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Las imágenes y representaciones sobre "lo mexicano" que tiene la juventud
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 420 [2011-06-23]
 

Escribió Cornelius Castoriadis (1922-1997, filósofo y psicoanalista francés de origen griego) que “ninguna sociedad puede vivir sin darse una representación de sí misma”. Al respecto, son preocupantes los resultados de la Encuesta Nacional de la Juventud 2000, porque en México, ya para inicios del nuevo siglo, los porcentajes de jóvenes que consideraban que los mexicanos somos violentos, abusivos, traidores, egoístas, flojos, corruptos e irresponsables fueron relativamente altos. A la fecha es evidente que, entre la juventud mexicana, la imagen y los significados de “lo mexicano” están fuertemente deteriorados, lo cual no es casual.

Más allá de que las experiencias de la vida cotidiana confirmen, o no, tales representaciones, las narrativas de lo que está pasando en México se reducen a versiones escandalosas y amarillistas que difunden los medios de comunicación, con la anuencia del Estado. Es una pena aceptarlo pero en el imaginario social, nacional e internacional, el país y nuestra identidad han quedado vinculados a la irracionalidad, la inmoralidad, la mentira, la simulación, el crimen, la violencia y hasta la gordura y la fealdad.

Este tipo de representaciones han dañado mucho la autoestima de los mexicanos y, por ello, es casi natural que cuando se les pidió a los y las jóvenes que mencionaran las tres cosas que más les gustan de México fueran relativamente muchos(as) los(as) que respondieron “nada”. De hecho, a muchos(as) jóvenes les gustaría emigrar a otro país y varios(as) son los(as) que temen que, justamente por ser mexicano(a), no sean bienvenidos(as) en ninguna parte.

Los datos oficiales más recientes indican que entre 2000 y 2010, el número de mexicanos(as) con estudios superiores concluidos que vive en Estados Unidos pasó de 411 mil 292 a un millón 39 mil 898. Esto significa que incluso los(as) más educados(as) están buscando un mejor futuro fuera del país. El corolario de esta situación es el peligroso síntoma de desapego ante lo mexicano que expresan tener hoy tantos(as) jóvenes.

El desapego repercute, entre otros aspectos, en las formas de inserción, convivencia y participación que busca la juventud en su sociedad, en la renuncia a las responsabilidades que tienen los(as) jóvenes consigo mismos(as) y en la consecuente apatía ante los compromisos en los que toma cuerpo la solidaridad social y la búsqueda de un futuro mejor, compartido.

Ciertamente, la promesa de “un nuevo país” que hicieron los gobiernos mexicanos de finales del siglo XX y de principios del XXI ha sido cumplida. Pero el nuevo país no representa un hogar, en su sentido literal, para los(as) jóvenes; más bien les resulta hostil.

En la actualidad, parece lógico que la juventud mexicana exprese no creer en las instituciones de gobierno, y menos aun en lo que dicen sus titulares y funcionarios. Y, por si fuera poco, la desconfianza con la que hoy viven los(as) jóvenes en México es tal que la Encuesta Nacional de Juventud 2005 revela que muchos(as) están de acuerdo con la afirmación “hay que tener cuidado porque todos se quieren aprovechar de uno”.

El desapego por el país y el contexto de desconfianza han repercutido en el sistema educativo, pues, entre otras cosas, son causa del poco interés y escaso gusto por estudiar que tienen hoy los(as) jóvenes mexicanos(as). Por ello, no sorprende que estén huyendo de la escuela, tengan bajo rendimiento escolar y busquen escapar hacia espacios o prácticas alternativos que brinden acogimiento y protección, cuando menos en términos de sensaciones.

Lo lamentable es que, como se sabe, este tipo de espacios y prácticas en México casi siempre están llenos de peligros y desprotección social. Estando así las cosas, ha llegado la hora de que el Estado mexicano y sus actores acepten que el meollo de la crisis en la cual está inserto México — particularmente la educación— es la falta de responsabilidad y congruencia que los gobiernos de las dos décadas pasadas han mostrado respecto de la construcción de un futuro digno y seguro para el país y sus jóvenes.

Momentos históricos como el que hoy vivimos exigen cambiar el rumbo, pues hay suficiente evidencia de que la adscripción de los gobiernos al neoliberalismo y a sus valores y prácticas han traído al país no sólo más pobreza, sino dolor, indignidad y violencia. Pero debe quedar claro que no se trata de volver al pasado, pues ni en la sociedad mexicana ni en los(as) jóvenes hay añoranza por lo ya agotado y hasta cómplice de lo que está sucediendo en México.

Independientemente de qué partidos y personas sean los que gobiernen el país, lo ineludible es reconquistar y ampliar los patrimonios materiales y simbólicos, así como los derechos de los(as) jóvenes. Es necesario entenderlo: la juventud es presente y es a través de lo que están viviendo, haciendo y significando los(as) jóvenes mexicanos como México y su sociedad están construyendo y proyectando su futuro.


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