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Think Tanks
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 262 [2008-02-28]
 

No tenemos una palabra en castellano para nombrar lo que en inglés se denomina think tanks, pero solemos llamarlos simplemente así, utilizando el mismo término sajón. Si lo tradujéramos literalmente en español deberíamos nombrarlos "tanques de pensamiento", pero la verdad suena feo.

Los think tanks, son organizaciones privadas, que operan como fundaciones, dedicadas a realizar y divulgar estudios académicos relacionados con políticas públicas.

Su origen es estadunidense y data de principios del siglo XX. Surgieron a partir de un grupo de investigación reunido por uno de los asesores del presidente de Estados Unidos, Wooldrow Wilson, para llevar a cabo la tarea de hacer estudios para las posibilidades de negociar la paz, al término de la Segunda Guerra Mundial; posteriormente este grupo llamado de "investigación" hizo una alianza con reconocidos académicos y banqueros de Nueva York, comenzando así la primera oleada de centros de investigación enfocados a hacer estudios estratégicos y que en un principio se enfocaron al área de relaciones exteriores.

Posteriormente, los think tanks se instalan de lleno en el escenario de la política estadunidense contando con el apoyo del gobierno de Estados Unidos que dedicó altos recursos a la investigación de la defensa y al análisis de sistemas, negociación estratégica y teoría de juegos. Se estima que, en la actualidad, en ese país hay un total mil 776. De éstos, 58 por ciento fueron creados en los últimos 25 años. Estados Unidos supera, con mucho, el número de think tanks que hay en cualquier otro país del mundo, pero a la fecha ya los hay prácticamente en todas las regiones.

Recientemente, el Programa Think Tanks and Civil Societies hizo público un documento que provee información acerca de la distribución de este tipo de organizaciones en distintos países y regiones del mundo.

Los datos que entrega el documento provienen de encuestas realizadas por el propio autor (James G. McGann), quien afirma haber incluido solamente a las organizaciones que tienen liderazgo, aunque previene de lo difícil que le resultó hacer un análisis global y reconoce que la observación en algunas regiones está subrepresentada.

Según McGann, el total de think tanks, con capacidad de liderazgo, en el mundo es de 5 mil 80 y su distribución regional es la siguiente:

América del Norte mil 924 (37.87 por ciento); Europa Occidental mil 198 (23.58 por ciento); Asia 601 (11.83 por ciento); Europa Oriental 483 (9.51 por ciento); América Latina 408 (8.03 por ciento) África 274 (5.39 por ciento), y Medio Oriente 192 (3.78 por ciento).

En América Latina, los países del Cono Sur son los que cuentan con la mayor cantidad de think tanks; en Argentina pasaron de 19 a 28, entre los años 2000 y 2004. Por su parte, en México también los hay. Aquí existen desde los años cincuenta, pero la fuente de información consultada no da un desglose para nuestro país, solamente menciona que son muy escasos. Aquí cabe hacernos la pregunta ¿por qué?

Sin duda, la respuesta a tal pregunta involucra muchos aspectos, varios relacionados con la forma que se organiza la academia en México y con la añeja relación de mutua desconfianza entre la universidad pública y el gobierno. O, simplemente se debe a que los think tanks mexicanos no invierten en campañas de gestión para posicionarse internacionalmente.

Sin embargo, parece que el factor de más peso se relaciona con el escaso valor que tradicionalmente le han dado los funcionarios públicos al conocimiento, sobre todo al de ciencias sociales. Esto, continuamente se hace patente en los exiguos presupuestos públicos que se asignan a la investigación que se desarrolla en esta área. Porque, como lo muestra la experiencia en Estados Unidos, la proliferación y la influencia de los think tanks no habría sido posible de no haber habido dinero suficiente para darles vida y proyección.

Es de esperar que hoy que en México la política se está abriendo al debate público, los think tanks cobren importancia para los políticos y los investigadores en ciencias sociales reciban invitaciones o tengan la propia iniciativa de formarlos. Sin duda, los tiempos ameritan que México cuente con varios de estos grupos que reflexionen, incidan y se posicionen en las políticas públicas nacionales e internacionales. La universidad, cuando menos la de carácter público, no puede hacerse a un lado. El reto es que efectivamente se otorgue prioridad al interés público y el conocimiento que se genere y gestione no sea puesto únicamente al servicio de meros intereses privados.


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