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Los académicos: ¿conformistas, viejos, enfermos y pobres?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 317 [2009-04-23]
 

Uno se hace preguntas a diario sobre lo que investiga. Trata de responderlas. Reviso trabajos que acaban de salir, consulto fuentes hemerográficas, internet y documentos oficiales con estadísticas, en este caso sobre la comunidad de académicos. Afino mis ideas y en diálogo con mis colegas recojo críticas y experiencias. Ahora comparto al lector algunos puntos sobre este grupo que pueden ser de su interés.

Ya he dicho en este suplemento que la esfera laboral es recurrente en la trama de los académicos. Han aparecido encuestas realizadas, en varias universidades y centros académicos, que ilustran que hay un buen grado de satisfacción con el trabajo que hacemos. ¿Qué nos tiene satisfechos? Una respuesta es que nos gusta mucho lo que hacemos. El gusto por la actividad intelectual nos compromete con nuestro quehacer.

Ser académico exige un alto nivel de preparación. Obtenerlo toma periodos muy largos, en algunos casos en el extranjero. Después de comenzar a investigar, consolidarse toma tiempo. Producir conocimiento original y hacer que los jóvenes se formen es una función social de primer orden. Y siendo nuestra preparación tan elevada y nuestra tarea tan delicada, no se remuneran adecuadamente. Las promociones de categoría y nivel en los tabuladores de las universidades no producen cambios sustanciales en los ingresos. Hay estudios que muestran que existe pérdida en el poder adquisitivo de los académicos.

La carrera académica ha sido trastocada. Los académicos de tiempo completo conseguimos sobrevivir ganando becas al desempeño, desde hace un cuarto de siglo. A los profesores de asignatura se les da un pago ridículo, y son la mayoría. No se puede seguir redondeando los ingresos con un sistema de evaluación que ya se agotó. Necesitamos plazas para nuevos cuadros. La falta de renovación, académicos mal pagados y mal evaluados dan malas universidades.

Los académicos tenemos la esperanza de que las cosas cambien en nuestras universidades. Pero administraciones van y vienen y no consiguen hacer transformaciones de fondo que nos permitan producir conocimiento original vinculado al consumo social del mismo. Ni se corrigen errores ni malos rumbos. En estas circunstancias, las generaciones que vienen no comenzarán sus tareas en un medio más proclive a la academia y a los tiempos que corren en el quehacer científico y en la realidad social. Lo cual significará más atrasos en la estructura educativa nacional y en el país.

Por otra parte, hay un dato que resalta. Los académicos no tenemos organizaciones desde las cuales podamos manifestar nuestros puntos de vista sobre lo que hacemos. En algunos casos hay colegios de académicos que son muy activos, pero en lo general tengo la impresión de que el individualismo al que orilla el régimen laboral hace que la comunidad adopte una actitud conformista con el cotidiano, los procesos de toma de decisiones y los planes rectorales de desarrollo institucional.

Los académicos mantenemos una actitud paradójica sobre nuestro entorno institucional. Por un lado, nos gustaría que se abran canales de participación y que se nos mantenga informados para intervenir en la toma de decisiones. Por el otro, no participamos porque nos quita un tiempo indispensable para lograr puntos en el trabajo. Algunos pensamos que debería haber más interacción colectiva, digamos en reuniones semestrales o anuales, para examinar nuestra realidad institucional e intercambiar experiencias y resultados de trabajo.

En una encuesta (Sevilla, Galaz y Arcos, 2008) se ejemplifica que la participación de los académicos en procesos institucionales es favorable para darle una mayor capacidad de respuesta a las instituciones, fomentar el liderazgo académico y crear una actitud de corresponsabilidad. La participación informada de los académicos es crucial para evaluar a la administración institucional y para que apoye a la academia.

Finalmente, toco otros temas que están en el debate nacional e internacional sobre los académicos. Uno se refiere al papel tan importante que están jugando nuestras colegas en el mundo académico, a la mejoría que han alcanzado, a pesar de rasgos discriminatorios en el trabajo. Pero resultados de varios estudios ilustran que las académicas, además de su trabajo, dedican un buen número de horas a su actividad doméstica, sustancialmente más que los hombres, aun cuando la pareja sea también un académico. Análisis en varias instituciones del país han dirigido su atención al estrés de los académicos, que en el caso de las mujeres es más acentuado por la oposición casa-trabajo y por la multiplicidad de papeles que juegan en el hogar y la doble jornada.

También, las investigaciones reportan que los académicos mexicanos vivimos una situación de presión psicológica que se vuelve negativa para el trabajo, entre otras razones por su asociación a varias enfermedades: insomnio, cardiopatías, ansiedad, depresión, colitis, entre otras. Muchos de nosotros pensamos que la academia se ha vuelto una profesión de alto riesgo.

Hay que entrarle en serio a cambiar las condiciones en que trabajamos. ¿O nos quedaremos con académicos conformistas, viejos, enfermos y pobres?


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