidos y aprendizajes muy diferentes según la institución de donde se proviene.

El mérito, como principio esencial, parte del supuesto que el esfuerzo individual y las cualidades son el el motor de ascenso para que los individuos con mayores aptitudes y capacidades obtengan los puestos de mayor relevancia y prestigio. Sin embargo, como indica François Dubet, una concepción puramente meritocrática de la cultura escolar tiene una serie de problemas. La escuela no es un espacio para la igualdad de oportunidades ni un espacio justo de competencia. En todo caso, como se sostiene, si la igualdad de oportunidades se subordina a la eficiencia y al mérito, no hacemos sino profundizar en la meritocracia, pero no en la igualdad. En fin, serán tensiones que habrá que resolver.

Hasta ahora, en el caso de la educación superior, las iniciativas que se pondrán en marcha están centradas, nuevamente, en avanzar en la igualdad de oportunidades de acceso. Se trata de los dos compromisos anunciados en el Pacto por México de diciembre pasado: Uno, asegurar los recursos presupuestales para incrementar la cobertura en al menos al 80 por ciento en la educación media superior y en 40 por ciento en la educación superior; otro, crear un programa nacional de becas para los alumnos de esos dos niveles, el cual estará centrado en una primera etapa en los alumnos provenientes de familias ubicadas en los cuatro deciles con menores ingresos. Además, como parte de este último compromiso, se planteó que habrá un programa piloto de “beca-salario” en tres entidades federativas.

Los compromisos no tienen el nivel de detalle que seguramente estará en el correspondiente programa sectorial. Pero, como se puede advertir, las prioridades están en la misma línea de preocupación por el acceso de las últimas décadas. Incluso es de apreciar la reducción operada en los compromisos del Pacto, respecto de los compromisos que ofreció el entonces candidato presidencial y ahora ejecutivo federal, Enrique Peña Nieto. Había comprometido cobertura universal para la educación media superior e incrementar al menos a 45 por ciento la cobertura en superior.

Mientras más tiempo lleve cubrir el déficit de acceso a la educación, más demorará la atención a los resultados y a las consecuencias de la educación.


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