MOTOR DE BÚSQUEDA PARA ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS

Autor  Periódico  Año 
Mostrar Introducción

El tiempo de la ciencia y la tecnología
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 200 [2006-11-09]
 

El siglo pasado se nos fue en tratar de sentar las bases de un sistema científico y tecnológico. Un esfuerzo que incluyó definiciones normativas, la sostenida formación de recursos humanos, la ampliación de capacidades institucionales, el oscilante financiamiento al sector y el establecimiento de programas dirigidos, entre otros aspectos. Sin embargo, el siglo concluyó y nos quedamos a la espera de constatar el vigor y los beneficios del sistema edificado.

En las vísperas del cambio de siglo, con el acicate de las alianzas comerciales a gran escala, el recurrente debate sobre la globalización, la seductora idea de una sociedad del conocimiento, la transición en el ámbito nacional y, especialmente, por los acelerados descubrimientos científicos mundiales y el vertiginoso cambio en las tecnologías de la información y la comunicación, parecía inminente que tocaba el turno al desarrollo científico y tecnológico nacional y con ello al bienestar del país. No fue así.

Ya pasó el primer lustro de la década actual y los planes se quedaron en eso, buenos propósitos que no abandonaron los márgenes del papel. Un acontecer que CampusMilenio ha seguido sistemática y puntualmente en sus ya 200 números. No avanzamos conforme a lo previsto y los indicadores solamente registraron una ligera variación. Tendríamos que interrogarnos cuánto más podemos diferir una estrategia definida y qué costos pagaremos como nación -los estamos pagando ya en términos de viabilidad y bienestar- si seguimos postergando acuerdos e iniciativas de largo aliento en este terreno.

Un breve camino

Los esfuerzos por definir una política científica en México tuvieron un fuerte impulso en los años setenta con la creación del organismo rector de las políticas en esa materia: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Aunque, como lo ha advertido Rosalba Casas hace ya tiempo, también es cierto que el interés del Estado por elaborar una política al respecto no comienza con la creación de Conacyt.

No obstante, a partir de los años setenta sí se advierte un esfuerzo más consistente en la formulación de una política científica y tecnológica. Las principales iniciativas se concentraron fundamentalmente en cuatro grandes líneas: a) formación de recursos altamente calificados, un programa que se extiende hasta el presente, aunque con grandes variaciones y escasa claridad en su orientación; b) un amplio programa de investigación (los llamados programas indicativos) en diferentes áreas y problemas (salud, demografía, recursos forestales, alimentación, etcétera), que otorgaban recursos extraordinarios para investigación; c) la elaboración de un Plan Nacional Indicativo de Ciencia y Tecnología; y d) la creación de una infraestructura científica.

Los años ochenta, la década pérdida, puso en evidencia el viejo modelo de desarrollo y la falta de recursos públicos para la actividad del sector. Una escasez que llevó el gasto federal en ciencia y tecnología a un descenso de 0.43 a 0.30 por ciento como proporción del PIB entre 1980 y 1990. Una docena de instituciones educativas registraban la mayor actividad de investigación y tenían la mayor participación en el gasto federal, entre ellas destacaba la UNAM con el mayor volumen. En la década también se proyectó la necesidad de vincular la investigación y el desarrollo con el cambio estructural de la economía y la generación de un conocimiento útil. De hecho, se crearon diferentes instancias y normas para intentar fortalecer el sistema de ciencia y tecnología CyT, como la Ley para Coordinar y Promover el Desarrollo Científico y Tecnológico en 1985, misma que estuvo vigente hasta 1999, también se creó la Comisión para la Planeación y el Desarrollo Tecnológico y Científico, así como los primeros intentos normativos para establecer estímulos fiscales para el fomento científico.

Otra iniciativa importante de los años ochenta fue la creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en 1984. Un sistema de compensación salarial que no solamente significó mayores ingresos para paliar la crisis de los años ochenta, también fue un mecanismo para diferenciar prestigios y desempeños. El programa tiene más de dos décadas de funcionamiento y tal parece que ya quedó arraigado en las rutinas de la comunidad.

