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Otra ciencia es posible
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 118, pp.8 [2005-02-24]
 

Entre los cambios ocurridos en los últimos años en la dinámica de años en la dinámica de las actividades universitarias, uno de los más apasionantes y controvertidas es el referido a la creación y aplicación del conocimiento. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos publicó el año pasado un interesante ensayo con el título de A universidade no século XXI, en el que de una manera lucidamente crítica revisa los cambios ocurridos en las universidades públicas de los países periféricos, también llamados eufemísticamente “en desarrollo”

Uno de los temas que aborda en la obra antes mencionada es el que denomina el paso “del conocimiento universitario al conocimiento pluriversitario”. Con ello se refiere a la transformación de un tipo de saber homogéneo y organizacionalmente jerárquico en la medida en que los agentes que participan en su producción comparten los mismos objetivos, tienen la misma formación, la misa cultura científica y realizan las actividades científicas según jerarquías institucionales bien definidas.

Es lo que por mucho tiempo se ha considerado como “conocimiento universitario”. Junto a éste, lo que ha aparecido últimamente es un tipo de saber contextual en el que el principal organizador de su producción es la aplicación que se le puede dar. Puesto que dicha práctica ocurre extramuros, la iniciativa de formulación de los problemas que se pretende resolver, así como la determinación de los criterios de relevancia son el resultado de esfuerzos compartidos entre investigadores y usuarios.

Se trata de un conocimiento transdisciplinar que, debido a su propia contextualización, obliga a un diálogo o confrontación con otros tipos de conocimiento, lo que lo vuelve más heterogéneo internamente y más susceptible de ser producido en sistemas abiertos, menos permanentes y de organización menos rígida y jerárquica. Es lo que Michael Gibbons y otros llamaron, en 1994, “el pasaje de un conocimiento de modo 1 al conocimiento de modo 2”.

El conocimiento “pluriversitario” se ha venido concretizando de manera consistente en asociaciones (joint ventures) entre la universidad y la industria, convirtiéndose así en una forma de conocimiento mercantil, llamado incluso por algunos autores como Sheila Slaughter y Larry Leslie, “capitalismo académico”.

Sin embargo, de Sousa Santos señala que en años recientes, particularmente en algunos países centrales o semiperiféricos (Brasil, India y Sudáfrica, entre otros), el contexto de aplicación ha sido también en mercantil, sino más bien cooperativo, solidario, mediante la asociación de investigadores y sindicatos, Organizaciones No Gubernamentales, movimientos sociales especialmente vulnerables (inmigrantes ilegales, desempleados, enfermos crónicos, ancianos, portadores de VIH/sida, etcétera), comunidades populares, grupos de ciudadanos críticos y activos.

Se trata entonces de un vasto conjunto de usuarios que han ido desarrollando una relación nueva y más intensa con la ciencia y la tecnología y que, por lo tanto, exige una mayor participación en su producción y en la evaluación de su impacto.

Si bien la universidad tradicional fue creada de acuerdo con un modelo de relaciones unilaterales con la sociedad y es ese el modelo que conforma su institucionalidad, el conocimiento “pluriversitario” sustituye esa unilateralidad por la interactividad, que se ve, a su vez, potenciada por la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación.

Ante este panorama, de Sousa Santos apunta que la universidad actual se halla frente a demandas contrapuestas que pueden cambiar su institucionalidad. Por un lado, se observa una presión privatizadora de mercantilización del conocimiento, encabezada por empresas que llegan a ser coproductoras del conocimiento científico y tecnológico.

Este tipo de presiones busca reducir la responsabilidad social de la universidad a su capacidad de conocimiento económicamente útil, es decir, comercializable. Por el otro, está otro tipo de presión por parte de diversos grupos de la sociedad, aunque de manera más difusa que en el caso anterior.

Demandan la atención de la universidad como espacio público más amplio, para resolver un conjunto muy heterogéneo de conflictos, donde subyace una concepción de responsabilidad social más exigente.

Además de afectar la institucionalidad universitaria, este dilema también tiene repercusiones sobre su identidad social y cultural.

El espacio no mercantil examinado por de Sousa Santos ofrece un escenario inédito que puede muy bien ser explorado en nuestro país. Trabajar directamente con grupos de la sociedad civil representaría una muy interesante y novedosa fuente de financiamiento, así como una magnífica oportunidad para tratar de aplicar de manera directa la investigación con los beneficiarios directos, sin la intermediación de organismos oficiales.

Significaría también una forma de ampliar y recuperar la esfera pública que a últimas fechas sufre los embates de quienes pretende reducirla a su mínima expresión.

Es de suponer que existan ya experiencias como las mencionadas en el párrafo anterior y sería deseable que tuvieran una mayor difusión para que pudieran multiplicarse.


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