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Los académicos universitarios y la reforma educativa
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 495 [2013-01-24]
 

En las universidades se produce y trasmite conocimiento científico, como un bien público que crea riqueza social. Este tipo de conocimiento también se crea en organizaciones privadas con fines de obtención de ganancias. Quienes lo producimos y trasmitimos en el aula somos académicos. De ahí el papel tan relevante que tenemos rumbo a la sociedad y la economía del conocimiento. Resalta, además, que la ciencia es y crea cultura.

En el país hemos seguido una pauta histórica de desarrollo con relación a la producción científica, y los académicos, en nuestras casas de estudios públicas. La política de deshomologación salarial, la entrega de subsidios públicos extraordinarios por la vía de “concursos”, y los sistemas de evaluación al desempeño, le asignaron un papel protagónico a la investigación frente a la docencia.

Las instituciones públicas dedicaron esfuerzos para generar habilidades que hicieran factible obtener fondos externos para producir conocimiento. En el libro de Galaz et.al., recién publicado, el 64 por ciento de los académicos mexicanos entrevistados declaró que en su institución ha aumentado la presión por obtener fondos externos. Los académicos, en consecuencia, han desarrollado actitudes y comportamientos de competencia que, en un medio de escasez, ha implicado usar casi cualquier tipo de instrumentos para ganar puntos, prestigio y dinero.

Las políticas aplicadas cambiaron la ética académica. También las prácticas: pasamos a publicar por publicar; llenar formularios, informes e indicadores se volvió parte central de la vida cotidiana. Una parte del personal académico, los evaluadores, entraron en la lógica de lo que Ibarra llamó el capitalismo académico (Slaughter, Lesli y Rhoades) en los márgenes. Éstas son, en breve, algunas de las tendencias estructurales que se han seguido. Las tenemos que evaluar frente a la reforma educativa, para generar nuevas políticas de apoyo a la academia y a los académicos.

Hoy vivimos en una situación donde la reforma educativa va implicar un aumento de la cobertura de educación superior para llegar al 50 por ciento en los próximos 10 años. Transitar a la sociedad del conocimiento y atender a un par más de millones de estudiantes va a requerir decenas de miles de docentes e investigadores.

Por lo que ha significado la dinámica pasada y lo que puede significar el futuro inmediato, consideré pertinente tener un punto de partida: saber cuántos somos, cuántos alumnos hay por profesor, cuántos somos de tiempo completo, investigadores nacionales y dónde nos ubicamos en el país. He usado el Estudio Comparativo de las Universidades Mexicanas (ECUM) de la UNAM como fuente de información.

En México, la planta académica de educación superior en el 2011 era de 342 617 personas y había registrados 3, 332 469 estudiantes, o sea casi 10 estudiantes por profesor. El Distrito Federal contiene al 19.8 por ciento del total de docentes y los Estados de Jalisco, México, Morelos, Nuevo León y Puebla a otro 19.4 por ciento. O sea, seis entidades concentran a casi 4 de cada 10 académicos.

Los académicos se dividen en aquellos que son de tiempo completo, tiempo parcial y de asignatura. Los primeros, los de tiempo completo, son los que viven de hacer una carrera académica strictu sensu. En el 2011 representaban 83 464 académicos, o sea casi un cuarto del total(24.4 por ciento). En el D.F. y en las cinco entidades mencionadas había un 40.8 por ciento.

Con relación al total de la planta académica nacional de tiempo completo, el 38.2 por ciento son doctores (32,282), quienes, formalmente, producen conocimiento original. El 47 por ciento del total de doctores se encuentra concentrado en las seis entidades a las que se hace referencia.

Finalmente, tres datos más. Los investigadores nacionales registrados en el 2011 eran 17,639, que representan el 21.1 por ciento de la planta de tiempo completo. Seis de cada diez investigadores (61.3 por ciento) nacionales residen en el D.F. y las cinco entidades incluidas al principio.

No hay información en el ECUM sobre los tipos de instituciones a los que pertenece toda la planta académica, pero en el estudio de Osorio y Martell, que forma parte del Proyecto sobre la Reconfiguración de la Profesión Académica, se indica que el 84.3 por ciento de los académicos trabaja en instituciones públicas.

Lo descrito hasta aquí puede dar algunas orientaciones de política académica desde varios ángulos. Uno más consideraría la opinión de los académicos sobre sus condiciones de trabajo. En el texto, “Los académicos mexicanos a principios del siglo xxi”, escrito por Galaz y un grupo de colegas, se indica que, en un conjunto de 8 indicadores (p.93), entre el 51.5 por ciento y el 63.2 por ciento no considera buenas las condiciones de las instalaciones en las que labora. Lo que quiere decir que el rubro de infraestructura tiene que ser atendido para mejorar la calidad.

En suma, frente a los cambios que vienen ocurriendo y los que van a ocurrir es indispensable poner atención a las características y al trabajo de los académicos, así como a las condiciones en que lo realizan, si de verdad la reforma tiene la intención de tener instituciones exitosas en materia educativa.


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