Lo años noventa, con el discurso de la modernización, la recuperación económica parcial y la apertura comercial, también tuvieron un efecto notable en las políticas del sector. En 1999 se emitió la Ley para el Fomento de la Investigación Científica y Tecnológica y, como han señalado Casas y Dettmer, se adoptaron algunas de las características del paradigma de la ciencia como solucionador de problemas, basado en modelo lineal en el que la importancia de la demanda de las empresas para impulsar el desarrollo tecnológico es el punto fundamental de esta nueva concepción, al menos en el nivel del discurso oficial (Hacia la definición de un paradigma para las políticas de ciencia y tecnología en el México del siglo XXI). Lo sobresaliente es que las políticas introdujeron una orientación de mercado en las actividades científicas y tecnológicas (en la organización, en los fines y en las fuentes de la investigación), a la vez que una asociación a criterios de productividad, calidad y competitividad. Al final de la década se constataba, sin embargo, que el sistema seguía siendo reducido, concentrado y poco productivo.

El nuevo siglo

Al comienzo del nuevo siglo, bajo la perspectiva de la alternancia en el gobierno y los grandes planes, el diagnóstico de la administración que estaba por comenzar fue contundente: no existe un sistema de ciencia y tecnología como tal, se trata de agregados de instituciones de los diferentes sectores que no tienen relaciones institucionalizadas entre sí, sus flujos de información son deficientes y Conacyt carece de la solvencia financiera y los instrumentos para orientar la política del sector.

En el terreno de las capacidades se advirtió que, en términos comparativos, se estaba en desventaja con otras naciones. Una comparación recurrente con países industrializados -e incluso con algunos en desarrollo- que muestra los bajos niveles de gasto nacional en investigación y desarrollo experimental, la escasa proporción de investigadores por población económicamente activa, el reducido número de doctores por año o la baja productividad. Un panorama poco novedoso.

En consecuencia, la administración actual formuló un ambicioso plan hacia el 2025 y con metas a alcanzar para el 2006. Las de este sexenio se refirieron a nuevas modificaciones legales para una mayor autonomía, control e instrumentos a disposición de Conacyt, para actuar efectivamente como organismo rector de las políticas en el sector. Otro conjunto de metas, condicionadas al logro de metas macroeconómicas, se plantearon duplicar, triplicar e incluso multiplicar por un factor de 6 algunos de los indicadores centrales. Por ejemplo, para el periodo se propuso llevar el gasto nacional en la materia de 0.60 a 1.5 por ciento del PIB; un acervo de recursos humanos de 25 mil a 80 mil; incorporar a 17 mil miembros más al SNI, pasar de 6 mil a 22 mil nuevas becas de Conacyt por año, o de 59 a 65 el número de convenios con el extranjero.

Las metas solamente se alcanzaron en el caso de las nuevas disposiciones normativas. Unas modificaciones que, entre otros efectos, desectorizaron a Conacyt, crearon nuevas instancias y dispusieron un ramo presupuestal para ciencia y tecnología. Con ello, señaló en su momento Conacyt, se dispone de una política de Estado para el sector. Sin embargo, al término del periodo, como se ha documentado en estas mismas páginas, los indicadores de gasto nacional (0.46 del PIB en IDE), el acervo de recursos humanos (41,779), los miembros del SNI (12,500), el número de nuevas becas (10,150) y los convenios de cooperación multilaterales (10), arrojan cifras que quedaron muy distantes de las expectativas generadas y de lo que se había prometido.

El mayor problema es que nos adentramos en el nuevo siglo sin haber garantizado la instalación de capacidades de un verdadero sistema científico y tecnológico nacional. Y a la dificultad de ampliación del sistema, se suma ahora un contexto global fuertemente competitivo, grandes rezagos y graves desigualdades en el país.

Algunos opinan que es cuestión de maduración: más tiempo para alcanzar mayores niveles de inversión, un sistema más vigoroso, mayor productividad y un mejor desarrollo social. Sin embargo, el paso del tiempo por sí mismo no resolverá las dificultades y, sobre todo, no mostrará el punto de llegada que queremos alcanzar. Tampoco los problemas que buscamos resolver, el para qué necesitamos a la ciencia y la tecnología. Para eso requerimos un horizonte de acuerdos básicos, no simulaciones, implícitos o ambigüedades. Ese es uno de los principales retos que nos aguarda y que conviene no eludir más.


Instituto de Investigaciones Económicas
Seminario de Educación Superior
TEL: 56650210, FAX: 56230116
webmaster@ses.unam.mx
Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

Free Blog Counter