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Adolescentes ni-ni en América Latina
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 369, pp.11 [2010-05-20]
 

De un tiempo para acá se ha comenzado a llamar la atención sobre las condiciones en que se encuentran millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, a quienes se les conoce como ni-nis. Este fenómeno social refleja las fallas e insuficiencias de la sociedad al no ofrecer las oportunidades educativas y laborales en número suficiente para que los jóvenes puedan adquirir los conocimientos, habilidades y actitudes que les permitan ocupar un lugar ventajoso en el mercado laboral. La condición de ni-ni también implica un grave desperdicio social de talentos y capacidades, pues significa la pérdida de las potencialidades que los jóvenes pueden desarrollar con la educación.

El Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina (SITEAL) acaba de dar a conocer un interesante estudio realizado por Vanesa D’Alessandre intitulado Adolescentes que no estudian ni trabajan en América Latina. Se trata de un análisis de los datos proporcionados por las encuestas en hogares realizadas en 15 países de América Latina, en el cual se incluye a México. La franja etaria del estudio comprende a los individuos de 12 a 17 años, que representa 12 por ciento de la población latinoamericana, es decir, 69 millones de los 565 millones de habitantes de la región. Su distribución por sexo es pareja, en su mayoría viven en las ciudades y conviven cuando menos con uno de sus progenitores.

Otro de los puntos en los que hace hincapié la autora es la relación entre la estructura poblacional y el nivel de desarrollo de los países. De este modo, las naciones del Cono Sur presentan una proporción menor del grupo de edad en cuestión, contrastando con los de Centro América, donde la población adolescente es de entre 14 y 16 por ciento del total. Por otro lado, D’Alessandre destaca que en la mayor parte de los países de América Latina, la escolaridad obligatoria se ha extendido prácticamente hasta el nivel medio superior. En este contexto, que los adolescentes tengan que trabajar, “lejos de ofrecer recursos para el ejercicio y fortalecimiento de la ciudadanía, opera como un obstáculo en tanto interfiere en la trayectoria educativa” (p. 5).

En la actualidad, en algunos países de la región el grupo de adolescentes que estudia y no trabaja (lo que sería la situación deseable) representa sólo la mitad de ellos. En algunas naciones la tasa de actividad entre la población escolarizada llega a niveles de 30 por ciento y existen todavía 11 millones de adolescentes excluidos del sistema educativo formal. Más aún, uno de cada diez jóvenes de entre 12 y 14 años, y uno de cada cuatro adolescentes entre 15 y 17 años no asiste regularmente a la escuela. No obstante, las tasas de actividad para el grupo en cuestión fluctúan entre 40 y 80 por ciento. Esta situación refleja un conjunto de adolescentes doblemente excluídos: de la escuela y del trabajo. La autora precisa que existen alrededor de 5 millones de adolescentes para quienes el paso a la vida adulta ocurre por “otros carriles que los previsibles” (p. 7).

Al comparar las fases de escolarización de los países latinoamericanos en estudio, D’Alessandre observa que aquellas naciones que lograron incorporar una mayor cantidad de niños a la escuela, consiguen también retenerlos por más tiempo. Asimismo, la desescolarización está vinculada con la posición del hogar en la estructura social. La amenaza de la deserción temprana es mucho más frecuente entre los adolescentes provenientes de los sectores más desfavorecidos que entre quienes conviven con adultos de alto capital educativo.

Otro hallazgo interesante del estudio es que la relación con el mercado laboral está claramente atravesada por el género. Es decir, cuando los adolescentes no estudian, si son varones muy probablemente trabajen, y si son mujeres es más frecuente que a la exclusión educativa se sume la exclusión laboral. En cuanto a las diferencias geográficas, los adolescentes que no estudian ni trabajan son más frecuentes de hallar en Guatemala, Honduras o Nicaragua, donde triplican a las proporciones de Chile o Argentina. Asimismo, los adolescentes en esa condición son casi el doble en zonas rurales que en urbanas.

Un grupo significativo de la población adolescente en América Latina tiene así una múltiple exclusión en términos de escolaridad y trabajo: vivir en un país pobre, habitar en una localidad rural, provenir de una familia de bajo capital educativo y ser mujer. Es este un destino que no tiene por qué ser inexorable, sino que debe ser atendido con urgencia por las sociedades latinoamericanas para no seguir desperdiciando el futuro que representan sus adolescentes y jóvenes. No es ocioso reiterar que una adolescencia y juventud que cuenten con buenas oportunidades de estudiar y estar en condiciones más favorables de insertarse mejor en el mercado laboral, es una de las más grandes riquezas a que cualquier país puede aspirar. Los costos de no actuar en esa dirección los estamos padeciendo ya con los altos índices de adicciones, deserción escolar, violencia y otros males que a diario nos reportan los medios de difusión.


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