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Museos interactivos: reto para las universidades
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 494 [2013-01-17]
 

En homenaje a Earl Shorris. Creador del curso Clemente en Humanidades y defensor acérrimo de la enseñanza respetuosa y reflexiva de las culturas originarias.

El museo, tal como lo conocemos en la actualidad, surgió en el Renacimiento y, desde entonces, su concepto y funciones han tenido innumerables giros. Fue en el siglo XIX cuando se empezó a dar a los museos un enfoque formalmente educativo, aunque no es sino hasta el siglo XX cuando se les concibe como espacios de complemento a la enseñanza formal y se desarrollan los llamados “museos interactivos”.

Con la aparición de las nuevas tecnologías de la información, la museografía moderna comenzó a emplear montajes y los más avanzados desarrollos audiovisuales en sus salas de exposiciones. En México, recientemente se inauguró el Gran Museo de la Cultura Maya, ubicado en la Ciudad de Mérida, que utiliza el espectáculo como técnica museográfica, recurriendo a la sensibilización y a las experiencias lúdicas para comunicar las ideas. En palabras de Giovanni Sartori podríamos decir que en este museo lo que se pondera es la diversión de los visitantes, por encima de la reflexión, el entendimiento y el aprendizaje.

De acuerdo a su página web oficial, entre los objetivos de este museo yucateco se encuentra la promoción del turismo. Tal vez sea esta la razón por la que la forma en que se presenta “lo maya” es poco respetuosa de la ciencia histórica y de sus métodos de investigación y transmisión. Las narraciones y relatos de lo que ocurrió en el pasado aparecen sin hacer mención a las fuentes y se presentan como verdades consumadas, cuando en algunos casos todavía existen discusiones académicas al respecto.

En la primera sala del museo, por ejemplo, con ayuda de tecnologías multimedia, los visitantes se sitúan a finales del período cretácico, hace 65 millones de años. Observan y escuchan cómo un meteorito impactó la tierra en la zona de Chicxulub, causando la extinción de diversas especies. Terminado este espectáculo de “inducción”, aparecen los mayas sin ninguna alusión a cómo fue que llegaron al lugar en donde ocurrió el impacto del meteorito; no hay referencia alguna a las diversas teorías sobre las migraciones de grupos de personas a la península de Yucatán. Es probable que los visitantes al museo, que no tengan otra información, se queden con la idea de que los mayas emergieron en la región por cuestiones azarosas o por generación espontánea, o que incluso el impacto del meteorito tuvo que ver con ello.

Es evidente que el recorrido en el museo elude el encuentro del visitante con el devenir histórico. El recorrido de las salas y la observación de las exposiciones y puestas en escena no permiten percibir el eslabonamiento de sucesos que derivan los unos de los otros y que se interrelacionan. En las expresiones de espacio y tiempo que hay, no se alude al sentido mesoamericano de la cultura maya ni tampoco a los modelos de periodización que son resultado de la investigación y propuestas de la cronología arqueológica. El presente de la cultura maya se toca con veleidad ya que casi nada se dice sobre los mayas contemporáneos, de su historia y diversidad cultural ¡Mucho menos acerca de sus necesidades y luchas!

Sea como sea, la visita al museo resulta interesante y divertida, aunque lo que se aprenda sea pobre e incluso equivocado. Esto sin duda constituye un enorme reto para las universidades, pues las obliga a dejar de lado los métodos didácticos aburridos, como el memorismo y el enfoque enciclopedista, a los que todavía se sigue recurriendo. Además, la aparición de este tipo de museos exige a las universidades cumplir cabalmente con su función de divulgación científica.

Para nadie es un secreto que la forma en la que se cuente la historia de México pone en juego la interpretación de lo que somos y queremos ser los mexicanos. Estando las cosas como están en el país, sería bueno que las universidades trabajaran por una divulgación responsable de la historia nacional, a través de exhibiciones interactivas y programas de apoyo a la educación formal. Varios países, entre ellos México, cuentan con museos inscritos en la tendencia Sciences Centers, como son el Papalote y el Universum, pero lo que presentan sobre la historia de México es muy escaso. No es suficiente para acercar de manera amena, pero a su vez seria, la historia, y en general los hallazgos y preguntas de las humanidades y las ciencias sociales, al público en general y, particularmente, a los niños y jóvenes.


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