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Nuevas biografías de elección de los aspirantes a la educación superior
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 475 [2012-08-24]
 

Entre las tendencias que emergieron a lo largo de las tres últimas décadas está la prolongación de los tiempos dedicados a la formación y al estudio. Hoy, las aspiraciones, posibilidades y oportunidades de cursar una carrera universitaria están presentes ya no sólo en los jóvenes, hombres, que pertenecen a familias de clases medias y alta. Ahora, prácticamente en todos los grupos sociales hay jóvenes, hombres y mujeres, que se plantean como posibilidad cursar una carrera universitaria.

En México, en relación con otros países de Latinoamérica, la proporción de jóvenes que tienen posibilidad y oportunidad de cursar una carrera universitaria es relativamente baja. Según datos del Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina (SITEAL), sólo 4 de cada 10 jóvenes de entre 18 y 24 años finalizan la educación media superior y menos de la mitad de este grupo asiste a la educación superior.

En el gráfico que acompaña este texto se presenta la relación entre estos dos indicadores. Es posible observar que hay países como Costa Rica y Uruguay en donde existe un bajo nivel de graduación en el nivel medio superior y una tasa alta de tránsito efectivo hacia el nivel superior. En cambio países como Chile y Colombia están cercanos al logro de la universalización del nivel medio pero el acceso a la educación superior tiene un carácter restrictivo. México está lejano a la universalización de la enseñanza media y también de lograr que la tasa de tránsito sea alta.

Ahora bien, la magnitud de los dos indicadores depende de varios aspectos. Entre ellos el nivel de selectividad de los sistemas educativos, así como los recursos culturales y socioeconómicos de quienes logran culminar el nivel medio superior. En todo caso, la explicación de ambos se encuentra en la persistencia de la desigualdad social y en la falta de cumplimiento del Estado mexicano de su compromiso con la igualdad de oportunidades. En México, con todo y que la proporción de jóvenes que logran terminar la educación media superior es baja no todos los egresados tienen oportunidad de ser incluidos en la educación superior; mucho menos la tienen de tener acceso a las instituciones y los programas educativos de su preferencia.

Los procesos de exclusión a los cuales se están enfrentando los jóvenes mexicanos que terminan la educación media superior se tornan patentes cada vez que los aspirantes a ingresar a una universidad pública no son aceptados en las instituciones y programas para los cuales presentan examen de ingreso. Como consecuencia de estos procesos, se han producido cambios en las “biografías de elección” de los jóvenes. Son muchos quienes abandonan sus anhelos y metas educativas, pero quienes no lo hacen están tendiendo a sustituir los movimientos lineales por rutas fragmentadas que les toman más tiempo y que les permiten trazar un camino alternativo para alcanzarlos.

Las tendencias apuntan a que en el tránsito desde la educación media superior a la superior cada vez hay mayor ocurrencia de “inicios falsos” y “posibilidades redefinidas” (según datos de la ENAES, ciclo 2008-2009, el 37% de los estudiantes de educación superior en México no están matriculados en la escuela que fuera su primera opción) a los que algunos autores (como Du Bois Reymond, por ejemplo) han dado el significado de “despliegues de la capacidad juvenil de agencia”. Sin embargo, no puede pasarse por alto el hecho de que la necesidad de tomar caminos alternos pone a estos jóvenes en situación de desventaja, frente a quienes siguen rutas lisas y lineales.

Tener que tomar decisiones adaptativas para hacer frente a los procesos de exclusión educativa está dejando fuertes marcas subjetivas en los jóvenes mexicanos. Estas marcas están configurando una relación con los estudios universitarios caracterizada por altos niveles de insatisfacción, bajos logros y fracaso escolar. También se traducen en sentimientos de frustración, desconfianza social, inseguridad personal y en merma de las expectativas y de compromisos de futuro.

Así las cosas, la creación de nuevas universidades públicas y de programas de educación superior, que cuenten con una imagen y representación social de calidad académica y prestigio institucional, se ha convertido en requisito para evitar que el descontento y la desconfianza de la juventud hacia el Estado mexicano se sigan profundizando.


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