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Los académicos: una visión retrospectiva
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 493 [2013-01-10]
 

A unos días de iniciar el año, me siento en la necesidad de escribir acerca del grupo al que pertenezco: los académicos. Sobre este importante actor social de la vida universitaria hay ya una buena cantidad de bibliografía sobre el caso de México.

Hacia 1983, bajo la coordinación de Ma. Herlinda Suaréz, se hizo el Censo del Personal Académico de la UNAM. El análisis, los resultados y la metodología empleada quedaron vertidos en un libro de diagnóstico. Nuestra casa de estudios tuvo, por primera vez, un instrumento para establecer políticas que estimularan la superación académica de su planta, desde la Dirección General de Asuntos del Personal Académico, una oficina que ha sido emblemática en los últimos 30 años.

Diez años después, Manuel Gil Antón y un grupo de investigadores de la UAM-A publicaron un libro titulado Académicos un botón de muestra. Comenzó a develarse cómo se ha conformado el cuerpo académico del país por varias generaciones y cómo se ha constituido en actor, sujeto, espectador y rehén. Gil y colaboradores implantaron el tema y el análisis de los problemas de este segmento en el campo de los estudios de la educación superior.

Hacia el año 2000 salió publicado por la ANUIES el libro de Rocío Grediaga titulado Profesión Académica, Disciplinas y Organizaciones, donde analiza y tipifíca los papeles múltiples que juegan los académicos, la diversidad de sus tareas, sobre la base de las disciplinas que cultivan y las instituciones en las que trabajan. En ese mismo año, Susana García Salord publicó un texto importante sobre las condiciones del trabajo académico en la UNAM y cómo dichas condiciones se reestructuraron a raíz del sistema de pago por desempeño.

En la UNAM habíamos salido de la huelga de 1999, en la que, el conjunto de los académicos había permanecido casi como espectadores. Consideré importante plantear una problemática (2002) sobre las orientaciones y respuestas políticas de los académicos universitarios, considerando que es un grupo altamente heterogéneo, plural en sus formas de ver la realidad y con reacciones diferentes de acuerdo a los intereses específicos de los grupos que forman la comunidad.

Sostuve que son muchos los elementos que definen las actitudes políticas de los académicos, pero que el conformismo está basado en el individualismo y en la idea de que la academia es un empleo como cualquier otro, un contrato laboral como otros más, sobre la base de la oferta y la demanda en el mercado, y la carrera académica como una comprobación permanente de certificaciones de cumplimiento. En el 2004 se obtiene información de fuertes diferencias salariales en la comunidad académica.

En su texto sobre Capitalismo académico en los márgenes: transformaciones recientes de las universidades mexicanas (2005), Eduardo Ibarra precisa que los dispositivos de regulación del trabajo académico y la evaluación al desempeño se han constituido en un régimen laboral que se sobrepone a las normas institucionales derivadas de la autonomía y despojan a los académicos del control y organización de su trabajo para cumplir con las exigencias del “mercado”.

Hacia 2008 aparecieron más conceptos para entender el tipo de régimen laboral que estamos viviendo. Suárez destacó la idea de becarización y precarización de los académicos, cuando afirmó que hasta los académicos prestigiados, con amplias trayectorias institucionales en la investigación, tienen estatus de becarios. Añadió que, posiblemente, la mayor parte de la investigación que se hace en el país esté siendo desarrollada por becarios, independientemente de que tengan contratos laborales o no. Más adelante, señaló que la condición de becario resulta especialmente favorable para promover sentimientos de riesgo y para desalentar la acción política en el mundo académico.

En los últimos años hay muchos estudios sobre los académicos, que van desde el estrés en la ocupación hasta el análisis con perspectiva de género. Recogí un punto de la problemática (2012) cuando insistí que el sistema de evaluación del trabajo académico tiene la perversidad de deteriorar las relaciones humanas entre los académicos. Unos castigan, excluyen, a los otros. Hay corrosión del trabajo y deterioro de la vida académica.

Finalmente, acaba de salir el libro de Jesús Galaz et al sobre La reconfiguración de la profesión académica en México. Una obra de lectura obligada para la agenda de las políticas públicas, los dilemas actuales del profesorado y la situación de los académicos a principios del siglo XXI. No se pierdan los capítulos “retrato de una profesión subordinada” y “el largo camino para pasar de los puestos a los actores”.

Con todas estas menciones, espero haberle transmitido al lector la importancia de continuar investigando a los académicos. Feliz inicio de año.


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