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Jóvenes y educación media superior
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 270 [2008-05-02]
 

En la última década, varios países han planteado la necesidad de desarrollar políticas públicas orientadas a lograr la universalización de la enseñanza media superior, cuando menos entre los jóvenes. El propósito es llegar a los doce años de escolarización (sin contar los años de educación inicial), lo que en el sistema educativo mexicano corresponde al bachillerato o preparatoria terminados. Pero, según datos del Conapo y de la ENAJUD2005, en México, el promedio de escolaridad de los jóvenes, de entre 15 y 24 años, está alrededor de 8.5 años; así que, cuando menos en nuestro país, alcanzar el objetivo de universalización de la enseñanza media superior no será cosa fácil, por más que se le otorgue a este nivel la categoría de "educación básica".

Además de esta brecha, hay otros factores que hacen que la probabilidad de universalizar la educación media en México sea baja; en particular destacan dos: la situación de pobreza que hoy enfrentan tantos jóvenes mexicanos y lo poco que se está haciendo en el país para lograr que los que están en dichas situación se incorporen a la enseñanza media, tengan un buen desempeño y concluyan sus estudios.

Al respecto, la información que entrega SITEAL no deja lugar a dudas: de los siete países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, Honduras, México y Paraguay) para los cuales se entrega información, México es el que registra el menor índice de incorporación de jóvenes provenientes de sectores históricamente excluidos, durante el período 1990-2005. Con ello, penosamente, nuestro país se ha ubicado en el último lugar en términos de avances realizados en la reducción de la desigualdad, durante el período analizado.

Y con todo y que en México los jóvenes más pobres se están quedando fuera de la educación media superior resulta que, según la fuente ya citada, cerca de cuatro de cada diez alumnos de este nivel escolar pertenecen al grupo social cuyos ingresos corresponden a 30 por ciento más bajo en la distribución de ingresos per cápita.

Esto, lleva a reflexionar sobre los rendimientos económicos que para los jóvenes tiene la educación media superior. Pero, como ya lo ha dicho el subsecretario Miguel Székely: el fin de que el sistema de educación media enfrente los desafíos que hoy se le presentan es el de que los jóvenes se inserten en el mercado laboral y jueguen un papel activo en el desarrollo y competitividad del país; lo que en otras palabras significa que el propósito de expandir la cobertura de la educación media superior no se orienta precisamente a resolver el problema de pobreza de los jóvenes, sino que ellos, y también la educación, son concebidos como meros medios al servicio de la economía. Pero, esto no debe extrañarnos, porque siempre ha sido así, desde que la modernidad y el capitalismo "inventaron" a la juventud en el siglo XVIII.

Pero precisamente porque la razón de universalizar la educación media superior es económica, preocupa que todas las fuentes de información disponibles muestren que, en México, la precariedad del trabajo de los jóvenes con educación media superior es extrema: las tasas de desempleo son más altas que las correspondientes a jóvenes con cualquier otro nivel de escolaridad y los salarios que reciben son relativamente más bajos.

Entonces queda claro: la verdadera dificultad para que la educación básica se universalice en México se encuentra más allá de las escuelas y de los jóvenes, y se sitúa en el campo de la economía y la política. Porque, seguramente, si se aplicara el cuestionario de la Primera Encuesta Nacional de Exclusión, Tolerancia y Violencia en Escuelas Públicas a empleadores, funcionarios de gobierno, y hasta a la sociedad mexicana en su conjunto, encontraríamos (si los informantes fueran sinceros) que, en el país, la discriminación social, la intolerancia, el abuso y la violencia no son atributos específicos de los jóvenes, como lo pretenden presentar los resultados de la encuesta que se aplicó a los alumnos de educación media superior.

Por cierto, en dos ocasiones anteriores (2000 y 2005) la Encuesta Nacional de la Juventud, y los muchos análisis que de ésta se han derivado, habían revelado ya la condición juvenil que reitera la nueva encuesta. Ojalá y que en esta ocasión se comprenda que las prácticas de discriminación y violencia, que los jóvenes han hecho explícitas, están vinculadas a la propia estructura de la sociedad mexicana y asociadas con patrones históricos de desarrollo y de trato social, que originaron y reproducen rezagos y desventajas de tipo económico político y cultural. Porque no cabe duda: la viabilidad y eficacia de las políticas que en el país se emprendan para hacer universal la educación básica, y para prevenir y combatir la discriminación y la violencia entre los jóvenes, exigen actuar respecto del vínculo y la asociación mencionados.


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