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Universidad y globalismo
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 23 [2003-03-06]
 

En su libro ¿Qué es la globalización?, Ulrich Beck propone una interesante distinción entre los términos “globalidad”, “globalización” y “globalismo”. Para el sociólogo alemán, el primero de esos conceptos constata simplemente que desde hace largo tiempo vivimos en una sociedad mundial [véase U. Beck, ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización, Barcelona, Paidós, 2000]. En efecto, a partir del siglo XVI, el capitalismo ha requerido la formación de circuitos internacionales de intercambio, dando lugar a lo que Wallerstein denomina el “sistema-mundo”: un modo de organización económica que, a diferencia de los imperios, no implica una determinada estructura territorial y política. Si bien el capitalismo transnacional es clara expresión del proceso de globalidad no es su manifestación exclusiva. Otros fenómenos e instituciones de orden cultural, político o social -la ciencia es uno de ellos- han roto las barreras locales para situarse en el terreno de la globalidad.

Siguiendo con Beck, la globalización se define como el conjunto “de procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrican mediante actores transnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios” (p. 29). Así entendida, la globalización es un fenómeno esencialmente político: la hegemonía de los intereses del capital transnacional y su expresión en el plano del orden político mundial. Lo que llamamos globalización emerge de la intersección entre las estrategias de las corporaciones -internacionalización del capital en sus modalidades de producción, circulación y consumo- con la trama jurídica, política e institucional de acuerdos que hacen posible y facilitan tales estrategias. Los acuerdos de libre comercio, la banca internacional y otras organizaciones multilaterales son ejemplos de dicha trama, pero el movimiento en su conjunto es más amplio. Como señala R. Gilpin “la ampliación del mercado en redes globales y en espacios sociales integrados no habría sido posible sin un poder hegemónico liberal que posibilitara y favoreciera esta ampliación” [R. Gilpin, The Political Economy of International Relations, Princeton University Press, 1987]. La globalización, en suma, articula procesos de orden micro y macroeconómico, definidos a la vez por los planes de las corporaciones, las políticas económicas nacionales y los acuerdos multilaterales. La expresión culminante de tal articulación es, probablemente, la formación de bloques económicos regionales, cuya configuración zonal juega papeles relevantes de orden económico, político y diplomático.

Globalización y neoliberalismo se implican mutuamente; son las caras económica y política de un mismo proceso, el capitalismo post-industrial. Distintos fenómenos, algunos de orden tecnológico como la integración de redes mundiales de intercomunicación, y otros de naturaleza cultural que convergen en torno a una visión cosmopolita del mundo, refuerzan y dan coherencia al proceso globalizador. Al cabo, todo un sistema ideológico (discursivo, simbólico, ético y estético) refieren al proceso de globalización como “la” historia y aún como “el fin de la historia” (Fukuyama). Beck llama “globalismo” a la construcción retórica que postula el carácter inevitable e irrevocable del proceso de globalización en sus diferentes expresiones. A la globalización y al globalismo se oponen variadas formas de resistencia, debate y confrontación. En el plano político, es central la discusión en torno a la pregunta: ¿de qué manera es posible participar en el intercambio internacional sin pérdida de soberanía y autonomía de decisiones?

Para las universidades, tanto como para los sistemas de ciencia y tecnología, los debates acerca de la globalización son fundamentales. Como institución, la universidad surgió y se desarrolló como un proyecto a la vez global y nacional. Desde sus orígenes medievales la universidad encontró en el intercambio académico sin fronteras uno de los motores de su desarrollo y proyección pero, también desde antaño, la institución universitaria ha jugado un papel importante en la definición de proyectos de alcance nacional. Otro tanto puede afirmarse de las estructuras de ciencia y tecnología de los países.

En el marco de un debate obligado sobre el tema, es importante reconocer que el pensamiento globalista está jugando un papel definitivo en la orientación de las políticas de educación superior y de ciencia y tecnología en los países en desarrollo, como es el caso de México. En esta tesitura pueden identificarse las reglas y estímulos que agencias como Conacyt proponen a la comunidad académica. En el Sistema Nacional de Investigadores, el padrón de revistas científicas y el padrón de posgrado, para no hablar del sistema de becas, se comparte la visión de que la producción científica debe estar principalmente orientada por referentes internacionales: publicar en el extranjero, contar con árbitros extranjeros, o demostrar capacidad de competitividad internacional, son valores que cuentan positivamente en tales programas; pero son valores globalistas: pasan por alto o subestiman el potencial de desarrollo de una educación superior y de un modelo de producción científica organizado, en lo fundamental, por prioridades de desarrollo nacional, con impactos locales relevantes y con la posibilidad de participar, desde una posición no subordinada, en la llamada sociedad del conocimiento.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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