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El sistema de educación superior 37 años antes
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 147 [2005-09-29]
 

El próximo domingo se cumplen un aniversario más de los trágicos hechos del 2 de octubre de 1968. A pesar de que han transcurrido casi cuatro décadas de esa fecha, en el terreno jurídico y político sigue pendiente el esclarecimiento de la responsabilidad legal sobre aquellos acontecimientos. La Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada por acuerdo presidencial en noviembre de 2001 para investigar y documentar esa historia, no ha logrado acreditar jurídicamente sus acusaciones, particularmente la de genocidio en contra del expresidente Luis Echeverría Álvarez. Seguramente el proceso normativo de acusaciones y apelaciones sucesivas continuará; aunque es posible que no queden resueltos legal e históricamente, en definitiva, los hechos del 2 de octubre de 1968.

Sin embargo, el final de los años sesenta seguirá siendo uno de los puntos de referencia inevitable e inolvidable del pasado reciente que nos permiten apreciar qué persiste y qué cambió en la sociedad mexicana.

Obviamente, esa época es consecuencia de una anterior y, a su vez, causa de una siguiente, así como las dimensiones que reflejan los cambios son múltiples y muy variados. Pero tal vez el sistema de enseñanza superior, de entonces y de ahora, muestra parte de la transformación que hemos experimentado como sociedad.

El sistema de educación superior de finales de los años sesenta, mostraba ya una primera expansión importante que inició al comienzo de esa década, pero todavía con una alta concentración regional e institucional y con muy escasas oportunidades educativas para los jóvenes en edad de cursar estudios superiores. Según lo datos de los anuarios de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior (ANUlES), en el ciclo escolar 1968-1969 había 191 mil 348 alumnos inscritos en un centenar de instituciones de enseñanza superior, en 112 carreras y eran atendidos por poco más de 20 mil profesores.

Las carreras que concentraban las preferencias vocacionales de los jóvenes de entonces, como también a los de ahora, era contaduría (casi 30 mil alumnos), medicina, derecho, ingeniería civil y administración de empresas (alrededor de 10 mil).

En el Distrito Federal estudiaban casi 104 mil jóvenes y el resto en las demás entidades federativas. Es decir, más de la mitad del total de alumnos en el país estaba concentrado en el DF. Además, en las aulas de la UNAM estaban matriculados 56 mil 752 alumnos, el Politécnico tenía la mitad de esa cifra y era la institución que le seguía en volumen.

Esto es, la UNAM concentraba más de la mitad de los alumnos del Distrito Federal y casi un tercio del total de alumnos en el país.

Las cifras son un tanto más reveladoras si tomamos en consideración el posgrado. (En 1968 todavía no existía el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, este organismo se creó dos años después, en diciembre de 1970).

Los alumnos que cursaban estudios de posgrado apenas sumaban 5 mil, tres cuartas partes de ellos estaban inscritos en el Distrito Federal y la UNAM concentraba más de 60 por ciento del total.

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, la población de México en 1970 era de 48.2 millones de habitantes. A su vez, los jóvenes entre los 20 y los 24 años, los que en ese entonces tenían la edad típica para cursar estudios superiores, sumaban poco más de 4 millones y, como hemos visto, la matrícula en ese nivel no alcanzaban los 200 mil jóvenes. Es decir, en aquella época alrededor de 5 por ciento de los jóvenes que podían asistir a la universidad lo hacían.

Hoy, casi cuatro décadas después, las cifras son otras. Según los datos del V Informe de Gobierno más reciente, la matrícula en la licenciatura universitaria y tecnológica en el ciclo escolar 2004-2005 fue de de 2.1 millones, atendida por 207 mil profesores y los alumnos se distribuyeron en 2 mil 847 instituciones. Es decir, respecto de 1968, la matrícula y los profesores se multiplicaron por un factor de 10, mientras que las instituciones lo hicieron por uno de 25. Las carreras que siguen suscitando el interés de los jóvenes son más o menos las mismas: derecho, administración, contaduría, ingeniería industrial (antes era ingeniería civil) y medicina.

De hecho, según datos de la ANUlES, en 1970 el área de sociales y administrativas concentraba 41 por ciento y la proporción se elevó a 48 por ciento para 2003, mientras que el de ciencias de la salud bajó de 19 a 9 por ciento para el mismo periodo.

La participación del Distrito Federal en la matrícula total pasó de 54 por ciento a alrededor de 18 por ciento. La UNAM, aunque casi triplicó su matrícula de licenciatura (pasó de poco más de 56 mil a 143 mil) y sigue representando un volumen importante en el DF, su participación relativa en el total, contrario a lo que ocurría hace cuatro décadas, ahora es de aproximadamente 7 por ciento.

Por su parte, el posgrado, creció más vertiginosamente. De poco más de cinco mil alumnos de posgrado que había en 1968, pasó a 151 mil en el ciclo escolar 2004-2005. Esto es, se multiplicó por un factor de 30 en el periodo. Aunque cabe advertir que partió de una base sumamente pequeña. Además, la matrícula ya no se concentra en el DF ni en la UNAM, aunque sí en unas cuantas entidades federativas del centro del país y el volumen de la UNAM sigue siendo importante.

A pesar del crecimiento experimentado y de otros cambios operados en el sistema educativo, como los problemas derivados de su notoria expansión, actualmente se estima que solamente 23 por ciento de jóvenes en edad de asistir a las aulas universitarias lo hace.

Respecto de 1968 no cabe duda que la cobertura se amplió, pero no lo suficiente. Lo más grave es que no solamente seguimos teniendo el reto de ampliar las oportunidades educativas sino que ahora persisten serias dudas sobre la calidad del servicio.


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