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Ética contra la guerra
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 26 [2003-03-27]
 

Vivimos en un mundo supercomplejo han dicho los sociólogos, lo que significa que todo es impugnante, impredecible, incierto. La matanza en Irak lo vuelve caótico y genera mayor incertidumbre. Vulnera el orden mundial establecido al violar el derecho internacional por el imperio de la fuerza. Al final de esta contienda, con el pretexto de asegurar la paz, la guerra puede quedar acreditada como un medio para derribar gobiernos que no sean afines a los intereses hegemónicos, se habrán debilitado las instituciones (como la ONU) y muchas naciones habrán perdido influencia en el devenir internacional. Ocurrirán, pues, desequilibrios de poder, que ya se manifiestan en la ruptura de alianzas entre los países industriales que dominan la economía del mundo.

Hoy nadie puede decir como se configurarán las cosas en el futuro. La intensidad y la duración de la guerra son desconocidas. Ganar en un tiempo corto puede ser rentable políticamente para los vencedores; pero quién sabe, porque si el propósito es rehacer la geopolítica de la región es probable que se quede como está. Una jugada de hit and run puede dejarla intacta. La ganancia habría sido demostrar que no hay Estado que se oponga a una situación unipolar, de dominio de una sola potencia militar. Provocar miedo a posibles enemigos y desestimular a otras naciones para que desafíen su poder.

La pérdida es el aislamiento. Un solo país no tiene la capacidad efectiva para mantener el control y resolver los problemas que se enfrentan en el Medio Oriente y a escala mundial. El intento sería un fracaso. Después de que termine la guerra la gobernabilidad del país invadido y su reconstrucción serán temas centrales de la agenda. La reconstrucción tendrá que ir más allá, hasta la estructuración de las relaciones internacionales. Formar una coalición frente a la superpotencia para que se reconstituya el Estado de derecho y no vuelva a ocurrir lo de ahora es el reto.

Pero también habrá que remontar una serie de anacronismos políticos, reformular alianzas y distribuir el poder de una manera diferente a la actual en la comunidad de naciones. La coyuntura puede ser favorable. Si hay pérdida de legitimidad y un sentimiento antiestadounidense ganado a pulso en esta historia, ¿de dónde saldrán las fuerzas políticas que apoyen un sistema internacional con predominio de una sola potencia, cuya política externa, en el actual gobierno, ha sido aventajar a sus propios aliados? No escuchar las razones y a las voces que se opusieron a esta guerra y haber actuado por decisión propia va a presentar un enorme riesgo, interno y externo, para los estadounidenses. No faltan las circunstancias para suponer que salgan debilitados de esta maraña en la que se metieron. Si fuera el caso, debería aprovecharse el momento para construir un orden internacional más equitativo y justo.

Pero el mayor peligro consiste en que la guerra se complique. Hay motivos para pensar que en algún momento otros países de la región, enemistados de siempre con los estadounidenses y que tienen una posición contraria a la guerra, se sientan amenazados. O que la prolongación del conflicto tenga efectos sobre la economía, las inversiones o los mercados de la región o que decidan manifestar sus propios intereses territoriales, que los hay. Un conflicto prolongado, que se expanda a varios países, va a ser muy difícil de sostener política y económicamente para Estados Unidos. El rencor y el resentimiento contra su irresponsabilidad política serían mayúsculos y el juicio de la historia muy severo. A no ser que se encuentren o utilicen armas de destrucción masiva que justifiquen la guerra preventiva y le den una salida política al régimen norteamericano.

Los hechos bélicos en el Medio Oriente y lo que resulte del conflicto significan un punto de inflexión en la historia. La globalización ha estado fincada en una cada vez mayor independencia entre las sociedades y basada en negociaciones económicas y políticas multilaterales. Las acciones militares en Irak ponen en jaque este modelo de relaciones. Si el conflicto, además, produce recesión y problemas en el sistema financiero, lo que sigue es inestabilidad social y política en muchos países, más dificultades económicas de las que ya se tienen y, posiblemente, una mayor polarización entre naciones ricas y pobres.

Por lo pronto, lo que ya se percibe son reacciones y resistencias, manifestaciones que pueden convertirse en movimientos sociales de protesta que ejercerán presiones cada vez más intensas, sobre todo si se coordinan, a favor de la paz. La emergencia de una opinión pública internacional contra la guerra también podría convertirse en un hito para provocar cambios dirigidos hacia la instauración de una política internacional que beneficie el desarrollo de los pueblos más desfavorecidos. La coincidencia de acciones en un objetivo común va a provocar tensiones cuyos efectos todavía son inimaginables. En la ética de la no violencia se fincan esperanzas positivas para las sociedades.

La vida cotidiana de todas las personas está influida por los acontecimientos que ocurren en otros lados del mundo. La información fluye por la aldea global. Nadie quiere pasar por la experiencia destructiva que han mostrado los medios de comunicación en Bagdad. En esta sociedad que se vive a comienzos del siglo XXI, bien sabemos que los fanatismos ideológicos y la guerra no eliminan el hambre, la pobreza, la destrucción del medio ambiente y la ignorancia; al contrario, agudizan los verdaderos problemas de la humanidad y convierten en inviable la justicia social.


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