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¿Prescindir de las ciencias sociales?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 8 [2002-10-31]
 

La esperanza por el desarrollo parece sustentarse en el fomento de la tecnología y las ciencias duras. Pero, ¿podemos prescindir de las ciencias sociales y las humanidades? No, definitivamente. Éstas se desenvolvieron en el ambiente académico propiciado por las universidades y otras instituciones públicas. En México tienen una larga tradición y han contribuido a formar el pensamiento social y político para un mejor entendimiento de la realidad. Además son disciplinas que alientan la transformación de la sociedad. Abren opciones de desarrollo a los sujetos y actores que producen la sociedad y construyen la historia. En este sentido sirven para orientar la dirección de los cambios sociales, su ritmo y posibles resultados.

A partir del siglo XIX han sido elemento fundamental en el establecimiento de instituciones políticas y culturales que fueron necesarias ante los acontecimientos que experimentó el mundo. Han tenido relación con los asuntos públicos, pero sobre todo para solucionar la cuestión social, reforzar las identidades y la cohesión nacional. Podría decirse que sin ideas innovadoras, sin investigación social y humanística, no hay conocimiento ni forma de impulsar el progreso material y cultural de los pueblos.

Dominado por las grandes fuerzas del cambio, México atraviesa por una fase en la cual se replanteó el modelo de desarrollo; se transformó la fisionomía del Estado; se agudizaron las desigualdades sociales y se modificó el sistema político con la alternancia. El panorama demográfico es distinto al de hace unos lustros, el empleo informal es predominante, se han incrementado las migraciones hacia el norte, la juventud no tiene expectativas de futuro y deja de estudiar a corta edad, la competencia de otros países con mano de obra barata es más recia, la recesión del principal socio comercial ha estado ligada a la del país.

Los problemas que enfrenta México son económicos, políticos, sociales y culturales. El tejido social está fragmentado y no tiene signos de recuperarse. ¿Qué herramientas tenemos para analizar y comprender estos fenómenos? ¿De dónde vienen los conceptos que nos permiten recuperar lo que hemos sido y vislumbrar lo que como nación podremos llegar a ser?

Lejos de reconocer el papel trascendente que juegan la investigación social y humanística en las universidades públicas se le ha debilitado y escatimado recursos. Erróneamente se piensa que carecen de importancia y que sus resultados son irrelevantes para el desarrollo del país y el avance tecnológico. No se entiende que problemas como el agua, los energéticos, la diabetes, el medio ambiente, la explotación de los bosques y la relación del hombre con la naturaleza tienen una solución que pasa por el estudio de las formas de vida y la cultura comunitarias. Tampoco se quiere ver que hay avances de conocimiento sobre la vida y la muerte en la medicina internacional que han abierto un campo de reflexión sobre la ética, además de cuestiones como la bioseguridad, que se vuelven asuntos de las agendas partidarias y del Poder Legislativo. Parece que a las ciencias sociales se les teme en los nuevos tiempos de la democracia por el escrutinio que pueden hacer de las políticas públicas y la cancelación de expectativas. Estas disciplinas son cruciales para crear una opinión informada. ¿Ahí se originan los temores de los funcionarios?

Necesitamos fortalecer, ampliar y consolidar el sistema científico y tecnológico. Habría que coordinarlo con la educación superior e impulsar que las universidades públicas dediquen una mayor cantidad de recursos financieros a esta actividad con una visión que sea incluyente y asigne un lugar apropiado a las ciencias sociales. Requerimos la enseñanza de las humanidades para contar con profesionistas que vean más allá de la coyuntura y de las fronteras nacionales y elevar la cultura científica de los mexicanos. En las universidades públicas se pueden establecer proyectos de largo alcance para resolver rezagos y proponer soluciones a los problemas del desarrollo mexicano.

Las universidades públicas deberían ser atendidas por una política que comprenda la necesidad de renovar y aumentar la planta de investigadores para que no siga envejeciendo y acumulando tiempo por carecer de un retiro digno. La formación de investigadores es estratégica. En otras palabras se necesita un tipo de organización que posibilite una manera distinta de gestionar y hacer ciencia. Las universidades e instituciones líderes en el país tendrían que involucrarse en una asociación de las ciencias sociales y las humanidades pro desarrollo de la academia, el análisis, tratamiento y debate de los problemas nacionales y regionales.


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