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Universidad y formación de valores democráticos
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 273, pp.5 [2008-05-22]
 

Es bien conocido el hecho que los valores fundamentales del individuo se forman durante los primeros años de vida en el interior de la familia y a través de otros agentes socializadores. Posteriormente, continúan creándose otros y reforzándose los ya adquiridos en diversos establecimientos educativos. Entre quienes consiguen llegar a la universidad, la adquisición de valores profesionales, científicos y de ética cívica, es imprescindible para desempeñar una profesión, realizar actividades de investigación y ejercer una ciudadanía plena. Así, la universidad, además de ser un espacio donde se forman profesionistas y se cultiva el conocimiento, también constituye un lugar donde se puede aprender a ver el mundo desde una perspectiva crítica, particularmente desde una ética de la responsabilidad. De esta manera, las instituciones universitarias no sólo desempeñan su papel de contribuir a la generación, transmisión y difusión del saber y la cultura, sino también realizan la importante labor de promover la conciencia social y moral.

Lo anterior viene a colación porque en un homenaje póstumo realizado recientemente en memoria de la doctora Leticia Barba, investigadora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), recordábamos lo que ella señalaba respecto del papel de la universidad pública en la formación de valores ético-cívicos, particularmente el de la responsabilidad. Advertía, en primer lugar, que si bien el valor máximo de la modernidad ha sido la libertad, la responsabilidad ha sido un tanto dejada de lado.

No obstante, la responsabilidad conduce a asumir el compromiso político de la participación amplia, imprescindible en una democracia representativa en crisis —como es la nuestra— que ha mostrado la necesidad de establecer contrapesos desde la ciudadanía. Además, consideraba que todo Estado democrático o que aspire a la democracia plena, debería incluir en sus políticas educativas un amplio y original programa de formación ético-cívica en y para la democracia.

A este respecto, señalaba también que para formar ciudadanos democráticos se requieren personalidades democráticas que asuman los valores que la democracia conlleva, como el respeto a la diferencia, el compromiso político y la participación, la solidaridad, el diálogo y la argumentación.

Esto sería posible sólo si las universidades se constituían en comunidades de convivencia y de aprendizaje. Para ello habrían de propiciar el diálogo, el debate, la crítica y las actitudes que promuevan la inclusión. Comunidades donde se propicie la comprensión del ser humano y su realidad social y política, más allá de lo local y lo nacional.

En este sentido, consideraba también que el clima ético-cívico propio de la universidad debería propiciar las condiciones para que ninguna forma de vida, más allá de los ideales democráticos de convivencia pacífica y del respeto mutuo, se imponga como mejor. Planteaba que la formación ético-cívica debería ofrecerse en tres ámbitos: 1) el conocimiento o los contenidos (la ciencia, la cultura y el arte); 2) el clima social, humano e institucional y, 3) la propia persona con su identidad y sus potencialidades.

Concluía subrayando que la formación de la responsabilidad en las dimensiones por ella consideradas, comprende el cultivo de la inteligencia y de los sentimientos, de las facultades intelectuales, especialmente del juicio crítico y el desarrollo de los afectos, siendo estos últimos especialmente relevantes para la construcción de la identidad que comienza por la propia persona y conduce a fortalecer la autoestima.

Asimismo, la identidad se constituye no sólo con referencia a los grupos de mayor cercanía, ya sea en el orden académico o profesional, sino también en relación con los que parecen más distantes, pero cuyos problemas atañen a la generalidad. Es por ello que el estudiante universitario, además de su identidad local, deberá participar de una identidad más amplia, nacional o universal.

En un mundo en el que la violencia y la intolerancia están tomando carta de naturalización, la formación de valores de ética cívica, como la responsabilidad, resultan cruciales para el mejoramiento de la convivencia y el diálogo. Muchas sociedades están sufriendo el deterioro de sus sistemas democráticos, precisamente por el debilitamiento de los valores que los sostienen. Es inaplazable su fortalecimiento para evitar caer en la anarquía o en la anomia total.

Asimismo, la formación de valores que las universidades y las instituciones educativas en general deben procurar, demuestra que las instituciones educativas, sobre todo las de nivel superior, no se limitan a ser establecimientos instruccionales donde sólo se ofrezca capacitación en el desempeño de una actividad profesional, sino lugares (comunidades de convivencia y aprendizaje) donde los educandos reciban una verdadera formación integral que les permita desarrollar al máximo sus potencialidades cognitivas y afectivas, complementadas por un conocimiento amplio de la realidad social. A esto debemos abocarnos todos los que directa e indirectamente estamos relacionados con la educación en todas sus formas y niveles.


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