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Universidad y postmodernismo
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 22 [2003-02-27]
 

Las teorías de la post-modernidad han dado lugar a múltiples debates; filosóficos algunos, sociológicos otros. Para algunos teóricos, el término “post-modernidad” es equívoco al carecer de referente histórico (Kolakowski, Giddens) y sugieren profundizar en el sentido del cambio antes que acuñar una nueva terminología (Luhmann). Para otros la noción de post-modernidad o cultura post-moderna alude concretamente a las condiciones y estilos de vida de las metrópolis en el mundo desarrollado, así como a su interpretación y representación por los intelectuales.

En efecto, filósofos, lingüistas, críticos de arte, entre otros, han plantado diferentes interpretaciones sobre el fenómeno. También desde los años setenta, teóricos como Lyotard, Deleuze, Vattimo, Harvey, Séller, Fehér o Nowotny, provenientes de distintas disciplinas y corrientes de pensamiento, coincidieron en caracterizar la transformación cultural como una ruptura radical con los modos tradicionales de conocimiento y representación prevalecientes en Occidente: fin de las ideologías, de los cánones estéticos, de las doctrinas o, como lo denomina Lyotard, de los “grandes relatos”. El debate ha sido intenso y prevalece; más aún cuando han entrado en escena nuevos retos analíticos que provienen, sobre todo, de las implicaciones sociales y culturales de la globalización y de la proliferación de las tecnologías digitales.

Al centro del debate acerca de la universidad en la era post-moderna, está en cuestión el papel histórico que han cumplido las ciencias y las humanidades en la construcción de la modernidad. Si, como afirman los intelectuales afines a esta corriente de pensamiento, asistimos a la ruptura histórica de los vectores convencionales de conocimiento y comunicación, entonces la centralidad de las instituciones que han cumplido el papel de “organizador colectivo” de esas funciones -como decía Althusser, los aparatos ideológicos del Estado- tiende a desvanecerse. Vale esa afirmación lo mismo para la familia, las iglesias, los medios de masas o las universidades [véase, por ejemplo, A. Colon y J. Melich, Después de la modernidad, Barcelona, Paidós, 1991; J. Fredic, El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1992].

Queda en cuestión, por consiguiente, el papel de la universidad, tal como la conocemos, en calidad de institución social concentradora y difusora del pensamiento científico y humanístico. Asimismo se interroga su función como ámbito fundamental, casi exclusivo, en la formación de sujetos portadores de esa clase de conocimientos. ¿La post-modernidad anuncia el fin de la universidad?, ¿ha dejado de ser ésta la institución fundamental en la producción de conocimientos y de crítica?, ¿la sustituyen otras estructuras que también generan conocimiento y tienen capacidades de formación de sujetos?. Veamos.

A estas cuestiones se han enfrentado múltiples analistas. Ya son célebres las teorías de Gibbons y coautores sobre los nuevos modos de conocimiento y comunicación [véase, Michael Gibbons, et al., La nueva producción del conocimiento. La dinámica de la ciencia y la investigación en las sociedades contemporáneas, Barcelona, Pomares-Corredor, 1997], así como el debate abierto por Bill Readings, a mediados de los noventa, acerca del fin de la universidad y sus ruinas [véase, B. Readings, The University in Ruins, Cambridge, Harvard University Press, 1997]. En el contexto de estas discusiones, el profesor Ronald Barnett, de la Universidad de Londres, acaba de publicar dos importantes volúmenes. El primero en 2000, titulado Realizing the University in an Age of Supercomplexity, el segundo este año: Beyond All Reason: Living with Ideology in the University, ambos publicados por la Open University Press del Reino Unido.

En la primera de estas obras, que por cierto acaba de aparecer en español en coedición de Pomares y el Centro de Estudios sobre la Universidad de la UNAM, con el título Claves para entender la universidad, Barnett se ocupa de los desafíos que para la universidad contemporánea implica la emergencia de una era de “supercomplejidad” del conocimiento, esto es, un escenario en que la institución es desafiada por una constelación de agencias y medios con demostrada capacidad para generar conocimiento y mejor articuladas a los procesos de producción, comunicación y toma de decisiones. Para Barnett tal desafío conlleva un imperativo de cambio, cuyo eje consiste en la construcción de un nuevo ethos universitario, que por definición se asume como provisional e inestable en vista de la acelerada dinámica de cambio en que está inmersa la sociedad del conocimiento. Con un renovado ethos, que corresponde a la era de la supercomplejidad, la universidad, afirma Barnett, asume nuevos papeles y responsabilidades sociales sin pretender centrar las posibilidades de conocimiento sino contribuyendo a su proliferación, sin disipar la incertidumbre que signa la nueva época, sino con la función de “añadir valor” a ella. Desde tal perspectiva, el autor concibe la nueva universidad con una triple responsabilidad: “aumentar la supercomplejidad, ayudarnos a vivir con ella y hacer justicia a la estructura de valores que ayudó a producir la supercomplejidad.”

La postura de Barnett sobre la postmodernidad y el postmodernismo es, en cierto sentido, ambigua. Aunque reconoce que nuestra era puede ser caracterizada en términos de post-modernidad, en el sentido en que el proyecto cultural de la modernidad se acerca a sus límites históricos, también considera que el pensamiento post-modernista, sobre todo en su vertiente culturalista, falla tanto en su diagnóstico de la situación (por ser parcial) como en el alcance de sus implicaciones (por ser fatalista). Para el autor el post-modernismo es una especie de pesimismo filosófico, sin condiciones para generar alternativas constructivas.

En fin, en sociedades como la nuestra, con un proyecto de modernidad inconcluso y a la vez articulado y dependiente de las dinámicas de cambio del mundo desarrollado, los cuestionamientos sobre las nuevas responsabilidades sociales de la universidad resultan particularmente inquietantes. Una cuestión central en esa reflexión es cómo ajustar nuestros procesos de cambio institucional a las necesidades del entorno inmediato, sin perder de vista la transición mundial.


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