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La sombra del porrismo
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 155, pp.5 [2005-11-24]
 

Las grandes universidades contemporáneas son instituciones de suyo complejas, algunas de ellas consisten en verdaderos sistemas educativos, pues abarcan diversos niveles educativos que van desde el bachillerato hasta el posgrado, pasando por los estudios de licenciatura o pregrado. Asimismo, su función no se reduce solamente a la docencia, sino también a la investigación y la difusión y extensión de la cultura.

En la actualidad, no sólo se les asignan estas funciones sustantivas, sino también otras más amplias, entre las cuales se incluyen, por ejemplo, la de ser vehículos de movilidad social, contribuir a la solución de los problemas más acuciantes del entorno social o convertirse en palancas del desarrollo económico. Las universidades tampoco pueden ser establecimientos aislados de su realidad social: para bien o para mal, la reflejan en mayor o menor grado. Recientemente, la UNAM ha celebrado con bombo y platillo haber sido colocada por el Times Higher Education Supplement (THES) entre las 100 universidades más importantes del planeta y haber alcanzado el lugar número 20 en el área de las humanidades.

La noticia mereció las primeras planas de muchos diarios del país y los comentarios elogiosos en radio y televisión. A todos los "unamitas" nos llenó de satisfacción este reconocimiento a nuestra institución. Sin embargo, ante tan feliz suceso, resulta paradójico que ahora, en la sección de nota roja de los periódicos, aparezcan las noticias de los conflictos ocurridos en dos planteles de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) y del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH).

Al momento de escribir esta colaboración, las actividades de estas dependencias seguían paralizadas por segunda semana consecutiva. Una vez más, el origen de estos lamentables acontecimientos ha sido el añejo problema del porrismo.

Este problema se ha convertido en un hecho crónico que de vez en vez aparece en diversos planteles de la institución, con bastante más frecuencia en el nivel bachillerato, aunque las otras unidades periféricas no han estado exentas de los ataques. Otras instituciones como el lPN y el Colegio de Bachilleres -por mencionar sólo un par de ejemplos- han sufrido también los embates de esta plaga.

El fenómeno en cuestión ha variado en sus formas de operación. Ahora ya no es la manifestación de grupos financiados por alguna autoridad, cuyo objetivo era atacar a los grupos estudiantiles de izquierda, sino que se trata de grupos delincuenciales, constituidos en su mayoría por personas ajenas a los planteles, quienes dentro y fuera de éstos, amedrentan, agradecen a estudiantes, trabajadores y profesores. Un elemento novedoso en estos grupos es la venta de estupefacientes, el llamado narcomenudeo.

Lo que cabe preguntarse es por qué hasta ahora, después de varias décadas de existencia, el fenómeno porril no ha podido ser extirpado de la vida universitaria. Llama también la atención que las oleadas de los grupos de porros ocurren en tiempos cercanos a las elecciones. Pareciera ser que provocar una imagen de inestabilidad en las instituciones fuera la parte sustancial de sus aviesos planes.

En cualquier caso, los planteles en particular y la institución en general ven afectadas las actividades académicas con el consecuente perjuicio a la formación de los estudiantes.

Hay quienes consideran que el porrismo en su versión actual es un fenómeno que refleja la descomposición social de las grandes ciudades. En este sentido, el accionar de los grupos en cuestión ha aprovechado tanto la vulnerabilidad del sistema de vigilancia en los planteles como la influencia de los cuerpos policiales, para llevar a cabo el comercio de drogas.

Se trata, entonces, de un problema muy complejo, con múltiples aristas y determinantes, para el cual no se ha encontrado todavía una solución eficaz.

Con frecuencia se observa que algunos de los integrantes de los grupos porriles detenidos e, incluso, consignados, son puestos en libertad, al poco tiempo y vuelvan a operar en los planteles escolares.

Habrá de procurarse la conjunción de las acciones que lleven a su eliminación, como la vigilancia permanente de los cuerpos policíacos en los alrededores de los planteles con base en las solicitudes de las propias comunidades; denuncias puntuales de los hechos delictivos y atención oportuna de la autoridad; sanciones ejemplares a los responsables de las agresiones físicas a estudiantes, profesores y. trabajadores, así como a quienes trafiquen drogas dentro y fuera de los planteles, entre otras.

Se requiere la acción coordinada y el establecimiento de mecanismos de monitoreo y seguimiento entre las autoridades del gobierno capitalino y las comunidades de los planteles afectados. Tampoco se debe permitir que se conviertan en pretexto para acallar o reprimir las legítimas inconformidades de los integrantes de las comunidades, cuando así sea el caso. Es hora de llevar a cabo los esfuerzos que sean necesarios para terminar de una vez por todas con este cáncer que amenaza la tranquilidad de la vida académica de muchas instituciones de educación media y superior.


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