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Juventudes y universidades latinoamericanas
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 347 [2009-11-26]
 

Decía Jorge Amado que Latinoamérica es un espacio geográfico que abarca México, la América Central y la América del Sur. Afirmaba que el término representa una denominación ficticia, pues los lazos culturales comunes que configuran la identidad son pocos. Sin embargo, planteaba que el pasado colonial, la miseria y la lucha común constituyen lazos que permiten configurar identidades. Y cuando se habla de identidades habría que preguntarse qué pasa, en este sentido, con los jóvenes latinoamericanos contemporáneos.

Para quienes trabajamos asuntos universitarios en México, el tema de la identidad latinoamericana de los jóvenes es importante. El modelo “clásico” de lo que suele llamarse universidad latinoamericana tiene entre sus componentes la construcción y fomento de tal identidad en la cual, por lo demás, en el siglo pasado se fincaron organizaciones estudiantiles autogestionarias que pugnaron por cuestiones que van desde la autonomía universitaria hasta demandas por construir una región más justa, digna y habitable. Cabe aquí recordar, como lo hizo Biagini —en un artículo que aparece en el libro Movimientos estudiantiles en Latinoamérica—, que hasta hace poco en América Latina dominaba una mirada, a la que el autor llama nuestramericana, que definía a los jóvenes bajo la identidad de combatientes de la injusticia y en pro de los desposeídos. ¡Cuán diferente era tal percepción a la que hoy se tiene y construye acerca de lo que son los jóvenes latinoamericanos!

El libro de reciente aparición titulado Juventud, territorios de identidad y tecnologías, coordinado por Gabriel Medina y editado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, permite reflexionar en el tema de los territorios desde donde hoy los jóvenes latinoamericanos están construyendo sus identidades. Asimismo, el libro tiene el mérito de proporcionar elementos concretos para percibir lo dicho por Amado. Entre los jóvenes mexicanos, chilenos, colombianos, guatemaltecos, salvadoreños, entre otros a quienes el libro refiere, no hay muchos elementos culturales desde donde pueda interpretarse que en las identidades de las juventudes latinoamericanas se vislumbra Latinoamérica como sustrato territorial y de sentido coincidente. Sin embargo, muchas de sus identidades coinciden en llevar la marca del dolor que causa la marginalidad, la injusticia y el autoritarismo. Con y contra esta herencia recibida, los jóvenes y las jóvenes se rebelan y revelan, pero ya no tanto a la vieja usanza de participar en marchas y movimientos populares y agrupaciones políticas, sino instalando sus signos distintivos en los territorios que están a su alcance, como lo son sus propios cuerpos, en los que inscriben sus mensajes, por medio de fachas, tatuajes, perforaciones o piercings, o bien dejando señales y grafitis en las paredes de las calles y lugares que recorren.

Además, con sus ausencias de adscripción y participación en eventos políticos, así como por medio de las respuestas que dan a encuestas y entrevistas, las juventudes latinoamericanas nos han informado que no tienen confianza ni respetan las estructuras y narrativas de los sistemas y actores políticos de la sociedad vigente. El libro coordinado por Medina hace aportes significativos al respecto, pues permite observar expresiones inéditas del accionar político juvenil que no se inscriben en las modalidades del hacer político ”tradicional” y que permiten cuestionar la concepción de que los jóvenes latinoamericanos contemporáneos son ajenos a lo político.

De lo anterior se desprende que lo común a varias expresiones de las juventudes latinoamericanas contemporáneas es haberse constituido a manera de memoria viva de la injusticia y del dolor que imperan en nuestras sociedades. Mediante sus identidades y acciones preformativas, los jóvenes latinoamericanos —cholos, dark-góticos, cholillos, maras, etcétera— recuerdan que, por más que quieran ocultarse, los dolores y las injusticias se visibilizan. Así, se descubre la emergencia de modalidades políticas, gestionadas desde las subjetividades juveniles de agenciamiento, que están dando cuenta de que en las venas abiertas de Latinoamérica no sólo están presentes las historias y las acciones que, como diría Galeano, han llevado al empobrecimiento económico, cultural, social y político de este territorio; también por ellas está fluyendo sangre nueva que, al no encontrar cauce suele encaminarse hacia la violencia y las conductas delictivas.

Sin duda, al respecto algo tienen y deben hacer las universidades públicas latinoamericanas. Los tiempos que corren exigen trascender —que no olvidar— las historias de saqueo, invasión, sometimiento, manipulación, corrupción, injusticias, etcétera, que las juventudes latinoamericanas, por generaciones, han recibido y siguen recibiendo como herencia de sus sociedades. La coyuntura histórica en la que hoy se encuentran los países de la región demanda que las universidades escuchen, den voz, comprendan y acojan, sin tratar de disciplinar, los reclamos que están haciendo las juventudes, desde sus propias derivas y complejidades. Queda claro entonces: las universidades públicas de la región deben participar en la construcción y gestión de proyectos históricos convocantes que proyecten un futuro digno de ser vivido por y con las nuevas generaciones.


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