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Desarrollo social y educación universitaria
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 434 [2011-10-06]
 

Después de la crisis de 1995, el crecimiento económico del país ha sido muy limitado hasta la fecha, con falta de empleo, baja productividad, aumentos minúsculos en el producto interno por trabajador, etcétera. Hemos vivido en un contexto de incertidumbre, violencia social, restricciones al espacio de lo público y un creciente descrédito de la actividad política.

De esta suerte, la tarea pendiente es darle un nuevo curso al desarrollo nacional, acentuando los impulsos a la planta productiva, a la acumulación, para invertir y reinvertir, para que de ahí se desprenda un proceso sostenido de crecimiento económico. Lo cual supone reconstruir las instituciones que respalden estos procesos, y reformar la vida política, para que la actividad del Estado pueda articularse positivamente con los impulsos al desarrollo y estimular el cambio social que trae aparejado.

Diría Charles Tilly que debemos pensar en remover grandes estructuras mediante procesos de gran calado. Alimentar el desarrollo con una visión de progreso, avanzando hacia la igualdad, y una mayor justicia distributiva, que son inseparables del desarrollo de una sociedad fundada en un régimen democrático.

Un régimen que permita la creación y el debate racional de las ideas, que tenga en cuenta las expectativas de mejoría de la población, promueva la identidad, los valores cívicos y la cohesión para hacer frente a las amenazas de la época.

Fue entrada la segunda mitad del siglo pasado cuando los sociólogos Jorge Graciarena y Francisco López Cámara sostuvieron la tesis de que las condiciones históricas y estructurales del desarrollo y el crecimiento económico están ligadas a la expansión de las “clases medias”.

Estas clases están constituidas por grupos sociales, como dice Soledad Loaeza, que forman un mosaico de posiciones ocupacionales, de ingresos, con actitudes muy variadas frente a la sociedad y la política, estratificadas en clase media alta, media y baja.

En conjunto han sido consideradas como motor del cambio, por ser una fuerza de presión a las instituciones para alcanzar niveles de vida ligados a la satisfacción de consumos pecuniarios. También por sostener valores asociados a la participación democrática.

Pues bien, hoy estamos enfrentados a un modelo de desarrollo que ha sido una fábrica de pobres, con clases medias que han experimentado restricciones a su nivel de vida. Tenemos una estructura social ciertamente polarizada, entre pobres y muy ricos, con una clase media muy debilitada, que es la manera como ha sido expresada dicha estructura por los datos distributivos y los imaginarios sociales.

En los años recientes ha crecido el número de pobres en el país, por encima de los 50 millones de personas, con las cuales convive una clase media llena de riesgos, desesperada por la reducción de sus posibilidades de consumo y angustiada ante las perspectivas de perder su forma de vida, motivos por los cuales puede constituirse en un factor de inestabilidad, como en otras épocas y otros espacios.

Las situaciones polares en la estructura social han dado pie a muchos fenómenos asociados a la violencia que se vive en México. Son prueba de los efectos perversos del modelo de desarrollo y de la necesidad de repensar, proponer y ejecutar un curso alternativo.

El desarrollo nacional esperado necesita repercutir en la apertura de canales de movilidad social, es decir, vías para que las personas mejoren su situación económica a lo largo de su ciclo de vida en la actividad económica. Esto significa volver la mirada para que se reconstituya una clase media que pueda darle viabilidad al crecimiento económico y ventilar el sistema político.

Asombra, a estas alturas del avance de las ciencias sociales, dar estas ideas pero, creo, pueden ser pertinentes al debate que se sostendrá por el cambio de gobierno.

Es aquí donde me parece que la educación universitaria debe acompañar al nuevo patrón de desarrollo, que no es sólo con fines de apoyar el crecimiento económico por la vía de la producción de conocimiento, la formación de cuadros científicos que lo elaboren y la competencia internacional, sino con el propósito de ajustar la estructura social por el combate a la desigualdad.

Hay muchas teorías que vinculan a la educación universitaria con el desarrollo económico y social. Hay coincidencias en que las sociedades exitosas, por así decirlo, son aquellas en las que la educación superior y la universidad tienen un papel decisivo en la superación personal y la movilidad social.

Y con todo y los problemas por los que hoy atravesamos a escala mundial y nacional, en México hay datos que muestran con toda claridad que el ingreso promedio por trabajo aumenta sistemáticamente del término de la educación básica a la educación superior completa. Así, la asistencia de los hijos a las instituciones universitarias es una de las grandes aspiraciones de las clases medias, compartida por los sectores populares que desean desplazarse hacia una mejor posición en la escala social.

Es imperativo hacer más accesible la educación superior, pues sólo 19 por ciento de los alumnos de este nivel pertenecen a los cuatro deciles más bajos de la distribución del ingreso (Tuirán).

En resumen, el nuevo patrón de desarrollo implica estimular la existencia de una clase media amplia que lo retroalimente; implica reducir la desigualdad social. La educación universitaria, en particular, es uno de los vehículos, tal vez el más importante, para estos fines.

Por ello, insistimos, cada vez, en que se expanda la matrícula universitaria y se mejoren los procesos de enseñanza, condiciones para que la universidad pueda cumplir con los cometidos que el país le demande a futuro.


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