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¿Por qué Corea sí y México no?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 217, pp.11 [2007-03-22]
 

Cuesta trabajo creer que alrededor de 1960 algunos indicadores económicos de México eran superiores a los de Corea del Sur y ahora son lo contrario. Por aquellos años, el producto interno bruto (PIB) de nuestro país era de 60 mil 500 millones de dólares y el PIB per cápita, de mil 600 dólares, mientras que tales indicadores para Corea eran de 33 mil 100 millones y mil trescientos dólares, respectivamente. Cuarenta años después, el PIB de la nación asiática llegó a 680 mil millones de dólares y el PIB per capita a 14 mil 280 dólares, en tanto que el PIB mexicano fue de 375 mil millones y el PIB per capita de 3 mil 717 dólares. Más aún, la producción de petróleo por parte de México ha sido muy superior a la de Corea. ¿Por qué Corea es hoy uno de los países más desarrollados en educación e industria y México sigue con graves insuficiencias en dichos rubros?

Algunas respuestas a esta interrogante son analizadas en un artículo de reciente aparición en la Comparative Education Review (vol. 50, núm. 4, noviembre de 2006), escrito por el profesor Mark Hanson, quien plantea que el rasgo común en las estrategias de desarrollo de países como Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, Taiwán, y, sobre todo, China, es la agresiva búsqueda, adquisición e incorporación de conocimiento de los países industrializados. Hanson argumenta que las corporaciones transnacionales situadas en los países menos desarrollados funcionan, de modo intencional o no intencional, como instituciones educativas al transferir el conocimiento y la experiencia técnica a las instituciones nacionales, incluyendo las industrias nacionales, las universidades y las escuelas públicas. Esta transferencia, puede y a veces así lo hace, influir fuertemente en las curvas de aprendizaje y desarrollo de una nación. Sin embargo, la adquisición de conocimiento industrial foráneo por parte de un país de menor industrialización, no se da de forma automática. Más bien, debe buscarse de manera consciente y tenaz, e integrarse en una estrategia de desarrollo nacional que se apoye en las acciones de colaboración entre el gobierno, el sistema educativo y la industria nacional. Así, con base en el potencial de transferencia de conocimientos de las corporaciones transnacionales, algunos países de menor desarrollo persiguen dicho conocimiento y lo integran en estrategias de desarrollo, unos mejor que otros.

A principios de los años sesenta, el gobierno sudcoreano formuló una estrategia nacional para establecer, apoyar y guiar el marco institucional de su industrialización, particularmente en la industria electrónica. Mediante el uso del modelo japonés de grupos empresariales, Corea fortaleció la emergencia de pequeños grupos de empresas privadas, casi monopólicas llamadas chaebols. Actualmente, son muy conocidas en México y en el mundo grandes firmas como Samsung, Hyundai, Lucky-Goldstar (LG), Daewoo y Sangyong. En el terreno educativo, Corea llegó ser lo que es por medio de una serie de políticas diseñadas para hacer avanzar de modo sistemático los planes de desarrollo. De este modo, durante la década de los cincuenta, se llevó a cabo una intensa campaña de alfabetización. En los sesenta, el esfuerzo educativo se centró en la llamada educación vocacional en el nivel medio, en respuesta a la creciente necesidad de formar trabajadores capacitados para la industria ligera. Para la década siguiente, las instituciones educativas se dedicaron a formar técnicos competentes para lidiar con los modernos procesos manufactureros. Se crearon así, muchos colegios vocacionales técnicos. Durante los ochenta, se fortalecieron las capacidades educativas y de investigación en ciencia y tecnología, con el fin de competir exitosamente en los mercados mundiales. Desde la década de los noventa, Corea ha cruzado la frontera de la innovación, al diseñar sus propios productos y comprar compañías extranjeras de alta tecnología, sobre todo en electrónica.

En contraste, señala Hanson, la experiencia mexicana se ha caracterizado por una política menos consistente en la búsqueda de una estrategia clara de alta industrialización. Ha sido, más bien, una especie de laissez-faire ("dejar hacer, dejar pasar"). Más que procurar alcanzar niveles de desarrollo sostenido, se ha pretendido solamente reducir el desempleo. Asimismo, si bien sería injusto decir que México no ha hecho esfuerzos importantes para introducir nuevo conocimiento de base tecnológica en sus instituciones nacionales, lo que ha faltado es continuidad en las políticas. Uno de los aspectos que observa el autor es que muchas veces las administraciones federales quieren comenzar políticas nuevas cada seis años. Además, a diferencia de Corea, la población mexicana es considerablemente mayor (48 y 103 millones de personas, respectivamente), por lo que los esfuerzos para mejorar las condiciones de bienestar de la población tienen que ser considerablemente mayores. En resumen, lo que concluye este artículo es que para explicar la buena y mala fortuna de las dos naciones en sus esfuerzos por alcanzar mayores niveles de desarrollo educativo y económico, hay que observar que mientras los programas educativos y económicos de Corea buscaron lograr tanto el crecimiento (más de algo) como el desarrollo (el mejoramiento de algo), México se concentró sólo en lo primero (crecimiento).


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