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Un Plan Nacional sin reiteraciones ni simulaciones
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 226 [2007-05-31]
 

A estas alturas ya se han escuchado voces sobre lo que sería deseable para la educación superior y las políticas públicas que se van a llevar a cabo como parte del Plan Nacional de Educación. Anoto enseguida tres puntos. En el primero me parece que hay consenso. Los otros dos se refieren a cuestiones que todavía están a discusión porque existen puntos de vista divergentes. Aquí menciono las dudas y ofrezco una salida.

1. La educación superior está constituida por segmentos y un conglomerado institucional. Intervienen un cúmulo de actores que buscan influir en su conducción. Por tanto, hace falta construir lo que sería, propiamente hablando, un sistema educativo que en su diversidad funcione de manera integrada. Asimismo, se espera el establecimiento de una política financiera que fije montos adecuados y brinde certeza. Hay acuerdo en que se eleve la cobertura y su equilibrio interestatal. Históricamente se justifica un oleaje expansivo. Pero también un aumento de la calidad, concepto que es necesario debatir para llegar a la definición de estándares, indicadores e incentivos. Finalmente, dada la época en que vivimos, es oportuno que se tomen medidas para que las universidades recreen el espacio de lo público, tengan una mayor vinculación con su entorno y desplieguen nuevas modalidades de responsabilidad social.

2. Desde otra perspectiva, no es deseable que los mecanismos de evaluación y acreditación sigan promoviendo fracciones de "excelencia" que estratifican a las instituciones y a los académicos. Las políticas que promueven estos resultados no permiten que exista una competencia justa. En la situación actual, los más desfavorecidos salen perdiendo.

A varios lustro s de la política de evaluación, los investigadores hemos insistido en que es necesario evaluarla. Sería importante conocer qué ha cambiado con su aplicación. Si hay mejores procesos formativos, si ha habido impulso a la investigación que se refleje en un incremento sustantivo del número de publicaciones, por qué la mayoría de los posgrados no están en el padrón, si hay mayor pertinencia de los procesos académicos, si las condiciones de trabajo han mejorado, si el personal de carrera ha crecido conforme a las necesidades del aumento de la matrícula, hasta cuándo van a seguir funcionando como hasta ahora los sistemas de pago por méritos, cuánto más se puede resistir con la simulación. Si la competencia con salidas individuales y proyectos de investigación aislados por encima de la colaboración y la cooperación han servido o no para que avance el sistema de educación universitaria y el de ciencia y tecnología. Etcétera.

Preguntas y más preguntas que consideramos merecen una respuesta de parte de las autoridades o bien el planteamiento de nuevas estrategias que tiendan a responderlas, porque de otra manera la educación superior en el país correrá riesgos que no-son benéficos para nadie.

3. Los académicos somos renuentes a creer en las bondades de los planes que se presentan al inicio de cada sexenio. Lo hemos dicho en varios foros. Dan la impresión de que se trata de cubrir una exigencia legal más que un compromiso efectivo para resolver problemas y el rezago histórico que tenemos en materia educativa.

Ya no hay más tiempo para seguir por el mismo rumbo. El Estado no puede ser exclusivamente promotor del fortalecimiento del mercado. En países como el nuestro a la educación y al conocimiento no se les puede considerar como otra mercancía cualquiera y, por ello, no se les puede aplicar la ley de la oferta y la demanda. En ese caso se les distorsiona en su proceso de creación y en su impacto social.

Puestas las cosas como en este tercer punto, habría la expectativa de que en el próximo Plan Nacional de Educación se dijeran cosas nuevas sobre la educación superior a partir de lo concreto, como lo señalado en el primer punto. Deseamos, igualmente, que se responda una suma de preguntas como las del segundo punto que estimulen el desarrollo educativo enfrentando los problemas acumulados.

Estamos en una encrucijada en la que los tomadores de decisiones y los actores políticos de la educación no tienen otra salida histórica que velar, desde el Estado y la sociedad civil, por el interés común. Las repeticiones no entusiasman y como aquí se cuestiona ya no producen avances.


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